Es brasileña, sus valores de mercado no paran de crecer y presenta este otoño, en Nueva York, su última exhibición individual, Talavera, en la galería Gagosian. Conocé más en este artículo.

La brasileña Adriana Varejão (1964) es una de las artistas más reconocidas y prolíficas del arte latinoamericano actual. Sus obras integran las colecciones más prestigiosas del mundo y sus valores de mercado no paran de crecer. Carioca de nacimiento y ex-esposa de Bernardo de Mello Paz, fundador del impresionante Instituto Inhotim, considerado el mayor museo al aire libre del mundo, Adriana presenta este otoño en Nueva York Talavera, su última exhibición individual de la mano de la galería Gagosian (West 21st Street).

Reescribiendo la historia de América latina

Para penetrar en el universo Varejão es muy útil pensar toda su obra como una gran telaraña donde todo, a pesar de una aparente diversidad formal, existe en un grado de profunda interconectividad. Aunque las referencias son múltiples, hay temas y motivos que se repiten. En el caso de su última muestra reaparecen los azulejos, el más significativo de sus objetos fetiche, de los que se sirve simulando su técnica en pintura para dar cuenta de los complejos entramados culturales que informan la historia de su país y por qué no, de la región toda.

La inspiración en esta ocasión viene de la ciudad de Puebla en México, donde la artista tomó una serie de fotografías de las tradicionales cerámicas de Talavera a mediados de los años noventa. Allí ha encontrado una vez más un dispositivo de exploración estética para una de sus grandes preocupaciones: los territorios de la hibridez y las narrativas de la transculturación y la descolonización. Sea a través de pinturas, instalaciones o esculturas, su obra insiste sobre los riesgos de querer borrar los vestigios del tiempo y la historia, que quedan como capas acumuladas en las superficies. Su obra interpela y cuestiona lo que de ficcional hay en nuestras identidades personales y colectivas.

Temas y variaciones

En múltiples entrevistas, Adriana cuenta sobre la cualidad escultural que le gusta imprimirle a sus pinturas y eso es contundente en las obras que integran Talavera, donde la importancia de la materialidad sigue siendo un tema clave. Como bien explica la especialista argentina Florencia Garramuño en su libro Brasil Caníbal (2019): “Las numerosas capas de material con las que se construyen sus obras son horadadas por grietas de las que emerge un interior que evoca las entrañas, la incisión en la carne y en el cuerpo: un más allá de la imagen, que quebranta la unidad de la obra y de la tela, emerge en ese espacio sangriento y en carne viva, exhibiendo un exceso de material que evoca la tradición barroca de recargar”.

Reaparecen la carne y las vísceras en sus piezas escultóricas, grandes símbolos del erotismo y la exacerbación material; y los craquelados, que la artista logra con yesos especiales y utiliza desde el comienzo de su carrera. En ambos casos emerge en la obra un tipo de herida abierta, que podría revelar cuestiones tan variadas como la superficie sensible donde acontecen los afectos y se ha ejercido la violencia, o el efecto azaroso del tiempo en los materiales. En cualquier instancia, la pulsión en la práctica de Varejão se trata siempre de desenterrar y darle voz a toda una multitud de encuentros culturales que permanecen silenciados, encapsulados o marginados por los discursos hegemónicos.

Desafiando los límites del medio

Con respecto al tono general del conjunto de las obras expuestas esta muestra carece del nivel de pathos característico de Varejão. Si bien lo visceral y lo rizomático del craquelado permiten seguir una línea argumental con los trabajos del pasado, la inclusión de lo geométrico, los espirales, las flores monocromáticas y los animales, como el jaguar y la golondrina, colocan al espectador en una disposición emocional más cercana a la calma contemplativa que al extrañamiento y la sensación de perturbación típicas. Quienes hayan visitado Historia en los márgenes, la exposición panorámica que MALBA le dedicó a la artista en 2013, sabrán muy bien qué significa.

Lo que se muestra estos días en Manhattan educa sobre las posibilidades siempre expansivas de la pintura para reflexionar sobre el mundo. La pintura como medio sigue más viva que nunca y lo logra adaptándose, volviéndose porosa y dejándose contaminar por las más variadas expresiones y discursos. La práctica ubicua del craquelado en Talavera es un claro ejemplo: inspirada por las cerámicas chinas de la Dinastía Song creadas en el siglo XI, Varejão comparte su preocupación sobre lo impredecible, sobre el rol del azar en el devenir de las cosas.

Y encima de eso, la apropiación de motivos icónicos que refieren a la tradición portuguesa del azulejo y la mexicana de las cerámicas talaveranas, adaptando y expandiéndolos en pinturas de gran formato, donde la mayoría alcanza la escala de 180 cm. x 180 cm. Al respecto, la artista dijo: “En este proceso transfigurativo, los motivos se trasladan a un registro significante más amplio de referencias artísticas y culturales. Amo estas inesperadas encrucijadas artísticas; entretejiendo tiempo, cultura y lugar, busco establecer diálogos entre sistemas estéticos que alguna vez estuvieron segregados por narrativas dominantes y, al hacerlo, cuestionar los supuestos arraigados sobre la vida de las formas en el arte”.

Por todo eso su obra es valiosa, porque en tiempos donde querríamos mantenernos a nosotros y nuestros espacios limpios, prístinos y desinfectados, Adriana Varejão nos recuerda las verdades del cuerpo, del nacimiento, de la vida y también de la muerte: nos enfrenta de cara con la obvia fragilidad que somos, pero también con la voluptuosidad y la potencia grandiosa de la materia que nos compone. Y por eso valdría siempre la pena tomarse un avión a Nueva York, a Inhotim o a cualquier lugar. Porque como diría Federico Manuel Peralta Ramos en sus Mandamientos Gánicos, la obra de Adriana "produce movimiento". Y eso, en tiempos como éstos, ya es bastante.