
A lo largo de los años, Netflix ha consolidado una producción documental de enorme extensión, imponiendose como modelo a seguir, a tal punto que otras plataformas reproducen sus mismos modelos, en especial en lo que refiere a las series true-crime, que ha tenido grandes éxitos como Making a murderer o Tiger King. Pero tampoco hay que soslayar las producciones centradas en lo histórico y político, que suelen ser interesantes, complejas y muy informativas. Una de ellas es la serie de antología Punto de inflexión, dirigida por Brian Knappenberger, que cuenta con tres temporadas y hace foco en momentos de la historia que han sido un antes y un después.
La primera entrega, El 11S y la guerra contra el terrorismo, se estrenó en el 2021, justo a tiempo para el vigésimo aniversario de los atentados a las Torres Gemelas y el Pentágono del 11 de septiembre del 2001. Ya ahí se despliegan herramientas tanto descriptivas como reflexivas, que unen pasajes ligados a lo sentimental y lo íntimo. En cinco episodios, se abarca los antecedentes y momentos previos al evento central, la guerra contra Afganistán y Al Quada, la invasión a Irak en el marco de la “Guerra contra el terror”, la sistematización de las torturas, con la cárcel de Guantánamo como eje central, el resurgimiento de los talibanes y la progresiva retirada de Afganistán entre otras cuestiones. Si bien el ritmo es vertiginoso, eso es compensado por pausas específicas, que permiten un estudio focalizado de lo que pasó y los actores involucrados.

En eso es clave el montaje, de enorme precisión, además de las entrevistas que aportan distintos puntos de vista. De hecho, hay una decisión, inteligente y plural, que es la darles un lugar relevante a todas las partes involucradas como funcionarios del gobierno de George W. Bush. Incluso, a pesar de que la visión de los realizadores es progresista, se tiran dardos para todos lados, por lo que las administraciones de Bush y Trump no son las únicas en recibir cuestionamientos. El gobierno de Barack Obama también cae en la volteada, quedando bajo la lupa sus indecisiones frente a un marco cada vez más inestable. A medida que pasan los episodios, se evidencia que lo que se cuenta es la historia de una derrota de Estados Unidos como faro moral y garante de la seguridad global. Duelen y conmueven los testimonios de las víctimas de los atentados, los soldados y los propios afganos, que cargan sobre sus espaldas con las consecuencias de un sinfín de decisiones equivocadas o malintencionadas.
La segunda temporada, La bomba y la Guerra Fría, es más ambiciosa que su predecesora y parte de la siguiente hipótesis: el enfrentamiento de potencias entre Estados Unidos y Rusia, cada uno con sus respectivos satélites, no terminó. En cambio, solo se tomó una breve pausa durante los noventa y Vladimir Putin, con sus ambiciones expansionistas, finalizó con esa tensa tregua. Para comprobar ese enunciado, retrocede a los tiempos de la Segunda Guerra Mundial e incluso antes, al surgimiento de la Unión Soviética y el ascenso de Josef Stalin. Desde ahí, repasa el Proyecto Manhattan y los estallidos atómicos en Hiroshima y Nagasaki, la creación de la CIA y la KGB, la Crisis de los misiles de Cuba, la explosión nuclear en Chernóbil y la caída del Muro de Berlín. Esta vez son nueve episodios, en los que se estudia las decisiones y posiciones de figuras como Stalin, Eisenhower, Reagan y Gorbachov. La carga de información es por momentos abrumadora, repleta de sentido y sujeta a múltiples interpretaciones, pero Knappenberg se las arregla para mantener la fluidez, dándole a cada anécdota una razón de ser.

Por eso nos tensionamos cuando se cuentan los trece días en los que parecía que Kennedy y Kruschev no iban a poder evitar una guerra nuclear. O nos asombramos por el absurdo de la carrera armamentista en la que se construyeron miles de bombas nucleares, que aseguraban una destrucción mutua. O nos emocionamos y reímos frente a la alegría de las multitudes que se asomaban a la libertad cuando cayó el Muro y hasta empatizamos con los dilemas de personajes históricos emblemáticos que no dejaban de ser humanos y se enfrentaban a decisiones imposibles. Es cierto que los últimos dos episodios caen en algunas conclusiones fáciles para poner a Putin en el lugar de villano, pero eso no quita que la mirada dominante es equilibrada y enriquecedora, con conclusiones inquietantes y apasionantes.
Finalmente, La guerra de Vietnam, estrenada hace menos de un mes, se mete con las causas y consecuencias del que es posiblemente el conflicto bélico más doloroso para los estadounidenses, donde la sensación de derrota fue ineludible. Otra vez tenemos cinco capítulos que con inteligencia indagan en los orígenes del enfrentamiento, repletos de malentendidos y desinteligencias. Es que pronto queda claro que la lucha de los vietnamitas por librarse del dominio colonial francés fue analizada equivocadamente por Estados Unidos como el riesgo de un nuevo foco comunista. A partir de ahí, una especie de profecía autocumplida, con líderes y funcionarios que manejaron todo con prejuicios, soberbia y desconocimiento y que aún con informes que indicaban que no había manera de que Estados Unidos saliera triunfante, extendieron el conflicto.
En la lista no solo aparecen Nixon, Johnson, McNamara y Kissinger sino también una figura usualmente reverenciada como Kennedy, que queda bastante mal parado. La narración, con múltiples evidencias, retrata las divisiones ideológicas y morales dentro de cada país, que padecieron quiebres que todavía persisten. Asimismo, hace hincapié en el rol que jugó el periodismo de la época, para bien y para mal, revelando datos decisivos o contribuyendo a la narrativa propagandística. El saldo final es tristísimo, en particular cuando se muestra que las lecciones que dejó la tragedia bélica y humana fueron olvidadas con el paso del tiempo.
El gran mérito que comparten las tres temporadas de Punto de inflexión es su capacidad para mostrarnos lo apasionante que puede ser la historia y cómo es capaz en ciertas ocasiones de superar a cualquier tipo de ficción. Por eso cada entrega es atrapante y adictiva y una vez que se llega al final -como en las mejores películas o series- tenemos la sensación palpable de que ya nada es el mismo.