Hace unos meses, Nicolás Pasquali se reunió con su maestra, la directora y pedagoga teatral Nora Moseinco, en un café de San Isidro. Afuera, los autos cruzaban la avenida del Libertador; adentro, el aire se volvió liviano. La conversación empezó sin guion: palabras que buscaban su forma, silencios que respiraban. Así trabaja Moseinco, en el borde entre el arte y la vida, donde enseñar es una forma de práctica y el arte no se explica: se cultiva.

Nora, ¿cómo te presentarías para alguien que no te conoce?

NM: Me es difícil —para el que me conoce y para el que no— porque tengo muchas aristas. Algunos me dicen que soy una filósofa del trabajo artístico; otros, que lo mío es una práctica humana a través del arte. Formo maestros, no de actuación, sino de arte. Pero también estudian conmigo artistas plásticos, profesores de yoga, cantantes. Entreno actores, doy clases de lo que se llama entrenamiento; en este momento estoy muy dedicada a hacer sesiones individuales para creadores: directores, actores, guionistas, escritores de ficción y de teatro. Trabajo con que el artista sienta una integración, que no se sienta ni superior —escondiendo inferioridad—, y que pueda tener verdad en sus hechos artísticos. Para mí la verdad en el arte no es la calidad, sino el hecho artístico unido a sí mismo. Y sí, la palabra teatro no alcanza porque lo que hago no es “teatro” ni “actuación”, aunque use esas herramientas sino que través del arte trabajo esta otra cosa: una herramienta de encuentro.

Tu práctica usa la actuación como medio, pero supone un pensamiento expandido, poroso, vital, que se extiende más allá del hecho teatral. ¿Cómo funciona?

NM: Cuando alguien dice “me interesa la actuación” ya está pensando en algo que empieza y termina. Yo prefiero decirle que es un creador pero que no piense su tarea como algo que se agota ahí. Lo que el artista quiere —aunque crea que busca fama o reconocimiento— es sentir que su obra tiene que ver con él y esa alegría es mucho más grande. Y si uno decide que “lo mío es solo actuar”, ya está cerrando algo que no puede saber con anticipación. En cambio, cuando se abre a la creación, no sabe qué forma va a tomar. Mi trabajo es no anticipar esa forma a la expansión. Puede ser que te sorprendas. Por ejemplo para mí, el aula es una obra de arte: la hacen los que la habitan. Creer que el arte existe solo frente a un público es tener una idea limitante. Por eso trabajo con directores de cine que no saben cómo relacionarse con los actores o con guionistas que sienten que deben estudiar eso mismo. Se trata de algo más allá. El arte no se anticipa: se cultiva.

A la manera de un maestro zen, muchas veces ubicás tu método en un territorio trans-lógico: ni dentro ni fuera de la lógica, sino más allá. Un abrirse a algo que puede poner a los practicantes frente a zonas muy altas de libertad. ¿Qué interrumpe ese contacto con nuestras zonas creativas y libres? ¿Hay un estado por recuperar?

NM: Qué linda pregunta. La libertad es una palabra enorme. Si sos libre solo cuando tenés éxito o cuando te eligen, entonces no lo sos. La libertad es un acto de coraje y de encontrarte con algo desconocido en vos. No es un hecho anterior, es un verbo. Es quedarte donde no sabés, donde duele un poco y seguir mirando. Tambien es la paridad como un hecho creativo y no ideológico. Cuando sentís paridad, podés estar en silencio y sentir al otro sino todo se vuelve competitivo. Eso es lo que más trabajo cuando formo maestros. No hay respuesta más alta afuera. Hay herramientas, lenguajes, mecanismos pero ningún método te va a dar la verdad. Y cuando el artista se aferra a una forma se protege, aunque eso es solo control. Aquellos que mas admiro dicen que no sabían lo que estaban haciendo. Esa es la delicia: volver a la inocencia del error. Cuando uno profesionaliza demasiado el arte, se aleja de eso. Por eso, cuando un artista me dice “creo que se terminó mi relación con el arte”, le respondo: quizás recién está empezando.

¿Entonces lo pensás como un llamado? ¿Como si el artista estuviera siendo convocado?

NM: Siempre digo que hago esto porque no puedo hacer otra cosa. “Llamado” puede sonar especial, pero si lo pensamos como resonancia, sí. Sentir que pertenecés, que hay un sentido, un hogar, una tribu en esa forma de hacer: eso sí. Pero hay que sacar la idea de especialidad porque eso te deja solo. Te llena de miedo a mostrar lo que no funciona.

¿Y la paridad puede entrenarse solo en un entorno colectivo?

NM: No necesariamente. Incluso solo, el artista debe derrumbar la idea de valor especial. Ahí es cuando empieza a recibir y entrar en paridad con cualquier fuente. Se vuelve uno más dentro del entramado, como un árbol en un jardín. Si te sentís parte vas a sentir tu singularidad sin miedo a perderla. No necesitás empuñar tu arte como defensa sino que te descubrís singular dentro del encuentro, no fuera de él.

Stephen Nachmanovitch, en Free Play, dice que el rol del maestro es ser el canal entre el cuerpo vivo del conocimiento y el cuerpo vivo de los alumnos.

NM: Qué maravilla, no lo recordaba. Sí, muchas veces me dicen que trabajo con el concepto de canal. A veces dudo en usar la palabra para que no se asocie a lo esotérico. Pero ser canal es un hecho humano. Más real que la ficción de la biografía o de la individualidad.

La circulación de la atención es invisible la mayor parte del tiempo. El entrenamiento parece ser eso: afinar los canales de percepción para sentir esa atención circulante.

NM: Exactamente. Por eso digo que un artista avanzado no es quien no tiene miedo, sino quien tiene una relación de belleza con su miedo, algo que si bien no se va, se transforma en una capa más de conciencia. La atención es una práctica, no un don. Por eso me gusta pensar que somos agricultores: trabajamos la tierra de la atención todos los días. No es “ah, lo entendí”. Es cultivar, practicar, confiar más en la práctica que en uno mismo. Cuando eso pasa, aparece “uno mismo” más amplio.

En la tradición védica existe la palabra sadhana: la práctica espiritual, el camino de quien busca. Podríamos decir que tu método traduce sadhana como la unión entre práctica y permanencia.

NM: Son dos palabras que no puedo separar. Cuando veo a alguien florecer, le deseo eso: práctica y permanencia. Recuerdo a un artista que ganó el Oso de Oro en Berlín; y me decía: “yo sigo en práctica todo el tiempo, escuchando, celebrando, jugando.” La práctica no tiene que ver con lo que lográs, sino con cómo estás vivo. Es entonces cuando aparece la alegría incluso en lo raro.

Es también el sentido original de la palabra pedagogo: el que lleva de la mano.

NM: Exacto. Me emociona. Si me preguntás qué hago, te digo que soy maestra. Ser guía no es tener sabiduría sino estar abierto. Acompañar no es tener lástima, ni saber más, es creer profundamente en la práctica del otro. Yo no necesito que mis alumnos me gusten, necesito creer que si practican, algo se va a abrir. No hay fascinación con las particularidades, hay fe en el proceso y la práctica es lo que te mantiene en movimiento.

En los Yoga Sutras se dice que hacer algo sagrado es poner toda la atención. Honrar la práctica es re-ligarte con lo esencial.

NM: Totalmente. Para mí, esto es un ritual, algo que se agradece antes de que suceda. El problema actual del arte es la idea de transacción: qué das y qué recibís pero eso solo seca el ritual. Por eso digo, medio en broma que si querés una transacción vayas a comprate algo lindo. El arte no se trata de eso. Si venís a aprender esperando obtener, ya estás destruyendo la práctica. Renunciar a llevarse algo es la única forma de existir plenamente en el momento. Cuando hablo con vos, no pienso “qué te estoy dando”, solo me alegra el encuentro mismo. Eso es lo sagrado: estar.

En Oriente se habla del lila, el juego divino. ¿Cuál es para vos la relación entre juego y alegría?

NM: Juego es una palabra sagrada, es entrar en movimiento con lo que hay: el dolor, la biografía o el rechazo. Es lo que calma el ruido y te centra. El problema es que la mente quiere decidir qué es bueno y qué es malo. Y cuando dividís la experiencia, te salís del juego. No es un trabajo moral sino de atención. Si alguien me dice “me hizo bien escucharte”, entonces le contesto: tu felicidad nos alegra a todos. Si no, caemos de nuevo en la transacción de hoy la clase valió, mañana no.

La pintora argentina Josefina Robirosa decía: “El arte no se puede enseñar: o lo ves o no lo ves.” ¿Qué pensás de eso?

NM: No me gustan las frases totales porque creo que el arte no “sirve” en el sentido utilitario pero que es completamente necesario. Escuchar música cambia nuestra vibración. El arte enlaza mundos que la palabra sola no puede. Decir que no se puede enseñar es decir que hay quienes pueden y quienes no, pero no creo en eso. No me peleo con la idea, simplemente no entro en contacto con ella.

Decís a menudo que nadie sabe cuándo va a ser el momento de florecimiento de alguien.

NM: Exacto. El otro día les decía a mis alumnos: ¿por qué creen que yo podría saberlo? Y cuando los invito a quitarme ese poder, el encuentro se afloja. “¡Quítenme el poder!”, les digo. Y nos reímos. Porque es pesado. Si nadie tiene el poder de decirte quién sos, algo se abre y eso duele porque estamos muy acostumbrados a existir solo cuando somos mirados. Pero ahí empieza el trabajo de existir sin espejo.

En sánscrito hay una expresión: Sat Chit Ananda. Verdad, conciencia y dicha. Joseph Campbell decía que no podés conocer la verdad ni la conciencia directamente, pero la dicha sí: aparece como un rayo que te atraviesa. Tu método parece expandir la experiencia hacia ese tipo de acontecimiento.

NM: La palabra experiencia me encanta porque no implica llegada sino que es un encuentro y no un avance. Podés tener experiencia de frustración, de silencio, de cansancio. En mis clases hay gente que se duerme y descansa de “estar de un modo”. Usamos demasiada energía en sostener una forma y ser maestro también duele porque tenes en vos todo eso que no querés que el alumno tenga. Ahí está la práctica: enterarse de eso.

Nora, ¿qué es la elegancia para vos?

NM: La elegancia es presencia. El arte abre situaciones estéticas de una potencia enorme. Se cosificó algo que es misterioso y eso es la belleza. Yo me siento con una responsabilidad que no tiene que ver con una profesión, sino con una tarea. Muchos alumnos me dicen: “El mundo no es así afuera” y yo les contesto que el mundo se crea, ay que pensar que todo está dado es una actitud infantil. Podés no amarlo todo, pero sí vincularte de otra manera.

Hugo Mujica dice que mide una buena performance de poesía por el silencio que queda después.

NM: Yo trabajo con eso que llamo la nota del silencio adentro como si fuera un pentagrama del que nace todo: la palabra, la emoción y el recuerdo. No hay que competir con el silencio porque es la fuente de la que nacen muchas cosas. En la actuación, el silencio es atmósfera, presencia y receptividad. El tiempo invisible del arte.

¿Cómo invitarías a alguien a tu formación de maestros?

NM: Como un espacio para abrir más que para obtener algo. Es para todo aquel a quien la transmisión humana lo encienda, que quiera estar con otros, algo que ya de dcirlo, me emociona.