Con Las vengadoras, el director vuelve al universo policial, como lo había hecho en Amor a tiros. Después de ver la obra, le preguntamos detalles sobre su proceso de montaje y también cómo ve al teatro hoy en Buenos Aires.

Bernardo Cappa es actor, dramaturgo y director. Se formó en la Escuela Municipal de Arte Dramático en la década del 90 y desde entonces se convirtió en una interesante figura del teatro porteño. Podemos ubicarlo como parte del denominado “teatro de la desintegración”, como lo definió en 2001 el investigador Osvaldo Pellettieri.

Este tipo de poética ‒ entre cuyos precursores se encuentran Rafael Spregelburd y Daniel Veronese‒ se caracteriza por una parodia tanto a los discursos teatrales dominantes ‒como, por ejemplo, el realismo‒ como a los sociales y culturales.

Ahora bien, la cuestión no pasa por encasillar a artistas cuya labor, sin duda, se va modificando a lo largo del tiempo en interacción con el medio, sino por el hecho de que estas etiquetas nos ayudan a mirar y a pensar los objetos escénicos de una manera que los enriquece. 

El realismo ha dominado y sigue dominando el campo teatral y resulta muy interesante observar cómo, a su vez, se va modificando a partir de las parodias que crean un nuevo tipo de realismo.

Las vengadoras, escrita y dirigida por Cappa, podría definirse como una obra que trabaja a partir de la poética realista y que, también, la parodia. Pero la parodia no se realiza en términos de caricatura y exageración de lo formal (actuaciones, escenografía, etc.) sino que funciona a partir de los serio y realista del conjunto y a partir de la saturación de ciertos sentidos.  

Particularmente en relación a la puesta en escena, desborda el espacio del escenario y rodea al espectador hasta el punto de que algunas acciones escapan a su vista y llegan a través del sonido. Lo popular y lo patriótico invaden todo y funcionan de marco visual y sonoro de una historia en que el bien y el mal son intercambiables. 

El suspenso es el principio rector que hace avanzar la trama y mantiene en vilo al público. De hecho, nunca terminamos de enterarnos de qué es lo que pasó o va a pasar. Y, a la vez, las relaciones con nuestra actualidad hacen que no quepa mucha duda. 

Una obra para no perderse. Seguro nos hará reír y horrorizarnos al mismo tiempo por reconocer en ella al país en el que vivimos. 

Charlamos con Bernardo Cappa sobre el espectáculo y sobre algunas cuestiones de su labor y del teatro en general:

- ¿Con qué otros textos dialoga Las vengadoras?

El prólogo que puso Piglia en su libro Los casos del comisario Crose es un texto de Marx que describe cómo la delincuencia sostiene a la economía. Hay un texto previo que escribí hace mucho tiempo que se llamó Más fácil que llorar, que derivó en Blanco Vivo, este texto es deudor de esos textos, es una derivación. De alguna manera esta obra también es pariente de Amor a tiros, otra obra que escribí sobre el mundo de la policía. Si bien es cierto el parentesco de las obras, ésta tiene su propia singularidad, esta obra es más concreta que las otras.

- La obra está llena de referencias a la realidad, ¿cuánto se fue modificando con los hechos recientes?

Dejamos que la obra se contamine de las noticias, no que se modifique el relato, sólo algunos bocadillos. En ese sentido, tiene una gran llegada con la gente, está activa, esos agregados funcionan como bromas y el público siente alivio con eso.

- ¿Cómo fue el proceso de ensayos, la obra ya estaba cerrada o continuó la dramaturgia durante los ensayos y en la interacción con las actrices? ¿Siempre trabajás de la misma forma? 

Empezamos a trabajar con un texto que yo iba modificando hasta que en un momento lo abandonamos y sólo improvisamos. Mientras tanto, yo iba escribiendo ese nuevo texto y finalmente decidimos trabajar ese último, que se sigue modificando función a función.

Sí, siempre trabajo así, voy escribiendo y modificando el texto durante los ensayos y las funciones. Me interesa el texto que surge en los ensayos, en las improvisaciones, me resulta más orgánico el texto que dicto que el que escribo.

Las actrices en este caso inspiran un texto en el momento de la situación, pero ese texto que se me ocurre es una consecuencia del texto escrito antes. El dictado es una traducción de ese texto, cuando no escribo nada, en el ensayo tampoco se me ocurre nada, dictar para mí es una forma de reescritura de mi propia escritura.

-¿A qué te referís con “dictar” texto?

Cuando miro el ensayo. Mientras lo estoy mirando voy tirando texto. Dictando. Al mismo tiempo que los actores improvisan. Lo que ellos dicen yo se los dicto. Esa escritura sirve más que la que escribo sólo.

BONUS. ¿Cómo ves el teatro local en este contexto?

En Buenos Aires siempre se va a hacer buen teatro. Creo que ahora se quedó sin modelos claros. Esa sensación de orfandad, de no tener padres es por un lado muy buena porque da mucha libertad y al mismo tiempo esa libertad angustia, no hay contra quién hacer, no hay referencias, entonces la tentación de buscar la efectividad es muy grande. 

Por un lado se busca ser efectivos, gustar, y por otro ser originales porque hay una demanda de originalidad en el mercado. Esa contradicción se intenta ocultar, no tiene nada de malo intentar hacer obras que a las que les vaya bien, siguiendo a tal que también le fue bien, tal vez alivie cierta tensión que circula en el medio.

Lo cierto es que el mercado no admite ese sinceramiento, entonces las obras se están volviendo muy autorreferenciales, hay un yoismo muy grande porque tal vez creamos que con nuestra singularidad alcanza pero, claro, si esa singularidad tiene que gustar a un público que ya sabe más o menos lo que le gusta, deja de ser singular y se autosatisface representando lo que el público quiere ver.

Nos estamos obligando a pensar lo mismo, le tenemos terror a la diferencia, y a eso que se le teme es de lo que se huye y en teatro si hay algo que sabemos hacer es disfrazarnos. En este caso, de singulares que casualmente, pensamos más o menos lo mismo. Lo cierto es que eso lo hacemos muy bien.

Dicho esto, veo también mucha necesidad de hacer, estamos muy tristes y el teatro siempre será un lugar de encuentro donde podemos convertir la tristeza en alegría. La alegría creada en grupo tal vez sea el inicio de la nueva ética que estamos necesitando tanto.