Llego justo a la pre-apertura, cuando los curadores comienzan a hablar. La fuerza de sus palabras me atraviesa: ética, escucha, desafío, belleza. São Paulo me recibe con su caos contenido, sus colores saturados, su ruido convertido en pulso vital. Entro a un estuario humano: un lugar donde corrientes diversas se encuentran y se mezclan, donde cada visitante puede detenerse, conversar, perderse y dejarse transformar.
Fundada en 1951, de acceso gratuito, la Bienal de São Paulo se extiende este año hasta el 26 de enero, con una duración que permite recorrer sus seis capítulos sin prisas. No todo viajante anda caminos, título inspirado en el poema de Conceição Evaristo, define la curaduría de Bonaventure Soh Bejeng Ndikung: la humanidad entendida como práctica. No un ideal abstracto, sino un verbo que se conjuga en actos, decisiones y encuentros.
El presidente de la Fundación Bienal enfatizó la relevancia de la muestra: no solo responder a los asuntos contemporáneos, sino problematizarlos, plantear preguntas, generar diálogos. Los artistas y obras fueron seleccionados por su poder crítico, estético y conceptual, así como por su capacidad de reflejar o subrayar desafíos colectivos. Y todo está dispuesto para que el visitante encuentre espacios de interacción, intercambio y contemplación, un acierto absoluto.
Frecuencias de llegada y pertenencia
El primer capítulo centra la mirada en la tierra, el humus, la pertenencia. Quilombos y terreiros se presentan como espacios de resistencia y memoria viva. Piedras, raíces y pigmentos naturales vibran con historias de cuerpos que han sobrevivido a la violencia y la opresión. Aquí, pertenecer es escuchar la tierra, a los ancestros, a las comunidades, y también a ríos, plantas y animales. La ética y la memoria se vuelven palpables.
Gramáticas de la resistencia
Las obras que exploran formas de resistencia ante la deshumanización son contundentes. Videos, esculturas e instalaciones recuperan narrativas silenciadas, denuncian extractivismo, apropiación de tierras y explotación cultural, y proponen nuevos lenguajes de lucha. La emancipación social, cultural y política se manifiesta en cada gesto artístico: resistir es crear, crear es resistir. La humanidad se demuestra en la práctica concreta de la soberanía y la solidaridad.
Ritmos espaciales y narraciones
El desplazamiento, la migración y la transformación urbana dejan huella en mapas, fotografías, esculturas y sonidos. La pregunta que atraviesa este capítulo es cómo cuestionar los ritmos y estructuras que imponen normas y tiempos estándar sobre nuestros cuerpos y espacios. Cada instalación invita a perderse, a desviar el rumbo, a encontrar otros mundos. El tiempo se expande y se pliega, transformando la experiencia del visitante en danza, cadencia y memoria.
Corrientes de cuidado y cosmologías plurales
El cuidado es presentado como acto radical. Rompiendo con modelos patriarcales y coloniales, las obras ofrecen otras formas de relacionarse con el mundo: hierbas, agua, objetos rituales, performances y encuentros colectivos que evocan prácticas indígenas, africanas y asiáticas. La interdependencia entre culturas y ecosistemas se hace tangible. El cuidado deja de ser abstracto: se vive, se respira, se comparte.
Cadencias de transformación
El cambio es condición permanente. Obras cinéticas, procesos vivos y reinterpretaciones culturales muestran que la transformación es poder creativo. La cadencia, entendida como ritmo armonioso y repetitivo, guía la experiencia y recuerda que tradición y cambio pueden coexistir. Resistir dogmas no significa negar la memoria, sino abrirla a nuevas posibilidades.
La belleza intratable del mundo
El cierre de la Bienal celebra la belleza como acto de resistencia. Pinturas con pigmentos naturales, fotografías de paisajes fragmentados y esculturas de materiales reutilizados demuestran que la belleza reside en lo que resiste, sobrevive y se reinventa. Alegría y estética se vuelven herramientas políticas: reconocer lo bello es afirmar la vida, la diversidad y la humanidad.
Diseño que acompaña la experiencia
El recorrido expositivo, diseñado por Gisele de Paula y Tiago Guimarães, es un viaje sensorial. El vacío se percibe como fuerza, el espacio como paisaje en movimiento, los márgenes sinuosos invitan a la pausa. Cada sala propone reinventar el camino, un rito continuo de transformación y presencia.
El Sensory Accommodation Room es un refugio: un lugar donde descansar los pies cansados, dejar que la experiencia se asiente, antes de continuar. La Bienal combina placer estético y rigor conceptual: librería exquisita con enfoque en estudios indígenas, representación de todos los lenguajes y medios artísticos, artistas de los cinco continentes, y un diseño que equilibra contenido y atmósfera de manera impecable.
São Paulo más allá de la Bienal
Para quienes quieran prolongar la experiencia, les recomendamos:
MASP: La colección permanente y la museografía de Lina Bo Bardi, un manifiesto de luz, espacio y narrativa.
Instituto Tomie Ohtake: A Terra, o Fogo, a Água e os Ventos, hasta el 25/1; un museo de errancia que ofrece mundos posibles y lenguajes olvidados.
Galería Mendes Wood: Paulo Nazareth en Pinheiros hasta el 25/10 y Lucas Arruda en Jardins Europa hasta el 6/12; dos exhibiciones que desafían la percepción y la memoria.
Galería Gomide & Co: colectiva Transe hasta el 15/11; arte que provoca, cuestiona y conmueve. Cada recorrido fuera de la Bienal se convierte en extensión de la experiencia: preguntas, resonancias y encuentros que permanecen mucho después de cerrar los pabellones. Brasil me sorprende con la calidad inmensa de su arte.
Un estuario humano
Recorrer la Bienal de São Paulo 2025 fue como entrar a un estuario: corrientes que se cruzan, vibraciones que se mezclan, humanidad que se practica. Las obras, los capítulos y cada espacio invitan a conjugar verbo y presencia: coexistir, resistir, cuidar, transformar, celebrar. Esta Bienal logra equilibrar urgencia y estética, problemas contemporáneos y placer sensorial, rigor conceptual y alegría. Como dice Conceição Evaristo: no todo viajante anda caminos, pero todos podemos aprender a caminar con atención, cuidado y apertura a lo inesperado. Aquí, la práctica de la humanidad se conjuga en cada gesto, en cada escucha, en cada encuentro.







