"Torres Gemelas" es una gran mentira, no son torres ni gemelas, Nyega y Genya. O es también todo eso y otras cosas. Un juego dramático para experimentar. Nada es lo que parece y las reseñas previas no ayudan mucho para un horizonte o marco de previsibilidad como espectador. Claro que uno va con la advertencia de “teatro inmersivo”. Durante la espera y poco minutos antes del inicio, circula un personaje, “el coquén”, con saco rojo, camisa blanca con chabot, vincha de tul multicolor y da la bienvenida en las mesas del bar que hacen de recepción. 

Luego aparecen otros actores repartiendo etiquetas blancas, cuadradas y autoadhesivas que debemos estampar en el pecho, casi en el mismo lugar en que colocamos la escarapela. La propuesta es declarar y escribir nuestro nombre “de verdad” (si esto fuera posible en un entorno ficcional) y otro que elijamos para jugar. Al replique y pregunta de cómo se llama una de las actrices que reparte pegatinas responde: “Yo no tengo nombre”. Nos explican las consignas que están por escrito en unas hojas plastificadas, tipo carta de bar o restaurante. Se intenta leer, se intenta retener el instructivo. De todos modos, nos dicen: 

-¿Entendido? Mejor si no lo entendieron.

-¿Lo saben todas y todes? No lo tienen que entender.

Y entonces ingresamos a la sala sin saber si esto último es tranquilizador o una alerta hacia lo desconocido. 

El salón está en penumbras. Un escenario con instrumentos musicales al fondo, una pantalla mediana a la izquierda, un espejo, una mesa ratona con el yenga y se nos indica acomodarnos en semicírculo contra las paredes circundantes. No hay sillas, el juego es de pie. Esos pies luego bailan, caminan, circulan. Porque el juego del yenga es breve y en realidad hacemos la inmersión en el casamiento de Dolo y Rodri, vestidas de blanco, traje para “él” y camisolín con transparencias para “ella”. Ambas son “ellas” aunque Rodri expresa en una especie de reportaje o declaración que se ve en una pantalla: “Soy una femiboluda que jugué a la bisexual y me fue mal”. Y de la pantalla al salón ingresan las novias y se escucha “que empiece la fiesta”, al ritmo de Thalía, luego Pitbull con “Como yo le doy”. 

Todo es jolgorio, todxs somos actorxs y la “pachanga” se impone hasta que irrumpe el ineludible y ortodoxo vals. Hay tres cambios de parejas y luego al ritmo “Un mundo ideal”, de la película “Aladdin”, un Aladdin striper sube al escenario, a modo de ofrenda erótica para las novias y comienza el despliegue del cotillón carioca. Irrumpe en escena, aunque todo es escena, Milagros, la prima de la novia, y es pura emoción católica: “El matrimonio es un sacramento de Dios. Su plan es perfecto. Dios sí las ama”. Se arma discursivamente la disyuntiva entre monógamos vs polígamos, equipo novia vs equipo novio y entonces es el turno de la música electrónica seguida de “Quiero decirte al oído” de Antonio Ríos. Continúa la jarana que se interrumpe porque lxs actorxs de “verdad” (palabra en jaque en ese contexto), invitan a rapear a los presentes. 

Suben varios, algunos son del público y otros del elenco, pero eso se constatará, casi al final de la obra: “No sé qué mierda digo pero yo rapeo”. Luego se arma el infaltable “trencito” al ritmo de cumbia y acto seguido, música de “chape”. También reaparece el Aladdin erótico pidiendo “que le froten la lámpara”. Y hasta acá llegó la joda. Literalmente se termina la joda. La obra sigue con un tono bien diferente. 

En medio de una penumbra generalizada y luces rojas se abusa de Milagros, la prima católica. Hay violencia, corridas frenéticas, megáfonos, linternas y gran despliegue físico. Los músicos en el escenario aportan percusión a las alocuciones que nos transportan a otra torre dramática: “Nos quieren así, sin hijos, sin futuro”, “El teatro es una excusa para estar casi despierto”, “Dame una razón para no pensar”, “Somos títeres, cada cual en su papel”.

Se inicia una especie de ritual iniciático -a pesar de estar casi al final de la obra- con el rezo de un Padre Nuestro adaptado, acompañado de sahumerios y una actriz grita: 

-No quiero jugar más. Yo sólo quería un compañero que esté orgulloso de mi. ¿Alguien me da un abrazo de verdad?

Se encienden las luces en el teatro El Mandril de Balvanera. Gran pogo colectivo. Fin.