Hay fenómenos artísticos y culturales que pueden parecer localizados y efímeros, pero cuya trascendencia en el tiempo nos indican que son mucho más amplios y masivos de lo que lucen a simple vista. A ese tipo de obras se las suele llamar de culto y "Los locos Addams" es un ejemplo paradigmático de ese concepto, al cual vale la pena analizar en sus distintas dimensiones. Más aún ahora que se aproxima el estreno de "Merlina", nueva serie que estará disponible en Netflix a partir del 23 de noviembre.

Aunque sea difícil de creer, la serie televisiva basada en la historieta creada por Charles Addams para The New Yorker tuvo apenas dos temporadas entre 1964 y 1966. De hecho, a pesar de ser una de las favoritas de los críticos de televisión y de haber logrado la tapa de la famosa revista TV Guide dos veces, nunca superó el puesto 23 en los ratings.

Sin embargo, en ese breve tiempo se las arregló para dejar una huella que todavía permanece y que influyó notoriamente en otras creaciones -y creadores- en las décadas siguientes. No se puede pensar, por ejemplo, en la estética y tonos del cine de Tim Burton, sin tener en cuenta -aunque sea mínimamente- el camino abierto previamente por Los locos Addams.

Es que, si todavía hoy la serie puede sostenerse como un paradigma de lo políticamente incorrecto, en el momento de su lanzamiento fue totalmente rupturista. Había una diferencia pequeña y a la vez decisiva entre las historietas y la serie: si en las primeras los personajes no tenían nombre, para su adaptación, el propio Charles Adams ayudó a ponerles nombres.

Esa especie de bautismo identitario permitió que cada uno de ellos adquiriera un carácter emblemático y que simbolizaran distintas miradas y posiciones sobre el mundo. Al fin y al cabo, ese era el punto de partida para uno de los tópicos centrales de Los locos Addams: los choques de perspectivas, la noción de que había un conjunto de valores y convenciones sociales que podían ser puestos en crisis a partir de comportamientos disruptivos.

En consecuencia, cada capítulo solía girar alrededor de encuentros entre los Addams y otras personas que se horrorizaban con el mundo delirante de esa familia que iba a contramano de todo. El truco humorístico -y, a la vez, de generación de empatía- estaba dado en que los espectadores ya conocíamos a los Addams, podíamos entenderlos y sus acciones podían resultarnos admisibles a pesar de que sabíamos que estaban por fuera de la norma.

Lo inaceptable se transformaba en aceptable, lo impredecible en lo esperable y lo inmoral en otro tipo de norma que hasta podía parecernos mucho más divertida incluso desde lo siniestro. Lo horroroso era abrazado por la serie y reconfigurado por la vía de un humor de tonalidades delirantes e inventivas.

Toda esta operación genérica y discursiva -que hablaba sobre los prejuicios y el racismo que imperaba en algunos sectores estadounidenses-, capaz de crear una nueva estética, provocaba un llamativo desconcierto. No sólo en Estados Unidos, sino también en otras latitudes. Por ejemplo, en Latinoamérica, donde el título original, "The Addams Family", se traducía con el agregado del adjetivo “locos”, mientras la versión en castellano de la canción los señalaba como “una familia muy normal”. ¿En qué quedamos? ¿Locos o normales? ¿O lo loco ha pasado a ser normal? Difícil saberlo, mejor seguir tarareando la pegadiza letra y chasquear los dedos tal como hacían los protagonistas.

Pero, además, el otro gran tema que rondaba era precisamente la familia, pero no como una institución estática y con un modelo único, sino como un núcleo afectivo que podía incorporar una multiplicidad de vínculos posibles. Podíamos querer a Homero, Morticia, Merlina, Pericles, el Tío Lucas y el resto de los parientes por separado (y hasta tener un favorito), pero lo que prevalecía era el conjunto que daba identidad a los individuos. Casi inconscientemente -pues nunca tenían verdaderas intenciones dañinas-, los Addams representaban a los “raros” que chocaban con las estructuras dominantes, lo cual podían hacer porque, ante todo, estaban unidos.

Pero, a pesar de la persistencia de la serie en el imaginario colectivo, hubo que esperar casi tres décadas (en el medio se emitieron una serie animada de corta duración y un especial de Noche de brujas) para que llegara la adaptación a la pantalla grande. Esta se concretó de manera un tanto inesperada, casi por pura casualidad, debido a que la idea surgió durante un viaje en auto. Allí estaba Scott Rudin, jefe de producción en 20th Century Fox, junto a otros ejecutivos, incluido Tom Sherak (jefe de marketing), cuyo hijo empezó a cantar el tema de "Los locos Addams".

Súbitamente, todos los que estaban en el vehículo también empezaron a cantar, en perfecta sincronización, como si estuvieran mirando el show en ese mismo instante. Al otro día, Rudin le propuso a su equipo hacer una reversión de la serie para el cine y así el proyecto comenzó a tomar forma.

Lo cierto es que la película, estrenada en 1991, tuvo un enorme acierto inicial, que fue el elenco. Por caso, Raul Julia y Anjelica Huston, como Homero y Morticia, parecen hechos el uno para el otro y son la pareja perfecta, la combinación justa de maldad, locura y romanticismo desatado. Algo parecido se puede decir de Christopher Lloyd como el Tío Lucas, en una interpretación que requirió de una potente transformación física, además de una evolución narrativa para el personaje muy particular. En cuanto a Merlina, Christina Ricci encontró allí, con apenas algo más de diez años de edad, un rol que no solo definió buena parte de su carrera, sino que también adquirió un carácter icónico que influyó en su generación y las siguientes.

El segundo acierto surgió desde la dirección y también resultó una sorpresa. Si la primera elección había sido, oh casualidad, Burton (que en ese momento venía de cosechar grandes éxitos como "Beetlejuice", "Batman" y "El joven manos de tijera"), el puesto terminó quedando para un tal Barry Sonnenfeld. Este solo contaba hasta el momento con experiencia en la dirección de fotografía, aunque en films muy relevantes, como "Educando a Arizona", "Tira a mamá del tren", "Quisiera ser grande", "Cuando Harry conoció a Sally" y "Misery".

Los locos Addams fue su debut como realizador y allí probó que era capaz de repensar el material original con total acierto. Con una dosis importante de riesgo, aplicó toda clase de ideas visuales y narrativas que revitalizaron el legado de la serie de los sesenta, que así pudo llegar a nuevas generaciones.

Aunque fue mucho menos exitosa que su predecesora (recaudó menos de la mitad), "Los locos Addams II", lanzada en 1993, mantuvo el nivel de la primera parte e incluso en algunos aspectos la superó. Lejos de apostar a la mera repetición, profundizó los conflictos individuales y familiares, pero además le sumó una pátina de sexualidad inusitada y una importante dosis de crueldad, cuya cima absoluta es una secuencia que hace estallar por completo la tradición del Día de acción de gracias. De esta manera, pesar del revés en la taquilla, terminó de consolidar a la saga en la memoria de los espectadores.

Aunque les siguieron nuevas películas animadas y de acción en vivo con otros elencos y directores, ninguna estuvo a la altura de la serie original y los films dirigidos por Sonnenfeld. Sin embargo, el arribo de Merlina (con Jenny Ortega como la hija de los Addams en sus años de joven estudiante) renueva las expectativas y no solo por la presencia de Burton como director de cuatro episodios y productor ejecutivo. También por un elenco con nombres relevantes (Gwendoline Christie, Catherine Zeta- Jones, Luis Guzmán, Fred Armisen, Ricci en un papel secundario) y la experiencia que aportan dos veteranos televisivos como Miles Millar y Alfred Gough, creadores de Smallville. ¿

Se podrá repetir el suceso artístico de los noventa? Ojalá que sí, los Addams se lo merecen.