
Este jueves se estrena ¿Y dónde está el policía?, título un tanto rebuscado para lo que es esencialmente una reversión de La pistola desnuda (1988), esta vez con Liam Neeson como protagonista. En el papel de Frank Drebin Jr., Neeson continúa así el legado construido por Leslie Nielsen como Frank Drebin, el detective más improbable de la historia del cine, que encabezó una saga que atravesó generaciones y simbolizó una forma de hacer humor casi irrepetible. Y decimos “casi irrepetible” porque surge la pregunta sobre si su comicidad todavía puede ser posible en este presente donde la comedia suele quedar limitada por reglas de corrección política un tanto contraproducentes.
Es verdad que La pistola desnuda no inventó nada: por caso, un cineasta como Mel Brooks, con películas como Locura en el oeste (1974) y una gran serie como El superagente 86 (1965-1970), había sido fundamental en la estructuración de un subgénero satírico que deformaba convenciones y discursividades. Tampoco fue lo primero que hizo ZAZ, el trío conformado por David Zucker, Jim Abrahams y Jerry Zucker: su filmografía ya incluía hitos como ¿Y dónde está el piloto? (1980) y Top Secret! (1984). La primera se burlaba abiertamente de ese éxito que había sido Aeropuerto (1970), pero también de todo el cine catástrofe y sus ansias de combinar el gran espectáculo con el mosaico social.

La segunda combinaba la estética de los musicales protagonizados por estrellas como Elvis Presley con el cine bélico, las películas de espionaje y el imaginario de la Guerra Fría para crear un zafarrancho indescriptible. Y mientras que una fue un gran éxito, la otra un ligero fracaso, aunque ambas representaban una vía de la comedia por la cual era la misma materialidad del cine la que era puesta en crisis. Una crisis productiva, en el sentido de que el objetivo esencial era hacer reír a carcajadas al espectador.
Lo que sí distinguió a La pistola desnuda fue su perfeccionamiento del caos: a esa altura, los ZAZ estaban en su cima creativa y con la capacidad para tirar chistes por todos lados y acertar siempre, porque ya habían pulido su caja de herramientas cómicas, destinadas a delinear universos anárquicos, donde cualquier regla de verosimilitud era dada vuelta como una media. Es decir, hubo un aprendizaje previo, que incluyó a la serie Police Squad! (1982), que fue cancelada rápidamente, pero que los ZAZ eligieron continuar a través del cine, pero con otro título, para evitar confusiones con otra franquicia cómica, Locademia de policía. Es entonces que se eligió el nombre de La pistola desnuda porque, según David Zucker, “prometía mucho más de lo que podría entregar”. Esa elección denotaba una lección aprendida: el horizonte elegido era quizás imposible de alcanzar, pero eso no significaba que no se podrían hacer todos los esfuerzos posibles para llegar a él.

De eso se trataba, al fin y al cabo, La pistola desnuda: de perseguir lo imposible, de utilizar al policial como plataforma a la cual satirizar no solo un género, sino cualquier discurso posible, incluidos los extra-cinematográficos. Eso se hacía a través de un contraste permanente entre lo realista y lo insólito, cuyo sustento fundamental estaba en la actitud del protagonista de la película. La comicidad inicial estaba dada por la mirada de Frank Drebin, que siempre se tomaba todo en serio, sin ningún tipo de consciencia sobre cómo el mundo a su alrededor era completamente insólito. No había forma de tomarse en serio la voz over de Drebin narrando los hechos con una tonalidad similar al policial negro, mientras recurría a metáforas insostenibles o se topaba con una literalidad donde nada era lógico. Ahí era fundamental la actuación de Nielsen, un actor cuya carrera estuvo vinculada largamente al drama y que de repente trasladaba ese estilo de composición a la comedia, introduciendo un ruido paradójicamente productivo. Un cuadrado metido en un círculo, podría decirse, con resultados hilarantes.
Pero no solo estaba Drebin como encarnación del sinsentido y la desubicación a cada paso: La pistola desnuda es también un muestrario de cómo utilizar los espacios y los objetos como instrumentos para el humor, retorciendo las perspectivas y creando nuevas capas de sentido. Ahí tenemos a Drebin tratando de mostrar calma y diciendo “no hay nada que ver acá, por favor circulen” mientras atrás suyo está todo explotando y derrumbándose, en una escena que ha pasado a convertirse en un meme eterno y multiuso en las redes sociales. O la silueta marcada de un cadáver en el agua. Son apenas dos chistes, dos muestras de una película que todo el tiempo estaba inventando un mundo deforme y adictivo, donde nada ni nadie se salvaba de ser satirizado.
La pistola desnuda y sus dos secuelas, La pistola desnuda 2 1/2: El aroma del miedo y La pistola desnuda 33 1/3: El insulto final, tuvieron una particularidad adicional: todas ellas, con sus altas y bajas, seguramente de manera involuntaria, funcionaron para muchos de sus espectadores como puentes entre la infancia y la adultez. El humor de los ZAZ podía ser hasta inocente en su fisicidad, pero también audaz en su ruptura de lo políticamente correcto y pícaro en su juego con la sexualidad. Y aunque un niño no entendiera por completo el significado de cada chiste, podía intuir que había algo más ahí por lo que valía la pena reírse. Era la comedia como pura experiencia sensorial, una felicidad contagiosa y comunitaria.
La pregunta entonces es si la nueva versión, que llega en tiempos solemnes y en los que la sátira ha quedado muy relegada, podrá transportarnos de vuelta a ese mundo de feliz imposibilidad. Que Seth MacFarlane (creador de Padre de familia y Ted) sea uno de los productores y que Akiva Schaffer (del notable grupo musical humorístico The Lonely Island, también integrado por Andy Samberg y Jorma Taccone) nos da esperanzas de que eso suceda. Ojalá que el espíritu de Leslie Nielsen/Frank Drebin/ Enrico Pallazzo -quien vio la primera película entenderá el guiño- nos acompañe.