
El escritor y crítico colombiano Juan Cárdenas estuvo en Buenos Aires a finales del mes de septiembre como parte del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (FILBA). No lo hizo solo con su faceta de novelista, sino también como ensayista: este año publicó La ligereza (Sigilo), un conjunto de textos que invitan a repensar los consumos culturales desde una perspectiva abierta, filosófica y profundamente regional.
“Todo gran arte trae consigo la marca de la ligereza”, escribe en el ensayo que abre el volumen, casi a modo de manifiesto. En un tiempo donde la cultura parece medirse por métricas de visibilidad y por la adhesión a modas pasajeras, el autor la sostiene como un valor estético y político. Por un lado, desafía la concepción tradicional de que el arte debe ser solemne y pesado para ser valioso. Mientras que tampoco funciona como sinónimo de superficialidad, sino de aquello que el arte puede captar y traducir en formas sensibles: lo efímero, lo que se escapa, lo que resiste a ser fijado en fórmulas. Es decir, la ligereza, para Cárdenas, permite que la creación artística pueda respirar, moverse y seguir generando preguntas.
A modo de teoría estética, el crítico plantea cómo diferenciar hoy, lo que es o no arte. Se pregunta qué pasa cuando la obra queda absorbida por el mercado cultural, cuando se la piensa más en términos de visibilidad o “tendencia” que de experimentación. En esas páginas, resuena la crítica a un ecosistema donde la originalidad se mide en clicks y la autenticidad en certificados de procedencia. No ofrece soluciones fáciles, pero habilita un espacio incómodo, productivo, que se convierte en un gesto que desafía la solemnidad y abre la puerta a formas de expresión más libres y contemporáneas. Cárdenas reconoce que no existe una única clave de lectura mas este rasgo se erige como un gesto de resistencia y una estrategia política: “Si flota, es político. Si no es político, no flota, por mucho que hable de política.” Reivindica el placer como fuente primordial de esta cualidad: “El arte da placer no porque imite a la vida, sino porque es capaz de traducir sus leyes secretas al lenguaje de las formas sensibles.”

La ligereza recorre también los terrenos de la identidad, la lengua y el exilio literario. El autor advierte sobre los riesgos de reducir la pertenencia a etiquetas fáciles: racial, cultural o geográfica. Detrás de la “literatura de lo marginal”, la “voz de lo indígena”, la “marca de lo racial” señala que muchas veces se esconde una lógica extractiva: transformar la diferencia en producto vendible.
En lugar de encerrar la experiencia latinoamericana en categorías cómodas, sugiere habitar la lengua y el exilio como espacios de expansión y creación. El idioma, dice, no es un corralito nacional ni un sello de pertenencia fija, sino un territorio en expansión, donde se cruzan acentos, giros y memorias. El exilio —forzado o elegido— aparece como experiencia creadora: perder un lugar para ganar otros modos de mirar. La ligereza, aquí, se asocia con esa capacidad de no anclarse en una sola raíz, de moverse con vulnerabilidad pero también con potencia.
En un momento histórico en que parecería que los grandes discursos se agotaron y donde la noción de utopía suele sonar ingenuo o gastado, el escritor se anima a reivindicarlo. No como un programa cerrado ni como un modelo a seguir, sino como una práctica de imaginación política. Lo utópico, afirma, puede volver a ser fértil si se lo separa de los clichés y se lo vincula con la invención.
Desde América Latina, ese gesto adquiere un peso particular. La región, tantas veces leída desde el atraso o la falta, se vuelve en estos ensayos un espacio de futuro. No porque encarne una esencia, sino porque su complejidad invita a razonar de otro modo. Cárdenas apuesta a que el pensamiento crítico latinoamericano no se conforme con denunciar, sino que se arriesgue a proponer. Esa, también, es una forma de ligereza: no quedarse pegado a la catástrofe, sino animarse a imaginar lo que todavía no existe.

Más allá de sus tesis, lo que distingue a estos textos es su forma y estilo. Juan Cárdenas escribe ensayos que se leen como piezas literarias. Hay partes que parecen extraídas de un diario íntimo, también metáforas que se deslizan como escenas casi narrativas, hay imágenes sensoriales y otras plásticas que remiten a su vínculo con el arte visual. Brilla la ironía —como la conversación entre la muerte y la moda— y un ritmo que respira. El libro no es un tratado académico sino que es una voz que piensa mientras escribe, que se deja atravesar por lo sensorial y lo subjetivo. Es un espacio donde la reflexión crítica se entrelaza con la escritura poética, convocando al lector a pensar con él.
En tiempos donde todo parece medirse en métricas, donde la identidad se reduce a etiquetas y la política cultural se debate entre lo solemne y lo rentable, la ligereza actúa como un recordatorio y una provocación. Recordatorio de que la vida —y el arte que la traduce— “es ligera, fugaz, esquiva, grácil, vulnerable y resistente de un modo inexplicable” en palabras del texto. Provocación de que quizás en esa vulnerabilidad se esconda una fuerza para imaginar futuros distintos.
Con esta publicación, Cárdenas confirma su lugar como una de las voces más incisivas del pensamiento crítico latinoamericano contemporáneo. Y nos recuerda que, a veces, el gesto más político es aprender a ser ligeros.