"El Potro, lo mejor del amor", la película de Lorena Muñoz sobre el cantante, continúa la línea de biografías respetuosas que la directora comenzó con "Gilda, no me arrepiento de este amor".

Mientras aguardo la disponibilidad de la sala para ver El Potro, lo mejor del amor una mujer de unos cincuenta y largos se me acerca y me consulta si estaba ubicada en el lugar correcto. Unos anteojos de sol rojo fuego le cubrían la mirada, estaba bien vestida y parecía ansiosa. Al principio, me pregunté “¿por qué tiene los lentes puestos cuando estamos bajo techo?” Luego, me di cuenta que era para disimular las lágrimas. Es que Rodrigo Bueno era el ídolo de su hija, iba a verlo a todos lados y tenía en la pared de la habitación un montón de fotos pegadas con sus distintos cambios de look. Lamentablemente, una enfermedad incurable se llevó a la joven tres meses después de la partida de El Potro. Su madre me cuenta que no lo podía ni escuchar, pero ahora quería ser una de las primeras en ver su película para estar, una vez más, cerca de su hija.

La faceta airosa, enérgica, carismática, llena de vitalidad y alegría del ídolo popular transmite empatía y cariño. El repertorio musical, con canciones que probablemente jamás olvidaremos y seguiremos cantando, es un mantra que se recita en cada cumpleaños, boda, evento festivo o en cada estadio de fútbol – que se pronuncia reversionado –. El ídolo popular atraviesa las fronteras de las clases sociales, de las generaciones, las etnias, de las ideologías políticas. El ídolo popular es parte de todos, pertenece a todos. Y el retrato que realiza Lorena Muñoz en la versión cinematográfica sobre la trayectoria artística de Rodrigo Bueno indaga estos aspectos.

La directora, con el estreno de El Potro, lo mejor del amor corría dos riesgos: por un lado, quedar encasillada como “la directora que narra historias de ídolos populares con final trágico”; por otro lado, que su último material fuera idéntico al anterior. En 2016, Muñoz dio a conocer Gilda, no me arrepiento de este amor, un respetuoso homenaje a una de las figuras más importantes de la movida tropical. Protagonizada por Natalia Oreiro, la película flameaba entre dos vertientes paralelas: el biopic y el melodrama. La mirada femenina desde donde se contaba la historia evidenciaba una profunda conexión empática con el personaje. Así, Muñoz se acercaba a una zona más íntima de la cantante en la que las demandas y reproches maritales estaban a la orden del día. Gilda era retratada desde su imagen como ama de casa, maestra jardinera, esposa y madre. El gesto interesante de Muñoz recaía en mostrarla como un ser humano común y corriente que, luego, fue beatificado por la gente. 

La trama de El potro... podría haber transitado esa fórmula ya explorada y conocida por Muñoz. Sin embargo, se dedica a mostrar una línea cronológica que va desde los inicios musicales de Rodrigo, conocido como “el bebote cordobés”, hasta su consagración, con los trece Luna Park, bajo el nombre “El Potro”. La transición de etapas va acompañada de experiencias dolorosas, siendo un fracaso en Buenos Aires y la muerte repentina del padre las principales. Así, al principio, visualizamos un Rodrigo inocente, que está en permanente compañía de sus padres, quienes lo contienen y enfocan en el camino correcto, sin exigirle ni reclamarle nada, simplemente lo acompañan; para asistir, luego de los procesos traumáticos atravesados, a una faceta desdibujada, oscura, con la presencia de “amigos del campeón” que lo desvían de su meta, llevándolo a la perdición.  

Muñoz no condena ni realza los distintos prismas del ídolo cordobés. Muestra todo lo que tiene a su alcance para hacer un retrato sincero y respetuoso hacia su figura y las de sus familiares. Probablemente, otro riesgo hubiera sido que su correcta y coherente actitud, no transmitiera nada. Pero, por suerte, eso no sucede. Tampoco recae en obviedades tales como exhibir una escena larga sobre el padecimiento interno y/o adicción a las drogas del artista. Si Rodrigo consumía, se lo sugiere mediante el recurso del fuera de campo – es decir, eso que existe en el mundo de la ficción por fuera de la imagen que vemos – o con un plano de papeles metalizados.

Por otro lado, al igual que en la película de Gilda se evidencia una mirada feminista. A lo largo de la historia, nos situamos desde el punto de vista de Rodrigo; sin embargo, en un momento esa dirección se bifurca hacia la intimidad de Patricia Pachecho – ex mujer de El Potro y madre de su progenitor, Ramiro Bueno – en la que vemos a una reciente madre primeriza, preocupada por la vida frenética de su marido, que se maneja en solitario con su bebé. “Ellos trabajan y a nosotros nunca nos faltó nada”, expresará Florencia Peña en piel de Beatriz Olave, madre de Rodrigo.

Las actuaciones de la película son sólidas. Digna de aclamación es la interpretación de El Potro realizada por Rodrigo Romero. Resulta increíble que este hombre nunca haya actuado ni cantado en su vida y se dedique solamente a su oficio de albañilería. Oriundo de Córdoba y fanático del cuarteto, Romero quedó elegido por la jefa de casting que al ver su fotografía expresó que era justo lo que estaban buscando. La cercanía con la figura de El Potro no sólo se percibe en su parecido físico, sino también en el tono de su voz. Romero interpreta las canciones “Yerba mala”, “Fuego y pasión”, “Lo mejor del amor”, entre otras, con magnetismo.

En el caso de la interpretación de Beatriz Olave, la actriz Florencia Peña, requirió de una couch para poder adquirir el tono. Comentó en varias entrevistas que la pronunciación de Olave es de un cordobés sutil, por lo que las terminaciones de las frases suelen ser más cortas que las porteñas. El trabajo fue intenso y en cada escena que se filmaba estaba presente la couch, quien podía realizarle correcciones y sugerencias a la actriz. En el caso de Fernán Mirás, que interpreta a “El oso”, representante de El Potro, ejecuta su papel sin inconvenientes, siendo otro de los protagonistas de esta historia.

Por último, resulta igual de gratificante el recurso mítico que va indagando para construir la imagen del ídolo popular. Si en Gilda..., Muñoz utilizaba juegos de luces y sombras con el propósito de mostrar el cariz de santa de la cantante; en El Potro los planos irán componiendo una imagen del ídolo cercana a la figura de Jesús, como una escena bellísima y emocionante donde vemos a Rodrigo quebrado, recostado sobre la cama, siendo sostenido y contenido por su madre en una clara referencia a las imágenes de Jesús y la Virgen María en momentos posteriores a la crucifixión.