Cuando Anna Karina llegó a París con tan sólo 17 años, jamás se imaginó que se convertiría en un ícono de la historia del cine, ni mucho menos que, paradójicamente, su vida se transformaría en una auténtica ficción, colmada de sacrificio, éxito y un romance de película. Con su belleza y espontaneidad no sólo supo capturar la esencia de una época que anhelaba ir en contra de lo establecido, dando paso a nuevas maneras de expresión y representación de la mujer, sino que también marcó un antes y un después en el séptimo arte.

Hanne Karin Blarke Bayer nació el 22 de septiembre de 1940 en Solbjerg, Dinamarca. Su padre, un capitán de barco, abandonó a su familia cuando tenía tan sólo unos meses de vida, razón por la que Hanne pasó gran parte de su infancia con sus abuelos maternos. Años más tarde, se mudó junto a su madre y su padrastro a Copenhague, con quienes nunca pudo entablar una buena relación. Las discusiones y diferencias eran constantes, por lo que la aspirante a actriz comenzó, poco a poco, a hacer su carrera para huir de su hogar lo más rápido posible.

Mientras trabajaba como ascensorista en un almacén de la ciudad, Hanne Karin obtuvo pequeños papeles en cortometrajes independientes, así como también se desenvolvió como modelo de publicidad y cantante en los más diversos cabarets. Con el dinero justo y necesario, la decidió ir en busca de sus sueños ni más ni menos que a París, epicentro de los más grandes artistas e intelectuales.

Al poco tiempo, Hanne comenzó a aparecer en revistas de renombre como Jours de France y Elle y a modelar para importantes figuras del mundo de la moda, entre ellas Pierre Cardin y Coco Chanel. La famosa diseñadora vio en aquella adolescente un enorme potencial y decidió rebautizarla como Anna Karina, nombre que rinde homenaje a “Ana Karenina” (1877), novela del escritor ruso, León Tolstói.

Sin embargo, el verdadero giro en la vida de Anna Karina llegaría en el verano de 1959, cuando protagonizó una publicidad del jabón Palmolive. “Su fragancia... es tan fresca... es tan suave...”, exclamaba en una bañera envuelta en espuma. Por obra del destino, un ambicioso crítico de cine, Jean- Luc Godard, se topó con el anuncio mientras buscaba a una actriz para su primera película, “À Bout de Souffle”. El futuro cineasta no sólo se obsesionó con la belleza de Anna, sino que también tenía la certeza de que había descubierto a una nueva promesa del cine.

Godard logró contactarse con Anna Karina y pautaron una reunión en su oficina. El director le ofreció un papel secundario que incluía escenas de desnudos, por lo que la modelo rechazó la propuesta. Tal respuesta dejó atónito a Godard, ya que recordaba a la perfección la publicidad de Palmolive. “Allí lo único que se veía era mi cabeza y una mano saliendo de la espuma. Yo sólo estaba desnuda en su imaginación”, respondió Anna con firmeza.

El personaje fue eliminado de “À Bout de Souffle” y el rodaje comenzó con Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg como protagonistas. Una vez estrenada en 1960, el film fue un éxito rotundo. Se trataba del comienzo de la Nouvelle Vague -o Nueva Ola francesa-, un movimiento cinematográfico liderado por jóvenes amantes del séptimo arte que rechazaban las reglas impuestas por el cine convencional francés y las grandes productoras.

Inspirados por el Neorrealismo italiano y directores como Alfred Hitchcock y John Ford, proponían revalorizar la figura del autor, así como también crearon su propia estética, lo que imprimía a sus películas un estilo moderno y disruptivo. Algunos de ellos fueron François Truffaut, Agnès Varda, Claude Chabrol y, por supuesto, Jean-Luc Godard.

Tras los elogios de “À Bout de Souffle”, Godard puso en marcha su segundo proyecto, “Le Petit Soldat”, un drama sobre la guerra de Argelia. Sólo podía imaginar a Anna Karina como protagonista, por lo que volvió a contactarla y, sin estar del todo convencida, la actriz aceptó. De esta manera, el joven cineasta fue testigo del nacimiento de una estrella.

Anna Karina encarnó personajes femeninos nunca antes vistos en el cine, desde una prostituta (“Vibre Sa Vie”), una mujer perteneciente a un grupo terrorista de izquierda (“Le Petit Soldat”), una estudiante atraída por el mundo criminal (“Bande À Part”), hasta una fugitiva (“Pierrot Le Fou”). Sin embargo, ningún director era capaz de retratar y potenciar su talento como lo hacía Godard. La cámara era testigo de un juego de seducción entre la actriz y el cineasta. Se inspiraban el uno al otro, dando como resultado escenas cargadas de sentimientos, con primeros planos sostenidos y profundos monólogos sobre la vida, fusionados en un montaje más metafórico que realista.

Ambos sabían que aquella atracción trascendía el plano de la ficción y, finalmente, Anna Karina y Jean-Luc Godard se casaron en marzo de 1961. Eran la pareja del momento: jóvenes e intelectuales, con grandes carreras por delante. Con el tiempo, las fiestas y premieres se vieron opacadas por celos y rumores de infidelidades. Sin embargo, por más problemas que tuviesen, Godard siempre necesitó de Anna para hacer cine, ya que el arte era su manera más pura y real de expresar sus sentimientos. De esta manera, las películas de Godard no son sólo clásicos indiscutidos, sino que también son postales de una historia de amor.

Años más tarde, ya divorciada de su ex-esposo, la actriz comenzó a trabajar con diversos cineastas de renombre como Jacques Rivette, Roger Vadim, Luchino Visconti, Volker Schlöndorff y Rainer Werner Fassbinder. Asimismo, incursionó en la música y la literatura y, como si fuera poco, hizo su gran debut como guionista y directora en 1973 con “Vivre Ensemble”.

Además de su faceta artística, Anna Karina se convirtió en toda una referente de la moda de los años 60. Con atuendos en los que abundaban el amarillo, azul y rojo, su tan característico flequillo y un delicado delineado, creó un estilo propio, natural y simple, pero moderno y vibrante al mismo tiempo. A su vez, supo trasladar su esencia a la pantalla grande con icónicos vestuarios que, hasta el día de hoy, son fuente de inspiración para cientos de diseñadores alrededor de todo el mundo.

Pensar en Anna Karina es como ver una película dentro de otra película. Aquella adolescente que soñaba con ser actriz no sólo logró consolidarse como una verdadera estrella, sino que sus personajes fueron un fiel reflejo de sus deseos de rebelarse frente a las reglas impuestas por la sociedad, en una época donde las mujeres luchaban por encontrar mayores y mejores espacios de trabajo y representación. Libre y revolucionaria por donde se la vea, Anna Karina será por siempre un ícono imborrable de la historia del cine.