Alberto Greco en Piedralaves, 1963, Registros de Montserrat Santamaría.

Dos exposiciones (una en el Museo de Arte Moderno y otra en la galería Del Infinito) inauguraron para celebrar el 90 aniversario del nacimiento de este creador argentino que rompió con los cánones del arte de su época. Nacido en 1931, se suicidó en 1965, dejando en su corta vida una inmensa, variada y moderna obra.

Acababa de sobrepasar la edad de Cristo, el ser que tanto lo inspiró, sea por rechazo o por curiosidad, y cuyo nombre utilizó incluso para titular un espectáculo. El día que decidió dejar este mundo y materializar su última producción, su muerte firmada sobre su propia mano, Alberto Greco tenía 34 años. Estaba en Barcelona, el destino final de un itinerario que lo llevó a vivir en distintos países europeos. 

Greco desconoció todo tipo de límites dentro del campo del arte de las décadas del 50 y el 60. Fue visto por las generaciones precedentes, incluso por la suya, como rebelde, raro y hasta un poco loco. Sin embargo, sus prácticas violentamente innovadoras se iban a naturalizar y universalizar apenas unos años después. Sentó jurisprudencia, convirtiéndose en un antecedente argentino de la performance, el arte conceptual y relacional. 

Alberto Greco en Piedralaves, 1963, Registros de Montserrat Santamaría.

Ahora cumpliría 90 años. Para celebrarlo, aunque sea en ausencia, dos muestras inauguraron en simultáneo en Buenos Aires: Alberto Greco: ¡Qué grande sos!, en el Museo de Arte Moderno, y La pittura è finita. Poses e imposturas de Alberto Greco en Italia en la galería Del Infinito. Ambas abrieron para rendirle homenaje y recuperar algunas de sus etapas menos conocidas.  

En Del Infinito se exhiben 24 fotografías inéditas del Archivio Claudio Abate, fotógrafo italiano que registra su paso por Italia entre julio de 1962 y enero de 1963. La exposición del Moderno incluye una serie de trabajos comisionados a artistas jóvenes contemporáneos, que reversionan o aportan un nuevo punto de vista sobre obras de las cuales no quedan registros, como las acciones, intervenciones o “vivo dito”, como los llamaba Greco. Entre los artistas invitados aparecen Joaquín Aras, Agustina Muñoz, Guillermina Etkin, Sebastián Gordín y Daniel Leber. 

El artista más grande de América

Alberto Greco comenzó su carrera como pintor, indagando en la corriente de moda en 1950: el informalismo. Pero la pintura como disciplina tradicional e histórica no le cerraba, así que se lanzó a experimentar. ¿Qué pasaba si otros elementos no artísticos se mezclaban con los consagrados óleos? ¿Qué si hacía pis sobre las pinturas? ¿Los colores se transformarían? ¿Qué reacciones químicas se producirían? ¿Y si las obras se exponían a la intemperie, al viento, a la lluvia? Sus pinturas no son sólo pinturas, están cargadas de contextos, de condiciones meteorológicas, de ciudades, paisajes y pensamientos. 

Foto: Evelyn Márquez

Mucha gente desprevenida supo de su existencia por los afiches típicos de publicidad que Greco colocaba en la ciudad y que ahora podemos ver pegados en las paredes del museo. En ellos escribía: “Greco, el artista informalista más grande de América”, o “Greco, ¡qué grande sos!”. No era un ejercicio de vanidad, era demasiado lúcido para caer en eso. Se acoplaba más bien al modelo publicitario de vida tan predominante en el mundo capitalista del siglo XX. Cumplía con la que sería una de las premisas del arte contemporáneo: no hacer nada sin crear a su público primero y sin avisarle a la prensa. 

El arte “Vivo Dito”, la aventura de lo real

A principios del siglo XX, un artista completamente rupturista como fue el francés Marcel Duchamp, propuso que la idea detrás de una obra de arte era mucho más importante que el trabajo manual que un artista pudiera hacer. No importaba si el objeto había sido comprado en una tienda, el hecho de que un artista lo considerara arte alcanzaba para serlo, ya que le añadía un pensamiento y un fin completamente nuevos. Esta concepción fue fundamental para Greco, quien eligió al señalamiento como una de las formas más importantes de su trabajo. 

Una de sus performances más reconocidas fue la del “Vivo Dito”, con la cual experimentó sobre todo en sus viajes por España. En ellas, hacía un círculo de tiza en el piso e invitaba a algún transeúnte a pararse en el medio. Luego firmaba la obra efímera y esa persona pasaba a ser una creación de Alberto Greco.

Vivo dito en 1962 en Paris.

Vemos este círculo al ingresar a su muestra en el Moderno. En él, podemos pararnos y convertirnos, por unos instantes, en una pieza de Greco. Otra sala recopila las fotografías de registro de estas acciones, donde la gente posa ante la cámara, entre sorprendida y divertida, con carteles que atestiguan ser parte de este proyecto.

Como sucedía de forma frecuente en el arte moderno, Greco escribe un manifiesto para conceptualizar su nueva tendencia: “El artista enseñará a ver, no con el cuadro sino con el dedo”. Otra gran novedad se avizora en estas intervenciones: a su obra la enmarcan las calles, la vereda, las plazas; la legitiman los vecinos. No necesita de ninguna aceptación externa dada por un museo o galería que autorice su exhibición o su realización. 

Provocación y Herejías 

La de los señalamientos fue quizás la instancia más amigable de su trayectoria, ya que en otras se caracterizó por la provocación y el escándalo. En 1962, participó en una exposición colectiva en París, en homenaje al escultor Curatella Manes. Pocos minutos antes de la inauguración apareció con su instalación: una caja con 30 ratas, que comían, dormían o copulaban ante la mirada indignada de los galeristas. Al día siguiente, lo instaron a llevarse su obra de “arte vivo” porque daba mal olor. Una animación proyectada de Joaquín Aras acompaña y recrea magistralmente la historia de esta intervención. 

También incursionó en las artes escénicas, en un espectáculo revulsivo que llamaría Cristo 63 y que recuerda a las violentas performances que los dadaístas organizaban para incomodar al extremo. La primera función se llevó a cabo en Roma y fue muy poco consensuada de manera previa, cada actor se hizo presente con el disfraz que consideró más conveniente. El público estaba habilitado a intervenir cuando así lo considerara.

Foto: Evelyn Márquez

El escaso guion no se respetó y los insultos entre todos los presentes colmaron el lugar. En medio de la confusión, el actor que interpretaba a Cristo, va a la cruz y se clava, mientras Greco, desnudo, lo acompaña atravesándose un clavo en el pie. La policía detiene el espectáculo y a un amigo le comentaría luego: “Basta decirte que fue tal el escándalo que tuve que abandonar Italia antes de las 48 horas. Me internaron luego de la función con chaleco de fuerza en un hospital atendido por monjas que me odiaron. Logré escaparme por una ventana ayudado por el director de la compañía”.  

Quizás las monjas se estaban vengando entonces de una muestra de Greco en la que fueron protagonistas. En octubre de 1961, en una galería de Buenos Aires, Greco inaugura Las Monjas, integrada por pinturas informalistas y fotos suyas posando con el hábito. En el centro de la sala estaba la “Monja asesinada”, un hábito religioso sucio y lleno de pintura, clavado a un bastidor de madera. 

El Fin

Una persona que vivió toda su vida tan intensa y emocionalmente no podía morir de otra manera. En 1965, luego de un viaje a Ibiza con su pareja Claudio, compone “Besos brujos”, un texto ilustrado de clasificación imposible que reúne declaraciones, escenas reales vividas, con ficciones de obras de teatro y textos sacado de revistas. Las historias agridulces se mueven entre la comedia y la tragedia; sus temores se dilucidan entre letras de tango y radionovelas. Una excelente lectura de Agustina Muñoz y Guillermina Etkin interpreta estos escritos en "Greco: ¡Qué grande sos!”, una de las producciones más destacadas del artista, que fue adquirida hace unos años por el MOMA de Nueva York.

Unos meses después de ese viaje, Greco revisa el diario de Claudio. Encuentra cosas que hubiera preferido no saber, al punto que decide terminar con su vida. En sus últimos minutos escribe sobre su mano la palabra FIN y deja un escrito en el que determina que ésta fue su mejor obra de arte. Se hizo eco de sus propias palabras pronunciadas años antes: “creo en la otra pintura, en la pintura vital, en la pintura grito, en la pintura como una gran aventura de la que podemos salir muertos o heridos pero jamás intactos”.

El libro puede leerse online en la web del Moderno.

Mientras duren las restricciones por la pandemia y no puedan visitarse presencialmente las muestras, es posible ver online gratis el catálogo- libro de Alberto Greco: ¡Qué grande que sos!, volumen editado en 2016 y ahora reeditado, que fue parte del origen de esta retrospectiva en el Moderno.