Interpretada por Violeta Utrizberea y dirigida por Andrea Garrote, “Una casa llena de agua” es la primera obra de teatro que escribió Tamara Tenenbaum. También fue, dentro de las que produjo Teatro Futuro (la compañía integrada por Mariano Tenconi Blanco, Carolina Castro y el músico Ian Shifres), la primera cuya autoría no corresponde a Tenconi. Desde Zibilia hablamos con la actriz que se destaca en el rol de una joven de veintipico que trabaja de niñera en una casa de clase media alta en los años 90.

Milena (Urtizberea) vive en Montserrat, estudia biología y pasa muchas horas encerrada en la habitación de Ángeles, la beba que cuida. Sin embargo, para Milena esa labor es algo temporal que le permite ahorrar para cumplir su sueño de viajar a la costa mediterránea. El personaje le habla a esa nena que aún no puede comprender sus palabras, y así, desde un comienzo, “Una casa llena de agua” se arriesga a optar por una excusa tan problemática como atractiva para que su única protagonista se exprese: dirigirse a alguien que no puede siquiera asimilar lo que escucha.

Como espectador, puede percibirse la dificultad que supone sortear semejante hazaña, pero ahí está Urtizberea para lograrlo de manera impecable. Potenciada por la dirección de Garrote, quien supo instaurar la presencia de la beba en distintos lugares de la habitación, despliega el monólogo incluyendo las monerías y distracciones que suelen hacerse para que una criatura no llore. Aunque nunca veamos a Angie, podemos imaginarla con Milena haciéndole morisquetas mientras habla de sexo, de dinero, de MacGyver o de su admiración por la capacidad de adaptación de los pulpos. Con un pie en el agua y otro en la tierra, el personaje transita la disociación entre fantasear y cumplir, mientras revela rasgos de su identidad en medio de la inestabilidad de un futuro incierto.

¿Cómo describirías la experiencia de ser dirigida por Andrea Garrote?

Andrea fue y es fundamental para animarme al abismo, al terror de estrenar. Cuando Mariano me llamó para actuar en la obra, yo no conocía personalmente a Tamara Tenenbaum, pero leí el texto y me gustó mucho. Entonces, con él pensamos en quién podía dirigirla, y queríamos que sea una mujer. Con Andrea nos habíamos cruzado muy poquito laburando en una serie, y siempre la admiré mucho como actriz, me parece una artista espectacular. Desde la dirección, su búsqueda siempre fue acertada; es el día de hoy que disfruto de que me haga marcaciones. Su punto de vista es muy preciso y me suma mucho; su mirada de docente se nota en su observación de la actuación. Las dos somos muy obsesivas, y nos entendemos hasta en marcas minúsculas.

Además, son compañeras de elenco en “Inferno” de Rafael Spregelburd, ¿Esa posibilidad surgió a raíz de lo compartido en el unipersonal?

Sí, ella me propuso. Le dijo a Rafa que yo podía hacer ese papel. “Inferno” es una obra “muy de Rafa”, en el sentido de que es una maquinaria perfecta donde todo encaja. Un laberinto. Una experiencia bastante única, de una intertextualidad muy borgiana. Me siento muy privilegiada de poder estar diciendo los textos de ambas obras todas las semanas.

“Una casa llena de agua” se estrenó en octubre de 2021 en el Centro Cultural San Martín y luego se repuso en el Metropolitan. ¿Qué particularidad tuvo el comienzo de esta nueva temporada en Dumont 4040?

Cambiar de sala fue un poco más drástico de lo que creía. La del Cultural San Martín, el Metropolitan, la de La Plata o la de Rosario eran parecidas en cuanto a lo que tenía que hacer en el escenario. Esta es más chica, tengo a la gente más cerca, y me llevé una sorpresa. Todo cambia un montón. De todos modos, al ser un unipersonal, la obra merece un espacio así, que permita generar más intimidad. Ahora todo se ve amplificado: la mirada es más minuciosa y hay otra conciencia del detalle que me demandó entrar en otro código. Lo estoy disfrutando cada vez más.

Sin embargo, según has señalado, cuando te llegó la propuesta no tenías pensado hacer un unipersonal. No era algo que querías en ese entonces.

Claro, cuando me lo propusieron me parecía más bien el peor plan del mundo. Nunca había soñado con un unipersonal porque soy muy dependiente de hacer con otro, y me resultaba de una soledad infinita estar ahí en el camarín maquillándome. En general me gusta hacer las cosas de a dos, tengo una necesidad de un interlocutor. Estar sola me resultaba terrible, un abismo. Pero ese punto de vista cambió con esta obra y la paso bárbaro. Además, entre Caro (Castro, la productora ejecutiva), Andrea y Tamara me hacen mucha compañía de previa y después de la función yendo a cenar. Entonces, algo de la ceremonia del teatro, de compartir con otro, está presente.

La obra lleva inevitablemente a reflexionar sobre las tareas de cuidado, ¿Cómo resultó involucrarte con el material cuando habías sido madre hacía tan poco?

Cuando Mariano Tenconi me propuso hacer la obra, mi hija Lila tenía cuatro meses, así que yo me la pasaba “hablándole a un bebé que no te contesta”. Por suerte, me llegó esta posibilidad después de ser madre, porque ahora tengo un entendimiento que no hubiera tenido antes. Me conmueve mucho, y eso tiene que ver con estar atravesando ese momento en lo personal.

En la obra, Milena cuenta que la mamá de Angie le explica: “Alguien tiene que estar acá”, refiriéndose a que no puede viajar porque tiene que estar con la nena. ¿Cómo te resultan estos vínculos, determinados por el trabajo de cuidar?

Como tengo una niñera que cuida a Lila, pienso mucho en esa relación de amor y en las contradicciones que me genera esa relación extraña que implica tener a una persona viendo tu intimidad absoluta. Es un trabajo muy particular, porque uno en general no se mete en la casa de su empleador a compartir la cotidianeidad. Por un lado, la persona que cuida al hijo de otro es fundamental en la vida de quien lo contrata y, a la vez, no deja de ser una relación laboral. Eso en la obra se muestra bastante.

¿Qué desafíos te sigue presentando abordar este monólogo?

Como es un trabajo que requiere de una concentración extrema, no puedo relajarme en ningún momento. Las veces que lo hago, me equivoco. En la sala más grande podía mirar unos segundos para el costado, pero en esta no puedo descansar ni un segundo. El desafío es volver a habitarlo y que tenga vida cada vez, y eso sucede: siempre aparecen cosas nuevas porque me divierte mucho hacerlo. Se trata de un texto que no me resulta pesado, que siento muy propio. Darle sentido a las palabras depende totalmente de mí, y eso lo vuelve un desafío actoral interesante con el que siento que crecí un montón.

Pese a permanecer tantas horas en el cuarto de Angie, Milena no parece estar sometida al encierro: se divierte, prueba picardías no exentas de riesgo, toma decisiones, e incluso ambiciona con acceder a ciertos hábitos de una clase social que no es a la que pertenece. ¿Cómo pensás ese tránsito?

La obra sucede en los 90, y esa elección no es ingenua porque en este presente no podría contarse sin nombrar el cambio de paradigma que hubo en los últimos años con el feminismo. Milena es una chica bastante observadora, crítica, que va a la facultad. Hoy no podría relatar ciertas cosas con la liviandad con que lo hace. Es decir, puede ser como es porque sucede en otra época. Incluso Tamara dice que la situó en los 90 porque hoy el personaje estaría todo el día con el celular, y un celular es lo más antiteatral del mundo. Hay algo particular de este dispositivo, que hace que Milena le hable a la nena porque no tiene otra cosa que hacer.

Por otro lado, ella vive como una aventura mucho de lo que le pasa, está muy divertida con el asunto, y recibe una cachetada de realidad asociada a las consecuencias que tiene meterse en la vida de los otros. En la juventud, a veces uno piensa que puede manejar ciertas cosas o cree que puede hacerlas de manera liviana, pero la vida nos va enseñando que no. Todo nos modifica y afecta. Para cuidarse de ciertas cosas, hay lugares que es mejor no habitar.

En el momento en que está emplazada la acción de “Una casa llena de agua”, la desigualdad pasaba más desapercibida como tal y era la norma: un hombre que no sabe si su mujer querría ejercer la carrera que estudió, que pide cosas y mucho no pregunta pero que lo hace “con una suavidad que no te podés enojar”, o el hecho de que una mujer aluda a la existencia de otro tipo para lograr que alguien se aleje, como si la capacidad de decidir de una no fuera razón suficiente para decir que no.

Esas son solo algunas de las prácticas sugeridas -con gran maestría- por Tamara Tenenbaum en este monólogo que se desarrolla más de quince años antes de la consigna del histórico "Ni una menos", el movimiento que visibilizó la violencia machista y la importancia de la perspectiva de género como categoría para cuestionarnos.

El shopping Soleil, el uso del fax, “Potro”, “de posta”, “curtir”, y muchas otras referencias noventosas enraízan el tiempo del relato, a la vez que generan mayor particularidad en las confesiones amorosas de Milena y en sus reflexiones éticas sobre la sociedad en la que vive:

¿Cómo son las jerarquías de humillación de la mujer según el trabajo al que accede en un hogar acomodado? ¿Qué diferencias hay entre ser maestra, niñera o mucama? ¿Cómo es el uso del tiempo para los ricos? ¿Cómo es el uso del tiempo en la maternidad? ¿Qué es conocer a alguien?