
La taquilla cinematográfica del 2024 dejó datos predecibles y otros un tanto sorpresivos. Entre lo primero estuvo el predominio de los grandes tanques norteamericanos, en particular de la animación, con cifras astronómicas para Intensamente 2 (más de 6,5 millones de entradas vendidas) y otros grandes éxitos como Mi villano favorito 4, Moana 2 y Kung Fu Panda 4. Algo parecido puede decirse de la cifra total de tickets vendidos: 36 millones, el peor registro desde el 2010, sin contar el 2020 y 2021. Esto es producto no solo de un mercado al que le cuesta recuperar los números pre-pandemia (algo que está pasando a nivel global) y una oferta escueta del cine estadounidense (consecuencia de la huelga de actores y guionistas) pero también de una situación económica muy compleja para el país, en especial durante el primer semestre, que retrajo mucho el consumo.
Lo sorpresivo vino por el lado del desempeño del cine nacional, que se esperaba sea mediocre, para terminar siendo catastrófico si examinamos el ranking oficial del INCAA. No solo no entró ninguna película en el top 10 del año: recién podemos ver un film argentino en el puesto 42. Se trata de El jockey de Luis Ortega, que llevó algo más de 125 mil personas a las salas, lo cual no dejó de estar por debajo de las expectativas teniendo en cuenta que en su elenco había actores como Nahuel Pérez Biscayart y Úrsula Corberó. Aún así, fue la única producción nacional que superó la barrera de los cien mil espectadores: le siguieron Culpa cero, protagonizada por Valeria Bertucelli y Cecilia Roth con 74 mil y Jaque mate con Adrián Suar con 63 mil, todos números decepcionantes. Ningún otro film que alcanzó las 50 mil entradas y solo doce obtuvieron más de 10 mil. De los 235 lanzamientos que hubo durante el 2024, solo 99 vendieron más de 1000 tickets en los cines.

Si aplicamos una mirada general, el panorama no mejora: en total, todas las películas sumaron algo más de 1.100.000 entradas vendidas dentro de un total de más de 36 millones. Lejos quedaron momentos como el 2014, donde el éxito de Relatos salvajes impulsó al cine nacional a lograr su mejor marca histórica: más de 8 millones de tickets y cerca del 20% del total de la concurrencia. Es cierto que ya el 2023 anticipaba un descenso pronunciado: el total había sido de poco más de 3 millones de espectadores, aunque un tercio se lo había llevado el documental Muchachos, la película de la gente. Pero igual la caída es estrepitosa y merece un análisis -o por lo menos enunciar algunas hipótesis-, ya que es posible que la situación no mejore durante el 2025.
Un elemento a tener en cuenta
Mal que le pese a muchos, no se puede culpar a la actual gestión del INCAA por estos números. Las películas estrenadas durante el 2024 fueron financiadas y realizadas, a lo sumo en el segundo semestre del 2023, cuando el Instituto todavía estaba presidido por Nicolás Batlle, que reemplazó a Luis Puenzo. De hecho, la influencia de la gestión Puenzo-Battle posiblemente se sienta hasta bien entrado el 2025, teniendo en cuenta los tiempos burocráticos y productivos de una industria donde los procesos de desarrollo toman unos cuantos años.

De ahí que señalar al actual presidente del INCAA, Carlos Pirovano, y a la mirada sobre la cultura del gobierno libertario como la causa y consecuencia a la vez de este presente sería apenas una parte de la respuesta y difícilmente conduzca a conclusiones productivas, más allá de las críticas que se puede hacer a una gestión que por ahora solo piensa en reducir gastos y no en cómo llevar a cabo políticas coherentes y sostenibles en el tiempo.
Tratemos entonces de indagar en otros factores un poco más incómodos. Por empezar, ya es notorio que, si todas las cinematografías tienen lo que podría denominarse como “star-system” -es decir, un conjunto de estrellas que garantizan un piso de taquilla importante -, el del cine argentino se ha reducido a dos figuras. Estamos hablando de Ricardo Darín y Guillermo Francella, dos veteranos que conectan con un público muy adulto, al que interpelan en gran parte desde la conexión generacional.
Eso nos lleva al horizonte de espectador al que suele dirigirse la producción cinematográfica nacional: una audiencia que está arriba de los cuarenta años, justamente la franja etaria que en todo el mundo está dejando de ir a los cines y migrando al streaming. De esto último ya empieza a ser consciente buena parte del mainstream: por algo ellos ya han trabajado con Netflix, Prime Video o Disney+.

Pero del esquema diseñado por las plataformas quedan fuera las producciones más pequeñas e independientes que no logran adaptarse y necesitan cambios importantes como por ejemplo tratar de ampliar el espectro de audiencias al cual apuntan, ya que hace mucho tiempo el cine argentino no se conecta con el público joven ni produce películas destinadas a niños, adolescentes e incluso veinteañeros o hasta treintañeros. No hay films que dialoguen con sus experiencias y sensaciones, que les hablen con un lenguaje conocido o estéticas con las que puedan identificarse y tampoco trabaja los géneros populares, con la excepción del terror, que ha tenido algunos hitos recientes en la taquilla, como el de Cuando acecha la maldad de Demián Rugna.
Lo más inquietante del paisaje actual es el clima de negación por gran parte del sector audiovisual que parece encontrar satisfacción en sentirse víctima de las circunstancias y no piensa en hacer autocrítica. Es el sector más ruidoso, acostumbrado a no rendir cuentas, apoyado por críticos muy complacientes y que gusta de verse a sí mismo como pluralista, diverso y representativo de toda la argentinidad. Si a eso le sumamos un momento político marcado por un gobierno que no parece tener estímulo en encontrar marcos de acuerdo constructivos, la situación para el cine argentino no mejorará. Ojalá que el paso del tiempo pruebe lo contrario.