Foto promocional de Volver (2006)

Pocos directores han podido consignar de manera más genial y perdurable el universo femenino como lo hizo y sigue haciendo el director español. En el mes de la Mujer queremos homenajear a la chica Almodóvar, uno de sus arquetipos más significativos: mujer intensa y valiente, que vive por y para su deseo, y para la que el mundo no es otra cosa que un juego de azar y riesgo. 

Ya son más de cuarenta años y Pedro Almodóvar no pierde el aliento. Sus películas nos conmueven por su ingenio, por su atrevimiento y por todo un universo de pasiones difíciles de digerir que, sin embargo, nos tocan a todos. Si lo femenino fuera un verbo, no sería exagerado decir que asistimos con él a una conjugación en todos los tiempos. Eje receptivo y sensible por excelencia pero también guerrera y capaz de hacer lo que sea para salir de las crisis y urgencias que la desesperan, una verdadera chica Almodóvar está siempre ‘al borde de un ataque de nervios’. Y es justamente allí, donde muchos caerían impotentes, donde ellas caminan altivas y listas para lo impensable: la seducción, la venganza o la pose.

Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988)

Almodóvar hizo mucho por su país y el mundo entero al decidir retratar el universo de la mujer en todo su espectro. Lucrecia Martel tuvo razón en 2019 cuando al entregarle un premio por la trayectoria en Venecia dijo: “Mucho antes de que las mujeres, los homosexuales, las trans, nos hartáramos en masa del miserable lugar que teníamos en la historia, Pedro ya nos había hecho heroínas. Ya había reivindicado el derecho a inventarnos a nosotras mismas. Ya había puesto las prótesis de mamas; los dildos, al lado de un cucharón, o una olla de vapor, al mismo nivel que cualquier cosa útil.”

El director va a pasar a la historia como un revolucionario de la imagen y el diálogo. Su particularísimo universo estético ha tenido el potencial de liberarnos del peso abyecto de lo convencional y de la moralina absurda que, mal que nos pese, sigue entre nosotros y más viva que nunca. Carmen Maura, Marisa Paredes, Victoria Abril, Rossy de Palma, Penélope Cruz, hoy Tilda Swinton o Elena Anaya y hasta nuestra Cecilia Roth en su paso por España, entre tantas otras, han sabido encarnar y traer a la vida la potencia y la gracia de la imaginación almodovariana. Pedro es contracultura pura. Nutrido en el exceso y el desenfado de las fiestas de La Movida su creatividad se proyectó siempre con arrojo, afán emancipatorio y en clave de provocación. Sus chicas fetiche fueron, sin lugar a dudas, el vehículo más contundente para la divulgación de su mensaje.

Todo sobre mi madre (1999)

Aunque a veces nos cueste reconocerlo y asimilar la crudeza de algunas escenas, todos nos vemos reconocidos en sus melodramas. Su cine es fuerte en contenido y forma. La fluidez de la sexualidad y lo que de patológico hay en los vínculos humanos nos interpela fuertemente no solo por la actualidad de los temas sino por la naturaleza formal de las propuestas cinematográficas: intensidad en las actuaciones, frenesí y extravagancia en el decorado… y el color, esos colores mega saturados que quedan grabados por días en la retina y que configuran tan marcadamente su estilo único. Todos hoy ya todos sabemos de lo que estamos hablando cuando decimos ‘Rojo Almodóvar’, color que debe vincularse no solo con la sangre y la pasión, tan típicos y abstractos simbolismos cromáticos, sino también con las cosas más concretas y cotidianas (pero por eso no menos complejas): el terciopelo de un vestido, el tubo de un teléfono o un gazpacho recién hecho.

¿Por dónde empezar a rastrear al Almodóvar más ocupado en la mujer? Por este orden cronológico: Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) por el desenfreno, la ocurrencia, esa terraza fabulosa y los aros de cafeteras. Luego, Todo sobre mi madre (1999) por la cuestión trans y sus implicancias, por el sufrimiento de esa madre, por el intertexto con Blanche Dubois, esa gran mujer del teatro moderno. Y al final Volver (2006) y Julieta (2016), donde la interrogación sobre el binomio madre-hija alcanza matices de una intensidad inusitada. Pero es solo una selección aleatoria, la mujer está siempre ahí… él y su cine de mujeres.

Penélope Cruz en Volver (2006)

“Es un misterio, pero él puede percibir cómo nos sentimos y quiénes somos”, le confesó en 2016 Adriana Ugarte a The New York Times; la joven actriz española acababa de lucirse en Julieta, como una de las últimas agregadas a la exclusiva troupe del manchego. Y en todo esto, uno no puede dejar de preguntarse de dónde surge toda esa sensibilidad por el universo femenino. Si miramos hacia su infancia en la España profunda, el director ha reconocido el importante rol de las mujeres en su formación espiritual: “ellas nutrían a los niños y lidiaban con los nacimientos, las relaciones humanas y la muerte”; es decir, las mujeres se ocupaban de los problemas reales. El padre, por otro lado, aparece en su relato retrospectivo como una figura represiva y castigadora, alguien que se dedica a imponer la ley y detentar el poder. Sin embargo, nadie puede saberlo a ciencia cierta. Dar con los factores exactos que posibilitan la emergencia de un arte con mayúsculas es una empresa compleja.

A Pedro Almodóvar la crítica le reconoce varias etapas: una más experimental, otra más autobiográfica y últimamente una más introspectiva (y con una estética casi quirúrgica), de la que el cortometraje La Voz Humana (2020) es su último exponente. Pero su cine de la pasión y el deseo sigue inalterado. El naturalismo sigue conviviendo con un humor sagaz y con una interminable y riquísima lista de intertextualidades varias: con la historia del cine, la música, la literatura, el diseño y el teatro. Pedro nos enseñó que elegancia, originalidad y provocación pueden ir de la mano y proclamó su bandera a favor de la autonomía moral y la libertad más alta que nadie.

Julieta (2016)

La mujer como madre, como amiga, como amante, como confidente, como víctima de las pasiones más duras: flechazos, abandonos, envidias y llantos. Mujeres que lloran la muerte de un hijo y entierran a sus mejores amigos; mujeres que viven al día, que se prostituyen, pero que también cantan alegres mientras lavan la ropa en un río, se montan para la mejor fiesta o se reinventan luego de una lucha vana contra el destino. Su interés por la mujer es llevado hasta el paroxismo. La curiosidad deseante de Pedro encuentra en ellas el objeto perfecto para expresar sus anhelos, miedos y cuestionamientos más íntimos. Y nosotros no podemos dejar de preguntarnos: ¿caminarán por el mundo, entre nosotros, esas mujeres misteriosas e irreverentes que nos muestra?, ¿de qué proyecciones privadas estará hecha esa insistencia, ese asombro por las chicas? Cualquiera sea el caso, la mujer como sujeto dramático ha encontrado aquí un caso de talento y sensibilidad sin precedentes y eso, eso hay que celebrarlo.