Te contamos por qué, si te gusta la comedia, tenés que conocer la obra del genial director, a quien el cine y la televisión le deben mucho. La Sala Lugones programó en febrero el ciclo Mel Brooks: el rey de la comedia. ¡Date la oportunidad de verlas y reír en pantalla grande!

Si tenemos que pensar y analizar la comedia de por lo menos los últimos 50 años, el nombre de Mel Brooks es totalmente ineludible. Por ejemplo, su influencia puede notarse en la filmografía del trío ZAZ (formado por Jim Abrahams y los hermanos David y Jerry Zucker), responsables de películas como ¿Y dónde está el piloto?, La pistola desnuda y Top Secret!, que siempre coquetearon con el absurdo y la sátira. 

Pero también hay conexiones con la obra del grupo de humoristas británicos Monty Python, que supieron parodiar toda clase de discursos religiosos y políticos. Asimismo, puede detectarse su ascendencia en el cine y la televisión de las últimas décadas: desde películas como No te metas con Zohan (co-escrita por Judd Apatow) y Spy, de Paul Feig; hasta series como Brooklyn 9-9 o Angie Tribeca. Incluso un ciclo humorístico con una tradición propia, variada y extendida en el tiempo, como Saturday Night Live –con su siempre cambiante elenco de artistas-, le debe mucho más de lo que parece a simple vista. 

De la guerra al Superagente 86 

Es que Brooks (de nombre real Melvin James Kaminsky), nacido hace 93 años en Brooklyn, Nueva York, siempre tuvo un enorme talento para torcer, retorcer o directamente hacer estallar discursos, lenguajes y géneros. Criado en el seno de una familia judía de ascendencias ucraniana y alemana, participó en la Segunda Guerra Mundial; lo cual habla de una infancia y juventud donde la tragedia acechaba. Pero Brooks no hizo mucho caso a eso, o más bien supo canalizarlo, primero ganándose la vida como músico de jazz y más tarde como monologuista en locales nocturnos y en la radio. Su primer trabajo importante fue como colaborador en los guiones de diversos programas del humorista Sid Caesar, por el que obtuvo entre otros reconocimientos un Emmy en 1967.

El verdadero salto a la fama de Brooks fue con la serie El superagente 86 (cuyo título original es Get Smart), co-creada con Buck Henry y lanzada en 1965, cuando James Bond ya era un personaje consolidado en el cine. Si la producción protagonizada por Don Adams era una evidente sátira al 007 y el género de espías, también lo era de la época que se vivía, de forma sutil y a la vez directa. Los bandos enfrentados que eran CONTROL y KAOS se emparentaban claramente con la noción del Bien y el Mal que encarnaban las fuerzas opuestas de la Guerra Fría: Estados Unidos y la Unión Soviética, y sus agencias respectivas de espionaje y seguridad exterior, la CIA y la KGB. 

Las aventuras de Maxwell Smart, con sus decisiones casi siempre torpes, solo podían sostenerse en un mundo absurdo, repleto de gadgets insólitos y hasta un poco inútiles –el zapatófono y el cono del silencio se llevaban las palmas-, además de antagonistas con motivaciones cuasi inverosímiles. Desde la construcción de un universo donde lo irracional pasaba a ser verosímil y a la vez autoconsciente, El Superagente 86 dejaba en claro que las intrigas y choques (directos e indirectos) entre Occidente y Oriente, entre el capitalismo y el comunismo, no tenían razón de ser. Lo hacía desde una comedia que apelaba a lo corporal –el físico de Adams era constantemente puesto a prueba desde la narración- pero también desde el lenguaje, que ponía a cada minuto en crisis a las visiones absolutistas y dogmáticas, sacando a la luz los artificios que las sostenían. Y hasta se daba el lujo de ser sutilmente feminista: en un universo donde el protagonista y la mayoría de los personajes eran hombres, la más inteligente y perspicaz era la Agente 99, una mujer. 

Mel y Gene, un solo corazón 

El éxito y reconocimiento obtenidos por El superagente 86 le permitieron saltar al cine. Su ópera prima como realizador fue Con un fracaso... millonarios (1967), donde comenzó su productiva asociación con el actor Gene Wilder. Allí ya quedó claro que su mirada para la comedia tenía un perfil definido y distintivo. La historia de un productor teatral que diseñaba un plan para hacerse rico a partir de una obra armada para ser un fracaso absoluto era de por sí toda una paradoja. Desde ahí, la película se construía en lo paradójico, en cómo cada acción tenía consecuencias contrarias a sus propósitos, derivando en lo inesperado y, por ende, en lo políticamente incorrecto. 

Con un fracaso...millonarios

La incorrección política era por momentos el trampolín que usaba el film para llevarse puestos todos los discursos y convenciones: desde el elitismo cultural hasta el totalitarismo, pasando por el sexismo. Si un relato incluye una canción con el título "Primavera para Hitler", ¿qué podía salir mal? La verdad que todo, pero Brooks lograba su venganza perfecta del nazismo a través de la comedia y de paso se llevaba su primer y único Oscar, gracias a un guión de enorme lucidez y atrevimiento. 

Su momentum fue en los setenta

En vez de relajarse y dormirse en los laureles, Brooks aprovecharía a fondo su momentum en los setenta: primero con Las doce sillas (1970) y luego con Locura en el Oeste (1974), El joven Frankenstein (1974), La última locura de Mel Brooks (1976) y Las angustias del Dr. Mel Brooks (1977). Lo que se dice una década productiva, donde el cineasta abordó temas complejos como los antagonismos ideológicos, el racismo, la política, la corrupción, los legados familiares, el cine dentro del cine y hasta las enfermedades mentales. 

Locura en el Oeste

Su método para decir lo que nadie quería decir era simple y complejo a la vez: utilizar géneros y estéticas como el western, la aventura, el thriller, el terror y el cine mudo como moldes a los cuales retorcer, colando toda clase de discursos incómodos. En esas películas también se ponía delante de cámara para respaldar sus narraciones y su nombre ya era sinónimo de comedia, una marca que arrastraba público por sí misma. Eso no dejaba de tener contraindicaciones, porque Brooks también quería patrocinar otros proyectos alejados de su terreno. Por eso, para producir films como El hombre elefante (David Lynch, 1980), y La mosca (David Cronenberg, 1986), tuvo que crear la empresa Brooksfilms, para evitar que los espectadores, al ver los carteles “Mel Brooks presenta”, pensaran en una comedia. 

Unas décadas más tranquilas

Los años ochenta no fueron menos ambiciosos en su carrera, aunque sí más espaciados y menos productivos. Aún con sus fallas, La loca historia del mundo – Parte I (1981) no tiene ningún problema en poner en crisis los dogmatismos religiosos e históricos. Mientras tanto, S.O.S. Hay un loco en el espacio (1987) es una sátira muy divertida de Star Wars, que cuenta entre sus fanáticos al mismísimo George Lucas, quien colaboró con los efectos especiales. 

S.O.S. Hay un loco en el espacio

Si bien arrancó los noventa insinuando un cambio de rumbo con ¡Qué perra vida! (1991), cuya historia era bastante oscura y triste, volvió a territorios conocidos con Las locas locas aventuras de Robin Hood (1993) y Drácula: muerto pero feliz (1995), su última película. En los dos últimos films, no demostraba la misma creatividad y supo tener la lucidez de empezar a dar un paso al costado, lo cual no ha implicado un retiro. 

De hecho, ha aportado su voz para películas y series animadas como Los Simpson, Hotel Transylvania 2 y Toy Story 4, además de aparecer en sitcoms como Mad about you (que le valieron tres Emmy como actor invitado) y Curb your enthusiasm. Su presencia funciona como una guía, una señal de hacia dónde y en qué forma debe ir la comedia. 

Mel Brooks en ¡Qué perra vida!

Una anécdota para resumir

Artista obsesivo, controlador y combativo, capaz de desplegar un humor relajado y desprovisto de ataduras, hay una anécdota que posiblemente resuma su conducta tanto personal como laboral. Durante la producción de El joven Frankenstein tuvo una fuerte discusión con Gene Wilder, a quien le gritó y maltrató, para luego irse del departamento del actor, con quien trabajaba en el guión. Diez minutos después, sonó el teléfono de Gene. Era Mel, y le dijo: "¿Quién era el loco que tenías en tu casa? Lo podía escuchar desde acá. ¿Acaso no sabes que nunca deberías dejar a gente loca entrar a tu casa? Podrían ser peligrosos". Esa, según lo explicó Gene más tarde, era "la forma de disculparse de Mel". Es que Brooks, consciente de sus defectos, era hasta capaz de parodiar su personalidad con extraordinaria perspicacia. Es por eso que vale la pena no perderse su ecléctica y brillante obra, de la cual se exhibe la mayor parte en el ciclo Mel Brooks: el rey de la comedia, durante febrero en la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín.