Foto: Pablo José Rey

Ubicado en Villa Crespo es un lugar donde el público puede respirar para seguir viendo teatro. Tiene un bar, anécdotas de fantasmas y una escuela con talleres para todas las edades.

Fandango es uno de los teatros que integra el nuevo polo teatral de Villa Crespo. Pero este espacio, ubicado en una de esas casas viejas en la que todos querríamos vivir, tiene una historia que viene desde mucho antes de que el barrio estuviera de moda. “Nos costó muchísimo que se dieran cuenta de que existimos y también viene mucha gente de otras partes” comentan Ailín Hercolini y Alejandro Lifschitz, sus dueños. Me recibieron en una calurosa mañana de noviembre. Mate de por medio, charlamos de todo un poco: la vida del laburante de teatro, cómo afecta la crisis a la activad teatral, anécdotas y otras yerbas.

El teatro se inauguró hace 5 años y hace 2 años y medio pudieron comprarlo con la ayuda de un subsidio del Instituto Nacional del Teatro. “Estábamos en un callejón sin salida: o comprábamos o cerrábamos – relatan - era insostenible mantener el alquiler más los gastos fijos de la sala”. El subsidio les cubrió ¾ del total de la propiedad con la condición de que durante por lo menos 20 años el espacio funcionara como un teatro.

Sin duda su condición de propietarios los ubica en una situación privilegiada o, por lo menos, con cierta ventaja a la hora de afrontar la crisis. “En estos dos últimos años no hubo un solo mes que hayamos tenido un excedente como para poder pagar un alquiler” afirman pero, en seguida aclaran que también hay una gran cantidad de trabajo ad honorem detrás:“Es más sostener. Hay algo del oficio del teatro que damos por sentado, como no ver ganancias y hacer. Hay que tener ingresos por otro lado. En términos económicos, lo que es el teatro, es ridículo, no deja plata. Nosotros vivimos básicamente de las clases.”

En relación a si la crisis afecta la concurrencia al teatro –porque yo tengo la idea de que el que va al teatro, va al teatro siempre- responden que no se refleja tanto en el caudal de público. Sino que el problema es lo que pagan, “por ahí pagan acá 250 pesos que es lo mismo que vale una cerveza en la esquina. Además están los aumentos de los servicios y la imposibilidad de aumentar el precio del alquiler de la sala, las entradas, etc. Y la asistencia y la deserción a las clases”. Tal vez el hecho de que casi todas las obras sean con entrada a la gorra es una manera de resistir a la crisis. O, en todo caso, de darle un respiro al público para que siga viendo teatro.

Ailín Hercolini y Alejandro Lifschitz Foto: Pablo José Rey

Dejando de lado cuestiones de dinero, hacerse cargo en términos prácticos de un teatro no es fácil, “en un momento hacíamos todo menos teatro” cuentan en relación a lo que es realmente tener un espacio a nivel administrativo y ocuparse, también, del equipamiento y de la infraestructura. “Pero, también – se explayan - implica un diálogo con muchas personas, con elencos, con técnicos, directores, escenógrafos, etc. Involucra una cotidianidad con gente del palo que está buenísima. Tiene esos momentos en los que uno dice qué estoy haciendo y otros en que la cabeza baja, mirás lo que te rodea y decís `bueno, dentro de todo, todo sucede en un teatro´”.

Fandango no es solo un teatro. Es, también, un barcito para tomar o comer algo antes o después de las funciones. Y tiene una escuela de teatro “atendida por sus dueños”. Dictan talleres para niños, adolescentes y adultos. “Ver adolescentes copados con el teatro es una fiesta y verlos apropiados del espacio, está buenísimo” expresa Ailín. Ésta fue una de las razones que impulsó el proyecto del teatro propio: “la idea tuvo que ver sobre todo con encontrar un espacio para poder dar las clases y para poder llevar adelante nuestras propias producciones teatrales y la de nuestros alumnos”.

Cuando les hago la infaltable pregunta por las anécdotas del espacio, sin querer, me meto con una leyenda del mundo del teatro. Hay muchas variantes, claro, pero el núcleo es el mismo: los teatros tienen fantasmas. Resulta que Alejandro vivía en Fandango cuando recién alquilaron la casa. Y, como toda casa vieja, tiene ruidos. Escuchó algo en la sala y cuando abre la puerta ve una sombra humana sentada en una de las últimas filas. Se paraliza unos segundos y cuando reacciona y prende la luz…había un maniquí que había quedado “sentado” de un ensayo. No es por supersticiosa pero…mucha casualidad.

Para cerrar les pregunto si quieren agregar algo. Ailín dice que sí, que quiere hablar de lo bueno, que tal vez hablamos mucho de las cosas negativas. “A mí me encanta llegar y que haya gente ensayando y los ves con pelucas actuando y después estás hablando con esa persona, pero re seria, de cuestiones de ensayos. Pasar y espiar por la ventana y ver gente ensayando….ya está, es todo.” Alejandro añade que “todas las posibilidades artísticas que se generan dentro del espacio son también posibilidades que nos dan a nosotros para la creación.”