Tengo un recuerdo que cada tanto se asoma. Hace veinte años Majo Moirón y yo íbamos al mismo colegio, aunque a diferentes años. En una salida al campo de deportes, mientras bajábamos del ómnibus me dijo, "yo escribo cosas donde los personajes se parecen a vos". Para alguien que se volvería una lectora voraz, recibir un comentario así de una escritora era como mínimo un gran elogio.
Como dije fuimos al mismo colegio, por lo que muchas cosas y lugares que se mencionan en "La lengua rota" me resuenan. Igualmente no hace falta que hayan compartido nada con Majo para que les suceda lo mismo, ya que si vivieron en los 90 algo similar les va a suceder. En su relato aparecen marcas de ropa, golosinas, teléfonos fijos, programas icónicos de televisión que se veían en familia a la hora de la cena o a la mañana los fines de semana. Es un mundo sin internet y con otros tiempos en el cual vive la protagonista, una niña de apenas siete años, donde todo parece estar bien. Una vida de mucho privilegio, algo que Majo resalta constantemente, en la que un día sucede lo inesperado.
En "La lengua rota" la niña vive con dos hermanas que la adoran pero al ser más grandes hacen la suya, un papá muy ocupado, una abuela ansiosa pero presente, una señora que cuida de la familia y una madre que está para todo hasta que en una operación algo sale mal. Cuando regresa a casa no puede hablar y ya no es la misma. Desde ese momento la niña queda en un limbo lleno de incertidumbre, donde le toca crecer de golpe, aprender a estar sola y transitar por diferentes estados de ánimo; el enojo, el duelo y la rebeldía ya que la vida se vuelve más difícil de entender.
Majo Moirón sorprende por la versatilidad para ponerse en el lugar de alguien que supo ser hace mucho tiempo y con el que nos atrapa a pesar de que es un personaje que está más cerca de la edad de mi hija que de la mía. Con precisión y astucia crea ese grupo de personajes alrededor de la niña y a través de ellos hurga en sus propios recuerdos y multiplica detalles, olores y momentos de la vida cotidiana de alguien a quien no se les escapa nada. Es así como la acompañamos a comprar telas para una tarea escolar y las cosas no salen como esperado, visitamos a la vecina bruja de la abuela, terminamos en una salida desesperada al shopping con su papá y vamos a la casa de la amiga que tiene un placard inmenso y una madre que ostenta una bandeja giratoria que es la última moda en el exterior, cuando en realidad el único anhelo es volver al hogar, al campo, a los caballos y a la tranquilidad que le trasmitía su mamá.
Mientras la niña aprende, la madre desaprende aunque también se esfuerza por recuperar la lengua perdida. En ese escenario plagado de desafíos, ambas nos ayudan a reflexionar acerca de nuestra propia vida y lo que decimos, lo que falta esclarecer en cada familia y lo que a veces elegimos esconder.
Por todo eso y mucho más la Majo pequeña me deslumbró, incluso cuando no podía descifrar cómo terminaría su historia. Entonces llegó un final dramático, brillante y punk que le dio un giro de 180 grados al relato. Es el momento de verdadera transformación y un punto de inflexión del que no parece haber retorno.