Héctor Díaz es uno de los más talentosos actores argentinos. También reconocido por su labor como director, no había escrito una obra hasta ahora. Amor de película, su debut como dramaturgo, es una comedia sobre el mundo del cine. Conversamos con él para conocer más de esta propuesta imperdible que además dirige, en Espacio Callejón.

Amor de película es la primera obra escrita por Héctor Díaz, reconocido actor y director. El punto de partida de la historia es un guionista que intenta venderle una idea a un productor de cine que, lejos de comprarla, le hace la contrapropuesta de que escriba el guion en colaboración con alguien muy particular. Con mucho humor, la obra trabaja con los contrapuntos entre lo tradicional y las nuevas tecnologías. Lo interesante es que este eje general se replica de diferentes maneras en conflictos parciales: el amor, la rutina y la vida cotidiana y las relaciones laborales, entre otros. El tema de lo tecnológico atraviesa el espectáculo, también en el nivel de los procedimientos. La puesta en escena utiliza recursos específicos de lo audiovisual que son representados en vivo por los actores. Por ejemplo, la simulación de la pantalla partida para representar dos espacios en simultáneo, o adelantar o retroceder en cámara rápida, entre otros.

Héctor Díaz nos brindó detalles sobre el proceso de creación de la obra en esta entrevista.

Si bien realizaste una colaboración autoral antes (en la obra Salvajes), esta es tu primera obra como autor. ¿Cómo surgió?

Así es. Es mi primera obra de autoría propia. Es importante destacar que a Amor de película la escribí en el contexto de lo que Javier Daulte dio en llamar Teatro Líquido. Se trata de un Colectivo Creativo, formado por María Marull, Paula Marull, Silvia Gómez Giusto, Javier Daulte y yo mismo. El objetivo era escribir en simultáneo distintos materiales sin una unidad temática concreta y ver qué iba ocurriendo en el proceso de escritura. Si se producía algún contagio, algún reflejo de un material sobre el otro o, simplemente, si los comentarios cruzados de todos podían ser nutrientes para lo que cada uno estaba inventando. 

En principio, yo no había sido convocado como dramaturgo (soy actor y director), sino para cumplir una función de monitoreo. Como actor, trabajé muchas veces con Daulte y en un par de ocasiones, como "acompañante" en la gestación de obras suyas (Bésame mucho y Proyecto Vestuarios de Mujeres y Proyecto Vestuario de Hombres). El caso es que siempre quise escribir teatro (tuve varios intentos anteriores que quedaron a mitad de camino) y me dije "si no te mandás ahora, ¿cuándo?". 

Así que caí al primer encuentro de Teatro Líquido con unas tres o cuatro páginas de algo que nació como cuento y trasplanté al teatro: un encuentro entre un guionista que busca convencer a un productor para que compre una idea. Fue todo un desafío animarme a leer esas primeras páginas frente a dramaturgos tan sólidos, pero pude romper el hielo. Hubo aprobación, en general. Y entonces, quedé condicionado. Ahora era responsable de algo que debía continuar. 

¿Cómo fue el proceso de trabajo con el texto después?

Estuvo atravesado por todo tipo de estados: crisis, alegrías, querer abandonarlo, insistir, desolación, otra vez pensar que era posible. La contención de parte del grupo fue enorme para seguir adelante a pesar de los accidentes. Finalmente, llegó a desarrollarse una trama que me convencía. Y digo "llegó" porque uno de los consejos que recibía de mis compañeros era que simplemente (como si fuera simple) escribiera, que no buscara anticiparme con una trama, que del propio juego de escribir la trama iba a aparecer, se iba a volver necesaria. En definitiva, como todo proceso creativo (también el de la actuación y el de la dirección), todo radica en la confianza. Y, visto desde hoy, me alegra que se haya impuesto la confianza por sobre la autocrítica.

¿Sentís que el hecho de ser actor y director enriqueció el trabajo de dramaturgo?

Hubo mucha dedicación de mi parte para elegir a los actores. Debían ser excelentes, pero también debían poder ser cómplices. Por lo tanto, que hubiera una previa de mucho afecto con cada uno de ellos fue fundamental para mí. El hecho de ser actor hizo que los ensayos fueran realmente muy abiertos a la opinión de todos y muy elásticos, de mi parte, respecto de no defender lo escrito como si fuera algo ya dictaminado y final. 

Nos dimos cuenta, durante los ensayos, que había muchas mejoras posibles, tanto en los diálogos como en la depuración de la trama. Junto con los actores me animé a más de lo que me había animado antes. Así que hubo varias versiones retocadas/mejoradas de la obra. Diría que más de diez, como mínimo. 

A esta dinámica del período de ensayos, no fue ajena la mirada del resto de los integrantes de Teatro Líquido. Una de las condiciones que sí se había predeterminado, era que íbamos a asistir a algunos ensayos de la obra del otro. Esto me parece un elemento a destacar. Los procesos de ensayo suelen ser más secretos o íntimos y, aunque se muestran ensayos antes de estrenar una obra para testear cómo viene la cosa, esto ocurre recién al final del proceso. Se muestra un recorrido completo. En este caso, no. Nos hemos mostrado unos a otros, tramos inconclusos, partes, zonas de cada obra. Fue muy productivo abrir los ensayos en estas instancias todavía germinales.

Es decir, que fue decisivo el trabajo en la etapa de ensayos...

El proceso de ensayos fue un período sumamente enriquecedor, que siento que engordó la obra, que la volvió más profunda, con más planos de los que podía suponer, originalmente. Quisiera nombrar al elenco, porque los considero artífices totales del resultado final. Ellos son: Gerardo Chendo, Luli Torn, María Inés Sancerni, Rubén de la Torre y Javier Niklison. Y la asistencia de lujo de Matías del Federico (autor de Bajo Terapia) que se sumó al proyecto con una entrega, humildad y generosidad totales.

 ¿Cuáles son tus próximos proyectos?

Acabo de estrenar La Verdad, una obra del francés Florian Zeller, con dirección de Ciro Zorzoli y producción de Gustavo Yankelevich, en el Paseo La Plaza. Continúo con las funciones de Valeria Radioactiva de Javier Daulte y de Amor de película en Espacio Callejón. Y en junio filmo la nueva película de Gabriel Lichtmann, que se llama La estrella Roja, una historia fascinante, que se vale del género documental, para desarrollar una historia de ficción.