Entre finales de los setenta y principios de los ochenta, el musical tuvo un pequeño revival en Hollywood, aunque con sus particularidades y siguiendo ciertas tendencias dominantes de la época. Lejos del juego con el artificio de los años cuarenta y cincuenta -posiblemente la era dorada del género-, se proponía una mirada mucho más realista y dramática. Asimismo, los relatos estaban basados ligeramente en hechos verídicos y la música era más un acompañante de los conflictos que atravesaban los personajes. Los protagonistas eran personas comunes, exponentes de la clase trabajadora, que afrontaban contextos desafiantes, pero también dilemas internos vinculados a procesos de aprendizaje y crecimiento que eran mayormente dolorosos.

La película que comenzó este proceso fue "Fiebre de sábado por la noche", que en 1977 catapultó a John Travolta a la fama, de la mano de secuencias de baile emblemáticas, pero también un relato que se asomaba a lo trágico. Ese disparador para un subgénero que podríamos llamar “musical basado en hechos reales”, tendría nuevos exponentes en la década siguiente.

Uno de ellos fue "Flashdance", film que tomó como base la vida de la trabajadora de la construcción y soldadora luego convertida en bailarina Maureen Marder. El relato presentaba entonces a Alex (Jennifer Beals), una mujer de Pittsburgh con dos trabajos -soldadora y bailarina exótica- y su lucha para entrar en una escuela de ballet, mientras intenta balancear su vida personal con lo laboral y sus sueños artísticos.

Es cierto que la actuación de Beals -con una mezcla de fragilidad y fortaleza que le permitió superar un exigente casting y saltar a la fama- es muy importante para entender el éxito de la película. Pero no se puede pasar por alto a dos nombres muy relevantes: nos referimos al director Adrian Lyne y al coguionista Joe Eszterhas. El primero comenzaría encadenaría en los años siguientes una serie de éxitos donde lo sexual tendría un papel preponderante: 9 semanas y media (1986), Atracción fatal (1987), Propuesta indecente (1993) e Infidelidad (2002).

El segundo sería autor de varios guiones donde el sexo se convertía en el eje dramático: ahí tenemos el enorme suceso de Bajos instintos (1992), aunque también la recepción mixta para Sliver-invasión a la privacidad (1993) y los sonoros fracasos de Showgirls y Jade (ambas de 1995). Ambos, desde la escritura y puesta en escena, supieron leer un cambio de época, donde la sexualidad, aunque incipiente y ciertamente moderada, podía irrumpir para sacudir los estándares conservadores de Hollywood. Y, para sorpresa de muchos, convertirse en un éxito masivo.

No es que Beals aparece desnuda o mostrando partes íntimas en Flashdance. Pero sí es cierto es que el cuerpo de Alex adquiere una connotación claramente sexualizada, para bien y para mal. No llega a ser un objeto, pero interpela el deseo masculino y hasta se hace cargo de que se lo puede ver como una mera mercancía. Las secuencias donde ella baila en un club de strippers es una clara muestra de ello: una puerta a una fantasía bastante distante, pero que no deja de estar en la cabeza de muchos hombres.

Lo mismo se puede decir de su vestimenta: la sudadera sin cuello que usa (y que marcaron tendencia en esos años) es también una vía sutil de seducción, que incluso fue tomada por muchas mujeres. A la vez, su cuerpo -y eso incluye su mirada, sumamente expresiva- es el arma con la cual lucha contra el mundo, su herramienta de trabajo, el instrumento para abrirse paso y lograr el éxito desde el esfuerzo y la persistencia.

Aunque claro, una protagonista ineludible de Flashdance es su banda sonora. Particularmente, dos temas que hicieron historia, no solo por sus ritmos -contagiosos y cautivantes de diferentes modos- sino también por sus letras. Empecemos por Maniac, de Michael Sembello, que tiene una historia previa sumamente curiosa: fue inspirada por la película de terror del mismo nombre de 1980, que seguía a un asesino en serie que acechaba a sus víctimas en Nueva York.

La canción, en su letra original, decía lo siguiente: “He is a manic, maniac that´s for sure” (“Él es un maníaco, un maníaco por seguro”) / “he will kill your cat and nail him to the door” (“él matará a tu gato y lo clavará contra la puerta”). A pedido del productor Phil Ramone, fue reescrita para describir a Alex y su pasión por el baile, quedando de esta forma: “She´s a maniac, maniac on the floor” (“ella es una maníaca, una maníaca en el piso”) / “and she´s dancing like she´s never danced before” (“y ella está bailando como si nunca hubiera bailado antes”). Sin embargo, su ritmo frenético -Sembello quería que fuera una canción tan rápida que no se pudiera bailar- se mantuvo, lo que la transformó en una experiencia particular: en apenas cuatro minutos se mete en la cabeza de quien la escucha y es muy difícil olvidarla.

La otra canción es, por supuesto, Flashdance...What a Feeling, que también tiene su historia particular. Fue grabada por Joe Esposito, pero el productor Don Simpson y Adrienne Lynn decidieron que, como la protagonista de la película era una mujer, la canción principal también debía ser cantada por una mujer. Entonces decidieron contratar a Irene Cara para que interprete el tema.

Cara se dio el lujo de reescribir la letra original el día que iba a grabar la canción y el resultado fue notable: terminó llevándose el Oscar a la mejor canción original por su performance. Y con razón: aunque más convencional (y bailable) en su rítmica, es cautivante desde las atmósferas que genera, a tal punto que se mete en la piel de quien la escucha y baila. ¿Cómo olvidar acaso estos versos?

Hay un punto donde ambas canciones confluyen y se complementan entre sí, retroalimentándose en sus discursos. Nos referimos a cómo expresan una pertenencia apenas sutil de la película al género deportivo. Maniac habla desde la obsesión y Flashdance…What a feeling desde la pasión, pero ambas indagan en el acto de bailar como una práctica constante, que se mejora día a día y que requiere de tanto amor como disciplina. El baile es, en estos temas musicales, algo que se lleva en el cuerpo, que forma parte del destino de la protagonista y que no se puede eludir.

Es que Alex no deja de ser una especie de reversión femenina de Rocky Balboa, una exponente de la clase trabajadora que se hace de abajo, luchando contra todo y todos, incluso contra sí misma. Una clásica “underdog”, esa clase de individuos que nadie ve venir y que sorprende con su triunfo. Un ser imperfecto, pero con el que se puede empatizar de forma inmediata y se la acompaña en su pequeña épica personal, en su camino hacia una victoria esquiva, pero a la vez inevitable.

Flashdance supo leer y acoplarse a una época, no solo desde lo cinematográfico, sino desde lo social. Fue una de las películas que incorporó y transmitió la euforia por el sueño americano, que empezaba a recuperarse de la frustración de la Guerra de Vietnam e intuía el triunfo definitivo sobre el comunismo y el final de la Guerra Fría.

Su éxito de taquilla (recaudó más de 200 millones de dólares en todo el mundo a partir de un presupuesto de solo 7 millones) fue solo el principio, ya que consiguió instalarse como referencia cultural. Al fin y al cabo, nos entregó a Alex que nos revelaba que todos podíamos perseguir un sueño, a pura obsesión y pasión.