
Gabi Parigi transforma el cuerpo en narrador y territorio creativo. Sus unipersonales conjugan memoria, emoción y acrobacia para construir un teatro liminal que conmueve, desafía y provoca al espectador. Intérprete, directora, dramaturga y docente, coordina Eureka, un laboratorio de circo contemporáneo donde lo emotivo y el despliegue físico se unen para dar forma a su práctica escénica. Sus unipersonales "Consagrada" y "Velar la noche" exploran territorios similares: biodramas donde el cuerpo es protagonista y motor de la acción, atravesando música, luz y objetos. En las creaciones de Parigi, cada gesto, salto y caída se convierte en relato, integrando lo personal y lo colectivo, lo autobiográfico y lo universal. Desde Zibilia hablamos con la directora acerca de cómo piensa desde el cuerpo, combina lenguajes y roles, y cuál es la ética que guía su trabajo
El cuerpo como territorio y vehículo dramático
En tus obras, el cuerpo no solo actúa, sino que narra: tiene memoria, heridas, deseos. ¿Cómo empezás a construir una dramaturgia desde el cuerpo?
Es un poco mi territorio. Como intérprete siempre trabajé desde ahí, y ahora, desde la dirección, lo reconozco y lo asumo. El cuerpo es vehículo, un terreno fértil para generar acción dramática sin depender únicamente de la palabra. Me interesa la cruza liminal de danza, circo, teatro, música y lo tragicómico: que todo conviva en un cuerpo. En Eureka entrelazamos técnicas circenses con dramaturgia teatral, para crear imágenes y acción desde el lenguaje corporal. El circo no aparece como efecto decorativo: es lenguaje y forma de expresión. Surge de mi propia trayectoria y da lugar a un teatro físico-acrobático que habito con intensidad.

Una vez que surge ese material corporal, ¿cómo lo transformás en uno escénico?
Primero es algo inefable: vivo desde ahí, tanto arriba del escenario como abajo. El cuerpo es sensible, diverso y mutante; no es solo ejecutante, sino un hábitat con su historia y experiencias. Luego genero método: ejercicios y preguntas detonadoras que permiten que el material que está orbitando emerja y se valide. Trabajo mucho desde la mayéutica: lo que aparece se reconoce y se deja crecer, para luego evocarlo, ficcionalizarlo y universalizarlo sin caer en amarillismos.
¿Cómo se traduce esto en Velar la noche y Consagrada?
En Velar la noche, trabajamos desde las singularidades de Sofía Galliano (su protagonista): la suspensión capital — técnica de circo donde la artista se suspende en el aire colgándose de su cabello—, es su casa, los patines son su lenguaje. Todo se articula según lo que cada intérprete puede aportar. En Consagrada, el material surgió de mi vida: guardaba mallas, medallas, ortopedias de lesiones, el bastón de mi abuela… Todo esto estaba orbitando a mi alrededor hasta que Flor Micha, quien dirigió y ordenó la pieza, me ayudó a organizarlo y universalizarlo. La cruza entre técnica y registros sensibles es lo que permite que emerja la dramaturgia.

Acoplando lenguajes y técnicas
Tus trabajos integran movimiento, palabra, música y objetos de manera muy orgánica. ¿Cómo surge esa relación?
No me gusta que todo esté disociado, sino que lo que ocurre en escena sea bisociado: movimiento y texto, acrobacia y drama, danza y objeto. Este año comencé una maestría en artes escénicas y me hace pensar mucho en práctica y método. Las técnicas que desarrollamos en Eureka mezclan inteligencias físicas, emocionales y mentales. Por ejemplo, un intérprete puede memorizar un texto y actuarlo. Pero si al mismo tiempo realiza piruetas, su cuerpo experimenta agotamiento y un shock hormonal; por eso entrenamos para que la creatividad emerja sin bloqueos. Esto requiere un diálogo constante con la subjetividad de cada artista y respeto por la singularidad de su cuerpo.
Dirección vs. interpretación: la multiplicidad de roles
¿Qué cambia en tu manera de pensar cuando dirigís a otra intérprete, como en Velar la noche, versus estar en el escenario como en Consagrada?
Consagrada nació del desafío de un unipersonal: estar sola una hora desplegando el oficio al límite. La obra aborda temas de mi historia personal —la exigencia en la infancia, la lógica del podio, el sacrificio— pero desde un lugar que pudiera universalizarse. Con un hijo pequeño, necesitaba guía, por eso convoqué a Flor como directora. Trabajamos ejercicios provocadores que ayudaron a organizar y estructurar lo que surgía, manteniendo mi singularidad. En Velar la noche, el proceso fue distinto. Sofi tiene un lenguaje particular —capilar, patines— y mi rol fue entrelazar sus técnicas con otras disciplinas, generar imágenes y secuencias que la potencien. Desde la dirección se organiza, desde la interpretación se habita cada gesto.
Preparación, ficcionalización y ética
¿Cómo decidís qué se muestra y qué se resguarda en trabajos tan personales?
Consagrada nació en el momento justo y en diálogo con la sociedad. Temas que parecían endogámicos se volvieron universales: salud mental, visibilización de ciertos cuerpos y vivencias. Con mi experiencia —maternidad, docencia, terapia— ya no se trata de exponer dolor crudo. La ficcionalización permite transformar lo personal en otra cosa: no digo “hola, soy Gabi Parigi”, sino “hola, soy Consagrada”, desde un lugar más arquetípico.
¿Cómo se sostiene una interpretación donde el cuerpo está tan implicado?
Es parte de nuestro lenguaje. Ensayamos y generamos memoria: el cuerpo conoce la obra por ende esta puede desplegarse sin depender de la mente. Todo el trabajo previo es esencial para llevar la pieza al límite sin perder autenticidad ni seguridad. Para mi la actuación es un vehículo de emoción y ética: no solo muestra técnica, sino que moviliza al público, genera reflexión y crea experiencia compartida.

Teatro liminal y posicionamiento estético-político
Si tuvieras que condensar el tipo de teatro que te interesa en una imagen, una sensación o una palabra, ¿cuál sería?
Es un teatro físico liminal, que combina disciplinas y capas de experiencia. Me gustan las técnicas circenses puestas a disposición de lo sensible: que el cuerpo haga lo que puede sin convertirse en máquina. Busco creaciones conmovedoras, generosas y honestas, que dé voz a lo oprimido, trate tabúes y movilice hacia la acción, no sólo la crítica. En Consagrada, después de atravesar la intensidad de lo que se ve, quiero que el público sienta una especie de fiesta popular y se lleve la pregunta incómoda pero inspiradora: “¿qué hago con todo esto?”. La técnica no es un fin, sino un medio para que el cuerpo narre y genere conexiones profundas. La cruza de inteligencias —física, emocional y mental—, y nuestro tipo particular de entrenamiento son herramientas para sostener este universo y transmitirlo en escena con intensidad y autenticidad.

