Paso de los libres, primera obra de Frida Jazmín Vigliecca, transcurre en un pueblito correntino, y es una reversión de la conocida obra del dramaturgo ruso. Conocé qué tienen en común aquellos personajes y escenarios, con los creados por la autora y directora.

Esta miniatura teatral que se llama Paso de los libres es la opera prima de Frida Jazmín Vigliecca, que la escribió y la dirige. En un cuarto, se nos presentan dos personajes: una madre y su hijo, que viviendo en un pueblito correntino, simbiotizados, se tensan en una eterna disyuntiva: ¿quedarse o partir?

Algo remoto se levanta en ese cuarto: remoto es el pueblo que habita la fantasmagoría de la escena y remota es además la geografía de la triple frontera que evoca. Pero también remoto es el paisaje de la casona aquella, donde habitaban los personajes de La Gaviota, de Chéjov. Porque así se presenta esta obra: como una versión “carnavalera y libre” de aquel clásico ruso. Nos dice Frida: “La Gaviota de Chejov me llega casi sin pensarlo. Como una causalidad intuitiva. Es una obra que sé de memoria y con la que tengo muchísima empatía. Chéjov es importante para mí porque en su método de escritura, le da relevancia al subtexto, valor a lo no dicho. Me interesa cómo configura sus personajes antiheroicos y su gran capacidad para reflejar la vida provinciana: los pueblos, su gente, la pobreza y la diferencia de clase. Quizá esto último es, pensándolo bien, lo que me llevó a querer reversionarlo, ya que soy de una provincia, de una pequeña ciudad y han quedado en mis retinas las imágenes de esos paisajes, sonidos, voces, cuerpos que habitan ese territorio”.

La pregunta que cruza toda la obra es una pregunta por el deseo: ¿de quién es? ¿De dónde viene? ¿A quién le pertenece? ¿Cómo apropiarse de esa corriente que nos atraviesa, para llevarla a un espacio personal? Y justamente ahí aparece también lo autobiográfico: la corriente del deseo es también la Corrientes natal de la autora y su propio vínculo con ese arte, menor e inmenso, que es la comparsa.

Recuerda: “El carnaval correntino es para mí una forma de vida. No puedo escaparme de él. Nací entendiendo el carnaval desde el cuerpo, como vibración y posteriormente razonándolo. Fui bailarina de comparsa y he transitado la fiesta del carnaval año tras año, esperando a que sea febrero para poder bailar, pensando en la paleta de colores que tendría mi futuro traje y soñando con que los jurados puedan apreciar, de manera objetiva, la dedicación y el amor que ponen cientos de familias detrás de la confección un traje.”

Desde el fondo de aquel pasado, parte la escena: una madre, antigua estrella de comparsa, y un hijo atado a la memoria de ella, a su recuerdo siempre presente, inalterado e inalterable, mientras no piensa en otra cosa sino en escribir. ¿Van a lograr individuarse? ¿o van a sucumbir a la repetición ciega de la puesta, de la apuesta antigua? En la memoria se debe dar un paso, el paso de los libres: eso es lo que los convoca a ambos. Pero dar ese paso, también evoca una presencia en bambalinas, el tercer personaje: un amante que pulsa en la sombra, quien, en efecto, pulsa en vivo, sus instrumentos musicales.

Así explica Frida cómo se configura este triángulo durante la creación de la obra: “En el proceso de escritura, lo que hice fue reducir la mirada en el conflicto entre madre e hijo, entre el afuera y el adentro y la presencia del amante de la madre como una amenaza imperante. En Paso de los Libres lo significativo de ese tercer personaje (el Trigorin de La gaviota) es que trasciende el estatuto del personaje realista. Lo representa un músico que, además de encarnar por momentos el rol amenazante y disruptivo, es a su vez multiforme: es la frontera, lo escondido, la oscuridad, el monte, lo animal, lo desconocido. Y como decía Antón: 'Es necesario que en la escena todo sea tan complejo y tan sencillo como en la vida misma'." 

El encuentro con la libertad, será entonces habitar esa frontera, que al mismo tiempo reúne y separa, indefectible. Para ello, la habitación se viste con la belleza excepcional, carnavalesca, de un bordado de luz y lentejuelas, de proyecciones y música instrumental, de voces cantarinas y contenido bambolearse de los cuerpos en ese pequeño y delicado espacio. La escena nos interroga así sobre la individuación que implica una voluntad personal, y la continuidad insistente del deseo que atraviesa los cuerpos. ¿Dónde empieza el uno y se acaba un otro? Esta es, ni más ni menos, la antigua pregunta de los carnavales.