Existen mil razones por las que esta historia de amor no debería haber sucedido. Algunos dicen que eran almas gemelas, que estaba escrito y no importa lo expansivo que sea el universo, sus vidas tenían que cruzarse. Ambos llegarían al mundo el mismo día, el 13 de junio de 1935, pero en latitudes muy diferentes que el destino se encargaría de hacer coincidir. 

Christo Javacheff nació en Bulgaria, en 1935. Intereses académicos y conflictos bélicos lo llevarían a instalarse en Praga, Viena y Ginebra, para finalmente desembarcar en París en 1958. Jeanne Claude nació en Casablanca, Marruecos. Viviría en Francia, Túnez y luego se mudaría a París. 

Se conocieron en la capital francesa, cuando la madre de ella contrató al artista extranjero para que le pintara un retrato. Jeanne Claude estaba comprometida, a punto de casarse. Pero esto no impidió que la atracción inmediata los flechará. Ella efectivamente se casaría con el que era su novio, pero llevando ya en su vientre un hijo de Christo. El matrimonio duraría apenas días, en los que Jeanne Claude tomaría la decisión de separarse para volver a los brazos de su nuevo amor, a quien nunca más abandonaría.

Pero ahí no acabarían las pruebas para la pareja. En 1961 comienza la construcción del muro de Berlín, mientras que Francia se encuentra en guerra con Argelia. El padrastro de Jeanne Claude era un importante general y una organización terrorista francesa de extrema derecha llamada OAS (Organización del Ejército Secreto) colocó una bomba en la casa de la familia. De no ser porque esa noche ella estaba durmiendo en casa de Christo, hubiera muerto a causa del atentado, y este capítulo de la historia del arte hoy sería muy distinto.

El dúo dinámico conquista el mundo del arte

Antes de conocerla, Christo había comenzado a producir las obras con las que años más tarde se volvería famoso internacionalmente: los objetos envueltos, que en ese momento inicial eran de pequeña escala. Envolvía tarros de pintura, revistas, radios, lámparas, hasta llegar a los barriles. Con Jeanne Claude se convertirían en un dúo imparable y una de las parejas más famosas en el mundo artístico. Él se dedicaría a la parte creativa, desarrollando sus ideas en dimensiones cada vez mayores; realizaría los bocetos, cuidados y meticulosos, mientras que ella se ocuparía de llevarlos a la realidad, convirtiéndose en una gran gestora e interlocutora para negociar los permisos requeridos para las piezas. 

La fama llegaría con la instalación “Iron curtain”, construída en un pequeño pasaje parisino que interrumpió la circulación, como forma de protesta ante el absurdo que significaba el muro que crecía día a día en Alemania, dividiendo una ciudad en dos. Los artistas apilaron en esta calle una serie de barriles de petróleo forrados, cortando el paso hasta las 3 de la mañana. Los vecinos se quejaron y llamaron a la policía, que les hizo pagar una multa y prometer que no lo volverían a hacer. Esta promesa no fue difícil para los artistas, que ya se habían propuesto no repetir dos veces la misma pieza ni la misma locación.

“Christo y Jeanne Claude”, la exposición antológica en PROA

Las obras se volverían cada vez más monumentales, cubriendo montañas, puentes, islas y todo tipo de superficies naturales y edilicias, convirtiéndose en exponentes absolutos del land art. Para conocer mejor las intervenciones que vinieron después, Fundación PROA inauguró en estos días una exposición retrospectiva y fascinante, que realiza un recorrido por los proyectos más ambiciosos de los artistas, a través de los bocetos y collages que preparaban no sólo para tomar las mediciones correctas y evaluar los materiales a utilizar, sino también para presentar a los organismos que aprobarían o desaprobarían su ejecución. “Todo en este mundo es propiedad de alguien, todo tiene dueño”, decía Christo, y esos alguienes serían quienes permitirían que las obras se concreten o las encajonarían por siempre. Quizás sea por eso que el nivel de seducción de estos dibujos previos es tal, que como espectadores sentimos que nos falta el aliento ante su sola presencia. Infinitamente más intensa debe haber sido la experiencia de ver las instalaciones en vivo, pero lamentablemente ninguna de ellas se consumó en Latinoamérica.

En toda su trayectoria artística llevaron a la realidad 22 proyectos, mientras que 37 fueron rechazados una y otra vez. La muestra incluye registros de obras como “Surrounded islands”, en la Bahía Byscane de Miami, el Reichstag –el Parlamento alemán – envuelto, o “The gates”, las puertas de tela naranja distribuidas en el Central Park de Nueva York, ciudad en la que el dúo se instaló desde 1964.

El regalo póstumo 

En 2009 Jeanne Claude muere de un aneurisma. Si bien muchos proyectos de la pareja quedaron sólo en bocetos, principalmente por falta de permisos de las autoridades pertinentes, hubo uno que les quitó el sueño durante toda su vida, y que empezó a forjarse en la mente del matrimonio desde principios de la década del 70: construir una mastaba gigante. Esta figura geométrica, poco conocida en Occidente, constituyó una forma muy habitual en la antigua mesopotamia.

Entre los puntos comunes en sus trabajos está el agua, por eso la imaginaron por primera vez para el lago Michigan, compuesta por barriles y sobre una estructura flotante. Años más tarde fueron invitados a Abu Dhabi, donde comenzaron a planear una segunda versión monumental en el desierto, que alcance o supere en altura a las pirámides egipcias. Contrataron ingenieros y estudiantes de arquitectura para generar los diseños y cálculos de cuántos barriles podría tener, de qué colores serían, cómo estarían distribuidos esos colores, cómo se sostendría. Estos y otros intentos subsecuentes quedaron siempre en la nada. 

Hasta que en 2018 la Serpentine Gallery de Londres, dirigida por el curador Hans Ulrich Obrist le ofrece a Christo concretar la mastaba en el lago del Hyde Park donde se encuentra la galería. Después de 50 años, Christo finalmente pudo regalarle a su amor una de las obras más mágicas que hayan existido. La pieza midió 20 metros de alto por 30 metros de ancho por 40 metros de largo. Los 7506 barriles de acero apilados sobre el río estaban pintados de tres colores: rojo, azul y violeta, aunque estos colores se veían modificados decenas de veces a lo largo del día por la luz del sol y los reflejos del agua. Si bien muchos pensaron que la mastaba se apoyaba sobre alguna especie de estructura, en realidad estaba flotando y tenía 20 anclas por debajo que la mantenían en la posición correcta. 

La escultura no sólo modificó y embelleció su entorno de manera inimaginable durante los tres meses que estuvo en exhibición, sino que su realización implicó una profunda limpieza del agua del lago. Pocos meses después, Christo nos dejaría, con 84 años en mayo de 2020, habiéndose dado el gusto junto a su esposa, de envolver el mundo, aunque sea por un ratito.