Cuando miro a Cecilia Vicuña se me hace casi imposible no imaginar a la Cecilia niña, la que en sus primeros años de vida en Chile se crió rodeada de naturaleza. Una Cecilia libre y feliz, estimulada entre libros y una familia con mucho compromiso político que recibía a exiliados, la mayoría de ellos intelectuales, que despertaban su fascinación. Una Cecilia que también tuvo que cargar con el peso de la historia de su país y de esa familia.

Esto no lo aprendí en los libros de historia del arte o mis clases en la Universidad, sino que Cecilia forma parte de un grupo de artistas, en su mayoría mujeres o de la comunidad LGBTIQ + que estudié después de esos primeros años de formación, cuando nos dábamos cuenta que a excepción de algunas materias, al relato heredado le faltaban varios capítulos. Y si bien mí mirada puede resultar anticuada a esta altura del partido, la verdad es que no lo es.

A estxs artistas había que googlearlxs, buscar entrevistas en YouTube, notas en medios de afuera, investigar las colecciones de museos que podíamos encontrar online y compartir catálogos con colegas. Lo bueno es que podíamos aprender sin gastar un centavo y así rearma nuestra mirada sobre la historia del arte.

"Soñar el agua, una retrospectiva del futuro (1964-...) " que se presenta hasta fin de mes en el Malba, es una muestra fundamental por que nos acerca a Cecilia Vicuña, una de las artistas más relevantes de la región, aunque esto no siempre fue así.

Las cosas se desencadenaron cuando fue invitada a la Documenta 14 de Kassel en Alemania en 2017. Luego en el 2022 recibió el León de Oro en la Bienal de Venecia, quizás el premio más relevante para el ecosistema del arte occidental. Al igual que en Buenos Aires, en esa ocasión Cecilia se presentó junto a su mamá. Cuando veo las fotos donde con orgullo sostiene su premio en el aire, siento que hay algo de esa niña libre que reivindica su historia y sus orígenes.

Cecilia entiende su responsabilidad como artista, se relaciona con nosotros y nos vuelve partícipes de sus acciones hasta fundirnos con las obras y conseguir que nos sintamos cómodos y protegidos. Es sabia, atenta y le presta mucha atención a lo que sucede a su alrededor. Hay otra cualidad particular que tiene que ver con el tiempo. Cuando nos sentamos a conversar durante el encuentro de prensa nadie la apura, no hay sensación de urgencia o necesidad por querer satisfacer al otro con respuestas armadas, algo que se agradece en estos tiempos.

No es casualidad que "Soñar el agua" haya desembarcado en Buenos Aires, donde Cecilia vivió y de la cual se enamoró por muchos motivos, entre ellos las alfombras azules de las flores del Jacarandá cuando caen. La magia de esta artista se manifiesta, ya que la mañana de nuestro encuentro llueve torrencialmente y las inmediaciones del museo quedan cubiertas por este manto natural.

Cecilia es una especie de ciudadana del mundo. Después de estudiar Bellas Artes en Chile, se trasladó a Londres pero a causa de la dictadura volvió a irse de su primera casa para recorrer otras ciudades hasta establecerse en Nueva York, donde vive actualmente, sin antes buscar refugio precisamente aquí, donde desde 1981 hasta el 2004, vivió por momentos y escribió mucha poesía.

También incursionó en el dibujo, la pintura, la serigrafía y el textil. Trabajó con fotografía, video, instalación, performance, performance sonora y se mantuvo siempre comprometida con el activismo político y feminista, que se refleja en su hacer. Fue tejiendo su propio camino sin mirar a los costados, sin imitar y obedecer a las corrientes del momento.

"Soñar el agua" es una oportunidad única para sumergirse en todas las etapas de Cecilia. La que vivió en Nueva York y acá, la poeta, la artista que explora la intimidad, la sexualidad y la magia de los vínculos sensibles, así como también la que alerta hace tiempo que nuestro mundo está en grave peligro. Asume una responsabilidad frente a esta problemática y resalta el hecho de que seguimos dándole poder a aquellos responsables de vender las tierras y destruir la biodiversidad a cambio de dinero y poder. ¿Esta historia se hace familiar?

Hay mucho más para decir acerca de la labor de Cecilia. La preservación de la memoria textil precolombina, las luchas feministas, la exploración y destape de la sexualidad y el erotismo, su compromiso con las comunidades indígenas. En "Soñar el agua" se incluyeron 200 obras (y eso que mucha de su producción desapareció, se perdió o tiró a causa de tanto movimiento en su vida). Los invito entonces a que investiguen y armen su propio relato. No se van a arrepentir.

Poder ver una muestra antes del día de su inauguración es una gran bendición por muchos motivos pero la principal es que podemos conocer a los artistas de manera íntima. Cuando me acerco a Cecilia para despedirme, ella me pide "que le muestre al niño", a mí bebé, que ese día me acompaña. Todos somos parte de su ecosistema sensible y creativo. Como dice Miguel A. López, se trata de desconocer jerarquías, actuar en comunidad, vincularse con el mundo y con el arte.