Criada como bilingüe (hablaba inglés y holandés, lo que explicaba su particular acento), la genial Audrey Hepburn también era fluida hablante de español, italiano y francés. Además, en la batalla de Arnhem, en septiembre de 1944, se desempeñó como enfermera voluntaria, cuando tenía apenas 16 años, lo que anticipaba su futuro perfil humanitario. Esa trayectoria y formación cultural previas seguramente contribuyeron a que se convirtiera prematuramente en un fenómeno del cine y de la moda, desde su mismísimo debut en la pantalla grande, en la década de 1950.

Hepburn supo alcanzar el estatus conocido como “EGOT”, reservado a las apenas quince figuras artísticas que han ganado por lo menos un premio Emmy, un Grammy, un Oscar y un Tony. Leyenda absoluta antes y después de su muerte (debido a un cáncer de páncreas, que seguramente tuvo que ver con su adicción al cigarrillo), fue una intérprete con un magnetismo sin igual, capaz de narrar desde su rostro y su cuerpo. Y, como bien supo decir la crítica especializada Paula Vázquez Prieto, “solo se reveló como su propio ser luminoso e inmanente”.

A 30 años de la muerte de este ícono, en ZIBILIA aprovechamos para hacer un repaso por estos films y lo que representaron en la carrera de una de las intérpretes más importantes de la historia del cine.

La princesa que quería vivir (Roman Holiday, 1953)

Luego de finalizar el rodaje de esta película bajo la dirección de William Wyler, la estrella principal, Gregory Peck, le informó a los productores que Hepburn seguramente iba a ganar el Oscar y que lo mejor que podían hacer era poner su nombre encima del título en el póster. Así lo hicieron y así sucedió: Hepburn se llevó el premio de la Academia a la mejor actriz protagónica por el que era su primer rol significativo. Y merecidamente, por cierto: su actuación es memorable como la princesa de un pequeño país centroeuropeo que trata de escapar de sus obligaciones y termina conociendo a un periodista norteamericano, que finge desconocer su identidad. A partir de allí es que se desarrolla un relato entre aventurero y romántico, donde el descubrimiento del otro y del mundo son los motores principales. Un film que exprime al máximo su premisa y que posee un final tan melancólico como coherente.

Sabrina (Ídem, 1954)

Esta película sobre un triángulo amoroso entre los hermanos de una poderosa familia y la hija del chofer que trabaja para ellos tuvo una producción repleta de contingencias. Por un lado, Hepburn se enamoró de uno de sus coprotagonistas, William Holden, aunque rompió la relación cuando se enteró de que él no podía tener hijos. Por otro, Cary Grant fue reemplazado a último momento por Humphrey Bogart, quien durante el rodaje se llevó pésimo con Holden y desaprobaba a Hepburn, porque quería a su esposa, Lauren Bacall, para el rol. Además, el guión se terminó de redactar a las apuradas durante la filmación, a tal punto que el realizador, Billy Wilder, le pidió un día a Hepburn que fingiera estar enferma, así tenía el tiempo para terminar de escribir una escena. Sin embargo, el producto terminado es un ejemplo perfecto del cine clásico hollywoodense, una comedia romántica tan entretenida como emocionante.

Amor en la tarde (Love in the Afternoon, 1957)

En su momento, este film de Wilder fue un fracaso en la taquilla, en buena medida porque los críticos señalaron vehementemente que Gary Cooper no era el indicado para el protagónico, ya que duplicaba en edad a Hepburn. Una pena, porque esta comedia de enredos sobre una ingenua parisina que es seducida por un playboy norteamericano, que ignora que ella es la hija de un detective privado especializado en asuntos de infidelidad, merecía mucha mejor suerte. Lo cierto es que Wilder aprovecha aquí las capacidades de Hepburn y Cooper para trabajar con perspicacia el impacto de las apariencias y los malentendidos, en un relato con un muy buen balance entre drama y comedia.

La cenicienta en París (Funny face, 1957)

Los productores de este film dirigido por el gran Stanley Donen recurrieron a una particular estrategia para asegurarse a Hepburn y Fred Astaire en los protagónicos. Esta consistió en decirle a cada uno que el otro ya había firmado, suponiendo que no dejarían pasar la oportunidad de trabajar juntos. La treta funcionó a la perfección y se complementó con otra acción única: buena parte del staff de producción usualmente asociado con los musicales de la MGM fueron a Paramount especialmente para este film. Lo que allí hicieron fue, esencialmente, un musical de la MGM, pero en Paramount. Y uno que reflexiona con inteligencia y creatividad sobre el poder de la imagen y su capacidad para crear toda clase de historias. Una película de gran belleza, donde París se convierte en parte de la narración y en un reflejo de las vicisitudes de los personajes.

Muñequita de lujo (Breakfast at Tiffany’s, 1961)

Aparentemente, el legendario Truman Capote, autor de la novela en la que se basaba este film de Blake Edwards, no estaba de acuerdo con la elección de Hepburn como protagonista, ya que prefería a Marilyn Monroe. Llamativamente, Hepburn pensaba algo parecido, aunque aceptó el rol, que le reportó el que era en ese momento el salario más alto para una actriz en la historia. La presión -propia y del entorno- era enorme, y sin embargo Hepburn terminó entregando uno de sus papeles más icónicos, una de las representaciones más empáticas de cómo las personas construimos diversos rostros y formas para disfrazar nuestros temores e inseguridades. Y cómo, cuando nos dejamos llevar, podemos hallar en otros individuos la contraparte ideal para sincerarnos y exhibir lo mejor de nosotros mismos. No puede dejar de mencionarse la canción Moon River, que Henry Mancini escribió especialmente para Hepburn y que ella interpreta a la perfección, en un momento sencillamente conmovedor.

Charada (Charade, 1963)

Luego de finalizar la filmación, Cary Grant dijo que, para navidad, solo quería hacer otra película con Hepburn. Una pena que ese deseo nunca se concretó, porque la pareja protagónica que ambos entablaron funcionó a la perfección en este film que muchos suelen pensar que fue dirigido por Alfred Hitchcock. Es que todos los elementos están ahí, a la vista: el manejo del suspenso, la presencia de Grant, la historia de individuos perseguidos por fuerzas que los superan, la multiplicidad de giros en la trama. Pero no, fue dirigido por Donen, que logró el que muchos consideran “el mejor film de Hitchcock que Hitchcock nunca hizo”.

Cómo robar un millón de dólares (How to steal a million, 1966)

En un film repleto de hombres (y varios de ellos bebedores empedernidos, como Peter O´Toole y Hugh Griffith), Hepburn logra destacarse y no solo por tener el único rol femenino con diálogos. También por plegarse con fluidez y encanto al ritmo y tono propuestos por esta historia de estafas y engaños donde el humor y el romanticismo son los ejes dominantes. La puesta en escena del director Wyler también contribuye a que este sea un entretenimiento veloz y encantador, que compra enseguida al espectador.

Espera la oscuridad (Wait Until Dark, 1967)

En una entrevista, le preguntaron al actor Alan Arkin si no le había sorprendido el no haber sido nominado al Oscar por su rol en este film dirigido por Terence Young. Su respuesta fue tan hilarante como lógica: “no recibes una nominación por ser cruel con Audrey Hepburn”. Y era cierto, a pesar de que su villano es de los mejores de la historia, a tal punto que Stephen King lo caratuló como la más grande evocación del mal en la pantalla grande. Pero enfrente estaba Hepburn como una mujer ciega que debe defenderse sola frente al acecho de tres despiadados malhechores. ¿Cómo luchar contra eso? Arkin, desde el vamos, ya estaba condenado al fracaso, en un caso testigo de empatía irremediable entre heroína y espectadores.