El jueves 10 se estrenó “Asteroid City”, la más reciente película de Wes Anderson, que cuenta con un elenco multiestelar: Jason Schwartzman, Scarlett Johansson, Tom Hanks, Jeffrey Wright, Bryan Cranston, Edward Norton y Hope Davis, entre muchos otros. Presentada en el último Festival de Cannes, donde compitió por la Palma de Oro, es posiblemente el film de Anderson que ha generado más divisiones en los últimos tiempos. Algunos sostienen que ratifica su excelencia como realizador, otros que es de lo peor que hizo. Aprovechando su lanzamiento, en ZIBILIA hacemos un repaso por la trayectoria de uno de los directores más relevantes que ha dado el cine norteamericano en las últimas tres décadas.

Wesley Wales Anderson nació el 1 de mayo de 1965. Durante su infancia en Houston, Texas, Wes ya soñaba con el arte y, especialmente el cine, como un vehículo para canalizar su mirada sobre el mundo, que pronto se evidenciaría como repleta de particularidades. De hecho, grababa filmaciones en el formato casero de Súper 8 e incluso actuaba en las obras de teatro escolares. Sin embargo, inicialmente no eligió estudiar cine, sino Filosofía en la Universidad de Texas localizada en Austin, donde conoció a un tal Owen Wilson. Años más tarde, ambos alcanzarían el estrellato: uno desde la dirección, el otro desde la actuación.

Junto a Wilson, Anderson escribió “Bottle Rocket”, su primer cortometraje, el cual lograron presentar en el Festival de Cine de Sundance -uno de los certámenes de cine independiente más importantes del mundo- en 1993. Allí llamaron la atención de James L. Brooks, destacado realizador ganador del Oscar por “La fuerza del cariño” (además de uno de los productores principales de “Los Simpson”). Este vio el potencial para hacer un largometraje y financió el proyecto, estrenado en 1996 y que llegó a los cines de la Argentina como “Buscando el crimen”. 

La comedia dramática, centrada en tres amigos que planean un sencillo robo que tiene derivaciones inesperadas, fue un fracaso comercial. Sin embargo, obtuvo el respaldo de los críticos y, principalmente, del legendario director Martin Scorsese, que la consideró como una de las mejores películas de los 90.

Pero fue el siguiente film de Anderson el que realmente lo puso en el mapa, además de permitirle encontrar a su primer gran socio y actor fetiche: nos referimos a Bill Murray, que leyó el guión de “Tres es multitud” -cuyo significativo título original era “Rushmore”- y enseguida quiso filmarlo. A tal punto que puso dinero propio para que se concretara el proyecto, que llegó a las salas en 1998. Lo cierto es que Anderson halló aquí precisamente lo que buscaba: una “realidad ligeramente aumentada”, similar a la de la literatura de Roald Dahl, el autor de “Charlie y la fábrica de chocolate”. Ese tono iba de la mano de un relato centrado en un triángulo amoroso donde los dos personajes masculinos se comportaban casi como niños sin dejar de ser adultos. Inteligentes, eruditos y sarcásticos, también eran extremadamente caprichosos y, aún así, muy queribles.

A continuación, en el 2001, Anderson estrenó “Los excéntricos Tenenbaum”, una película decisiva para pensar su filmografía, por razones tanto positivas como negativas. Por un lado, fue durante mucho tiempo su mayor éxito, a la vez que consolidó su estructura narrativa típica, que funciona como un cuento entre didáctico y aventurero. Por otro, se observaba ahí un regodeo estilístico, donde el juego con los colores como factor expresivo y cierta solemnidad en los diálogos se imponían a personajes que muchas veces eran explicados de más. 

Los defectos se profundizaron en “Vida acuática” (2004) y “Viaje a Darjeeling” (2007), dos películas que también buscaban crear mundos propios, pero que en unos cuantos pasajes parecían obturadas en un ombliguismo algo inconducente.

Fue en una adaptación de un libro de Dahl y a través de la animación stop-motion, que Anderson encontró el camino para volver a la verdadera esencia de su cine, esa donde la sensibilidad prevalece por sobre el ingenio. En “El fantástico Sr. Fox” (2009), el realizador abandona toda pedantería y ya no puede encontrarse el tono entre clínico y distante que caracterizaban a sus tres films previos. En cambio, se entrega a lo que pide el relato, centrado en un zorro tratando de asumir su rol como padre, para brindar una narración equilibrada en forma y contenido. Ese equilibrio era, paradójicamente, un vehículo para contar una historia de seres disruptivos, fuera del sistema, que desde sus comportamientos librados de ataduras evidencian los problemas de lo establecido.

La siguiente película de Anderson, “Un reino bajo la luna” (2012), es como una reafirmación en la acción real de lo visto previamente en la animación: el estilo entre geométrico y lunático reaparece en toda su dimensión para evidenciar los quiebres entre lo infantil y lo adulto. La historia de amor (con fuga incluida) entre dos adolescentes pone en crisis a su comunidad, pero sirve también para hacerse cargo de las frustraciones, miedos y rencores que estaban latentes. Y le sirve también a Anderson para soltarse de forma más decidida, para dejarse llevar por una historia de amor tan efímera como fulgurante, donde hay más preguntas que respuestas. 

La seguridad y fluidez adquirida en “Un reino bajo la luna” le permitieron a Anderson concretar otro gran film, “El Gran Hotel Budapest”, que es hasta el momento, por lejos, su mayor éxito. Estrenada en 2014, evidencia la madurez artística del director, capaz de encontrar una historia en un espacio determinado, al cual dota de una estética que nunca deja indiferente, pero también a personajes que lo habitan y dotan de distintos significados. Lo espacial y lo narrativo confluyen y se retroalimentan, porque al fin y al cabo la película es un perfecto homenaje al arte de contar historias, de encontrar protagonistas que por distintas razones fascinen al espectador.

En el 2018, Anderson retornaría a la animación stop-motion con “Isla de perros”, cuyos protagonistas caninos son un puente para explicitar el absurdo en el que puede caer en ciertas ocasiones la humanidad. Y que es también un despliegue de ideas alocadas por parte del cineasta, que encuentra en el territorio animado un elemento crucial para entrecruzar toda clase de referencias artísticas y situaciones entre insólitas e hilarantes. A la vez, no pierde de vista que el núcleo narrativo y temático es el vínculo afectivo entre seres aparentemente disímiles, pero similares en cuanto a sus sensibilidades y motivaciones.

Finalmente, en 2021, Anderson estrenó “La Crónica Francesa”, que con su estructura narrativa se constituye en un homenaje casi enciclopédico al periodismo en general y al género de las crónicas en particular. Pero, también, es una demostración de que el director siempre hizo, a su modo, periodismo, porque progresivamente se fue constituyendo en un cronista de sus propias realidades. La película, a su vez, funciona como un resumen del carácter coral y fragmentario de su cine, de su voluntad por encontrar un verosímil en lo que a primera vista puede parecer insólito y hasta imposible. Es un gran film, que muta permanentemente de estilos y tonalidades, hasta distinguirse por completo de cualquier tipo de producción que viene entregando el cine norteamericano en los últimos años.

Aún con los altibajos que ha tenido en su filmografía, Anderson es de esos realizadores que ha alcanzado un piso de excelencia que convierte a cada una de sus obras en experiencias potentes y desafiantes, que llevan a que el espectador no pueda quedar indiferente. Por eso no sorprende la polémica generada por “Asteroid City”: al fin y al cabo, lo que hace Anderson es continuar siendo fiel a sí mismo, a su ansia por encontrar historias de todo tipo, en cualquier lugar, en todo momento, que es también un factor esencial del arte cinematográfico.