Leonardo Martinelli habló sobre el nuevo rumbo de Tremor, el lugar del arte fuera de la industria, la irrupción de la inteligencia artificial y el valor de una emoción sincera en la música actual con artistas como Milo J.

Desde hace más de dos décadas, Tremor ocupa ese territorio único donde la electrónica y el folklore se entrelazan y se desafían. Suena a Once pero también a Añatuya, en Santiago del Estero: un bombo legüero latiendo entre pulsos digitales, un taladro que irrumpe para abrir paso a un charango alegre. Todo eso —y mucho más— es Tremor. Formado en 1999 por Leonardo Martinelli y ampliado luego con Camilo Carabajal y, más recientemente, Alex Musatov, el grupo encontró en esa tensión entre lo salvaje y lo preciso su territorio natural. Hoy, tras recibir el Premio Konex 2025 en la categoría DJ/Electrónica, reafirma su lugar como una de las propuestas más visionarias y mutantes de la música popular argentina. “Es un montón para un proyecto alternativo que no vende miles de discos, que no sigue la moda ni tiene éxitos”, admite Martinelli.

En la gacetilla de prensa que me compartieron dice que “habitan con naturalidad el caos”. ¿Cuánto tiene que ver esto con que vivan en la ciudad de Buenos Aires? 

Mucho, para que te des una idea, yo soy un bicho de ciudad que aprendió a andar en bicicleta en una playa de estacionamiento los fines de semana. Cuando decimos que “habitamos con naturalidad el caos”, nos referimos a que Tremor tiene ruidismo. Nos gusta el ruido y encontramos cierta belleza en él, que se potencia en el contraste, entre la calma y el caos, la dulzura y la aspereza. Con eso jugamos bastante, por ejemplo cuando hacemos convivir a un charango con guitarras distorsionadas. Es parte del lenguaje que manejamos. 

Cuando escuché por primera vez Poliphone, su último single, pensé: “esto es todo lo contrario a lo que exige la industria hoy en día. 

Tremor es un proyecto caprichoso en el buen sentido de la palabra, ya que creemos en buscar cosas diferentes, que sorprendan. Claramente no somos un proyecto para llenarnos de plata, nada más lejano. Nuestro rol en el sistema no tiene que ver con servirle a la industria, hay otros artistas del mainstream que sí pueden ocupar ese lugar, y está perfecto. Nosotros pertenecemos a los artistas que se mueven por los márgenes explorando cosas nuevas y creo que también hay oído para eso. Por suerte hay gente que se sigue entusiasmando con lo que hacemos, aunque reconozco que cada día es más difícil. 

Sin embargo, en Ánima Digital apuestan más al formato canción y apelan al feat, tan vigente en estos tiempos. ¿Por qué decidieron convocar a Ignacia?

A mí particularmente siempre me gustó, me llama mucho la atención las melodías que utiliza en sus canciones, tienen unos saltos muy interesantes. Estaba esperando la excusa para que surgiera algo que valiera la pena y por suerte apareció. Cuando tuve la música dije “Esto es para Ignacia”, así que se lo mandé y le gustó. Estamos muy contentos porque quedó algo original.

 ¿Este álbum va a ir más por el lado de Ánima Digital o de Poliphone?

Va estar más cerca de Poliphone, pero va a haber de todo: temas más arriba, más abajo, más dulces, más barderos y psicodélicos. En este último tiempo me reencontré y volví a enamorarme de las cuerdas.

¿Qué importancia ocupa el mestizaje sonoro en la banda?

A mí me fascinan las músicas del mundo. De hecho, los discos de Tremor tienen guiños a la música celta, balcánica… hay una búsqueda multicultural. Me interesa esa relectura desde la persona que soy: un tipo nacido en Once y criado en un departamento. Todo lo que hago parte de esa mirada, la de un pibe que vivió arriba de un colectivo, no en la cima de una montaña rodeado de llamas. Al principio eso me inquietaba. Me preguntaba: “¿qué onda?, soy porteño y estoy haciendo esta música”. Pero con el tiempo tuve la oportunidad de conocer comunidades como la de los wichís o mapuches, de compartir con muchos chicos jóvenes que tocan folklore en el patio de sus casas, y entendí que todos, de algún modo, estamos haciendo una relectura del mundo. Una vez, en Santiago del Estero, mientras ensayábamos, un pibe puso a Eminem. Ahí me relajé y pensé: “esto nos pertenece a todos”.

Ustedes, junto a Chancha Vía Circuito y otros artistas del colectivo Zizek, abrieron el camino al llevar la fusión entre folklore argentino y electrónica a escenarios internacionales. ¿Quiénes creés que hoy continúan ese legado?

Creo que, al igual que muchos de los artistas que mencionás, siempre estuvimos cerca de la raíz. Tal vez por eso nuestra música despertó interés fuera del país: porque partía de lo propio, de lo auténtico. Hoy, aunque su propuesta sea distinta a la nuestra, siento que Milo J está llevando el folklore a lugares donde hacía mucho no llegaba. Su último álbum es profundamente emotivo: al segundo tema ya te quiebra. El otro día lo vi cantar Niño en la televisión española y me flasheó. Tiene un amor muy genuino por el folklore, y eso se siente. Creo que la posta actual viene por ahí: en esa búsqueda de emoción sincera. Ojalá siga apareciendo gente así, artistas populares que se animen a conectar desde lo verdadero.

¿Cómo convive la banda con la inteligencia artificial?

No me gusta pelearme con la tecnología. No creo que tenga la culpa de nada: es solo una herramienta más. Uso inteligencia artificial, y me parece genial como asistente, como apoyo. Pero no me entusiasma la idea de que haga todo por nosotros. Pensar que con un prompt de dos renglones ya estás haciendo una obra me parece un error. Una obra tiene una historia invisible detrás: capas de experiencia, emociones y decisiones que no siempre se ven, pero se sienten. Eso es lo que la IA todavía no tiene. La IA trabaja con clichés; lo humano trabaja con sentido.