La tortuga roja de Michael Dudok de Wit, primer extranjero con el aval de estudio Ghibli.

Una lista cuidadosamente seleccionada de películas de animación para adultos, producidas en el nuevo milenio. Las hay europeas, asiáticas y americanas, y en todas se abordan grandes problemáticas de la humanidad.

Si la animación es un formato que se suele relacionar con el público infantil, ha mostrado con creces a lo largo de la historia que puede abordar temáticas, historias y personajes dirigidos a los espectadores adultos. Para esta nota, vamos a establecer un recorte que parte del inicio del nuevo milenio. Sin embargo, eso ya es más que suficiente: tenemos una gran variedad de tipos de animación, orígenes, narrativas, géneros y estéticas.

Zibilia les trae una selección (por orden de aparición) de siete películas animadas para adultos fundamentales del siglo XIX.

Despertando a la vida (2001)

Despertando a la vida de Richard Linklater.

El nuevo milenio arrancó de manera excepcional con este pequeño prodigio de Richard Linklater, que se incorporó a su catálogo de obras de culto. El realizador de Rebeldes y confundidos, Antes del amanecer y Antes del atardecer utilizó la técnica de rotoscopia y el formato de video digital para un fílm que es único no solo desde el punto de vista técnico. Lo es también por cómo es capaz de crear un universo propio y distintivo, donde lo onírico y lo filosófico se fusionan de formas sorprendentes y enriquecedoras.

Linklater tira toda la carne al asador y despliega ideas y nociones sobre el mundo, pero también dudas existenciales. Plantea toda clase de interrogantes sin necesariamente arribar a respuestas tajantes. Por eso podemos sentir por momentos que la película se nos escurre como arena entre las manos. Sin embargo, en verdad es todo lo contrario: nos ha capturado y no está dispuesta a soltarnos sin dejarnos cargados de potentes inquietudes.

Team America: World Police (2004)

Team America: World Police de Trey Parker y Matt Stone

Luego de la obra maestra absoluta que fue South Park – la película, Trey Parker y Matt Stone concibieron esta parodia de las películas patrioteras de Jerry Bruckheimer estilo Top Gun y Pearl Harbor. Sin embargo, la animación con muñecos (una especie de homenaje/sátira de la serie Thunderbirds) y la historia de un escuadrón de soldados haciendo el trabajo sucio que Estados Unidos necesita fue solo una excusa.

La meta de fondo era disparar balas para todos lados. Y cuando decimos para todos lados, es para todos lados: los realizadores tiran dardos a la izquierda y a la derecha, al centro, arriba y abajo. Nadie se salva -ni George Clooney y menos aún Matt Damon-, y el gran acierto de la película está en cómo pone en evidencia el absurdo en que se estaba convirtiendo la discusión política en el mundo.

Parker y Stone anticiparon la locura totalitaria de la gente ejerciendo de policía ideológica y cultural en las redes sociales y medios de comunicación. Lo hicieron con una comedia tan delirante como hilarante, y al grito de “America, fuck yeah!”.

Persépolis (2007)

Persépolis de Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi.

Vincent Paronnaud y Marjane Satrapi adaptan el cómic de Marjane Satrapi y entregan un film donde una experiencia particular es capaz de sacudir las perspectivas generales. El relato, centrado en una precoz y expresiva chica creciendo durante la Revolución Islámica en Irán, es como su protagonista: coherente, honesto, vital y extremadamente bello. Pero también angustiante y desolador, por la forma en que retrata la brutal opresión a las libertades por parte de un régimen donde la religión se constituye en un pilar para la vigilancia y la persecución.

La inteligencia y perspicacia de los realizadores es la que permite que la película no se convierta en un panfleto político plagado de respuestas facilistas. En cambio, la apuesta es por una historia de crecimiento, aprendizaje y lucha como herramientas para mantener la identidad y la memoria. Y en una narración de increíble poesía, donde los claroscuros y los silencios dicen tanto, o más, que las palabras.

Vals con Bashir (2008)

Vals con Bashir de Ari Folman.

El director israelí Ari Folman (que también oficia de protagonista, guionista y productor) realiza un ejercicio tan necesario como doloroso: recordar -o más bien recuperar- lo que se había olvidado. En este caso, su paso por el ejército israelí durante la guerra del Líbano, donde fue testigo de la matanza de Sabra y Chatila perpetrada en 1982 por las falanges cristianas libanesas contra refugiados palestinos. La operación de reconstrucción de la memoria pone a dialogar la animación con el documental, haciendo que se retroalimenten entre sí desde lo estético y narrativo.

El film, como los recuerdos de Folman y los de los amigos que entrevista, se va estructurando como un rompecabezas, con marchas y contramarchas, con contradicciones, pero también una progresiva toma de consciencia. A medida que se van acomodando las piezas, la verdad -horrorosa, por cierto- se da la mano con lo surrealista, en una película que prácticamente inventa un nuevo lenguaje para narrar su historia.

Your name (2016)

El animé siempre fue un territorio fértil para romper barreras o límites audiovisuales, además de un campo más que apropiado para la exploración de temas universales. Esta película japonesa de

Your name de Makoto Shinkai.

El animé siempre fue un territorio fértil para romper barreras o límites audiovisuales, además de un campo más que apropiado para la exploración de temas universales. Esta película japonesa de Makoto Shinkai es un ejemplo cabal desde su mismo argumento. Take y Mitsusha son dos jóvenes que descubren que durante el sueño sus cuerpos se intercambian y empiezan a comunicarse por medio de notas. A medida que progresa el vínculo entre ellos, nace un lazo romántico, que junto a los elementos fantásticos le permiten al relato hablar sobre las construcciones identitarias, la aceptación de uno mismo y el otro, las pérdidas y el apego. Si lo romántico suele ser asociado a lo cursi o a lo melodramático, Shinkai logra hallar el equilibrio justo para conmover con las armas más nobles. Y de paso, convierte a su obra en un deslumbrante y bello espectáculo cinematográfico.

La tortuga roja (2016)

La tortuga roja de Michael Dudok de Wit.

Esta coproducción entre Francia, Bélgica y Japón está repleta de particularidades. Dirigida por el holandés Michael Dudok de Wit, un cineasta ambicioso y metódico, tuvo el respaldo del emblemático estudio Ghibli -propiedad del maestro Hayao Miyazaki-, que por primera vez financió un film no japonés. Los resultados están a la vista: estamos ante un film donde confluyen lo minimalista y excepcional, en el que el realizador lleva al límite sus obsesiones temáticas y formales. Hay un hombre que queda varado en una isla desierta y que termina por encontrarse con una extraña tortuga roja, una criatura con diversos significados metafóricos y literales que cambiarán su existencia. No hay palabras en la película, pero sí una narración que fluye como un río e imágenes de enorme poesía. Dudok de Wit encuentra el tono justo donde la ambición no cae en la pedantería, porque nunca se pone por encima de los personajes y las acciones. Una historia de un humanismo sorprendente e impactante, por cómo recupera y reformula esa aventura constante que es entender al otro y, más importante aún, a uno mismo.

Coco (2017)

Coco de Lee Unkrich.

Podrá lucir un tanto sorpresivo que un film de Pixar cierre la lista, pero lo cierto es que el estudio siempre supo transitar temas o vertientes que interpelan a los adultos. Quizás esta sea de las películas donde más se nota este componente, a partir de cómo utiliza las tradiciones mexicanas como trampolín para delinear una fascinante Tierra de los Muertos. Pero no se trata solo de diseñar un mundo visualmente atractivo, sino también de indagar en cómo construimos nuestras historias desde la memoria y cómo la memoria construye nuestras identidades.

En el film están sobrevolando constantemente nociones referidas a la pérdida y la muerte, enmarcadas a su vez en el vínculo que establecemos con nuestros pasados. Y cómo esos pasados están relacionados con lo vivencial, con lo que elegimos recordar, pero también olvidar. La película de Lee Unkrich apela a capas de sentido musicales y del folletín telenovelesco, a las que relee con una sensibilidad e inteligencia pocas veces visto. Desde ahí, con toda esta mixtura de elementos estéticos, genéricos y narrativos, enhebra un relato donde la luz y la oscuridad se fusionan permanentemente. Un viaje interior y exterior que nos interpela de forma ineludible y nos dice que el arte es el perfecto instrumento para combatir el olvido.