Aída Bortnik fue pionera en su oficio, dos de sus obras fueron nominadas al Óscar, y La historia oficial, lo ganó. En esta nota, te contamos quién fue, cómo era como profesora de guion y qué podés encontrar en esta exposición que le dedica el Museo del Cine hasta el 31 de diciembre.

Aída Bortnik es un nombre que muchas personas desconocen, pero basta con escucharlo una sola vez para no olvidarlo nunca más. Ella es una de las imprescindibles de la historia del cine y del teatro argentino. Y sí, además es ella y no él. 

Guionista, dramaturga, periodista y docente, su currículum no carece de méritos ni de galardones. Las cajas de Aída es una experiencia interactiva, que invita a conocer su vida y obra, elementos que en su caso son indisolubles. La muestra se desarrolla en el primer piso del Museo del Cine y hay tiempo para verla hasta el 31 de diciembre. 

Aída supo abrirse camino en un ambiente masculino a base de trabajo riguroso, talento e inteligencia en una época en donde se escribía a máquina y se fumaba en las redacciones. A saber:

* Fue la primera mujer latinoamericana en ser miembro permanente de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas en 1986.

*Fue guionista de dos films nominados al Óscar como mejor película extranjera inaugurando dos hitos: La tregua, adaptación de la novela homónima de Mario Benedetti fue la primer película argentina y la segunda latinoamericana, en ser nominada en 1974 y La historia oficial, que en 1985 recibió el premio de la Academia como Mejor película extranjera, inaugurando una tradición que sólo se repitió en 2010 con El secreto de sus ojos. Además, fue nominada a mejor guion extranjero.

*Fue miembro fundador de Teatro Abierto, emblema de la resistencia cultural contra la dictadura militar argentina.

*Tuvo que exiliarse en España durante casi cuatro años porque recibía constantes amenazas telefónicas por el programa televisivo Ruggero, en donde el protagonista, interpretaba a un periodista que iba por todo en búsqueda de la verdad.

*Guionó once películas estrenadas: La tregua, La historia oficial, Cenizas del paraíso, Caballos salvajes, Pobre mariposa, La isla, Tango feroz, Gringo viejo, Volver, Crecer de golpe y Una mujer, y muchas otras que no vieron la luz.

*Fue publicada en Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania y recibió un sinfín de premios no sólo nacionales sino también internacionales.

Estrellitas doradas no le faltaban a su currículum. 

Aprender con Aída

Yo era una de esas que desconocía su nombre. Una tarde cualquiera del verano caluroso del 2012, paseando con mi perra, un cartel publicitario callejero, me llamó la atención. Sobre una base roja intensa (no podría haber sido otro color el de ella) su nombre figuraba junto con uno que sí reconocía. Decía algo así como: “Escribí cine: Aída Bortnik y Juan José Campanella”. Simple y concreto. Anotarse consistía en llenar un cuestionario con libros, películas y obras de teatro predilectas. Había que completarlo con un breve escrito que de tan ridículo, todavía lo recuerdo.

De alguna forma extraña entré. Me salvó ser lectora de teatro. Lo supe porque durante sus clases reclamaba continuamente que ya nadie leía teatro y que ahí estaba la base de todo, como si fuera una gran enciclopedia universal. Fue durante la primer clase que nos habló de la importancia de historizar y nos preguntó a las mujeres si nos habían enseñado a defendernos, todas menos una, dijimos que no. 

Parece algo arcaico el comentario, pero el 2012 era un contexto completamente distinto en términos de feminismo y reivindicación de nuestros cuerpos y derechos. Fue en ese contexto que contó orgullosa que cuando era chica, teniendo unos cinco o seis años, en un cumpleaños infantil un nene “muy desagradable” le pegó y su padre, en vez de consolarla le dijo que se la devolviera. 

Cuando su madre lo cuestionó porque ella era una nena y en consecuencia debía comportarse como tal, su padre le respondió: “decíselo al que le pegó”. Aída contaba esto y una sonrisa edípica de hija única se le dibujaba en su cara. Le gustaba alimentar el mito de niña prodigio y lo dejaba entrever en sus comentarios y hábitos de consumo: que era una lectora voraz desde muy temprana edad y que veía películas completas desde los 3 años, pero nadie excepto ella podría haber encajado tan bien en esa leyenda. 

Aída era brillante, trabajadora y exigente al extremo. Quienes la conocieron aseguran que vivía reescribiendo sus textos. Sus inicios fueron a través del teatro, y en sus propias palabras, “escribía y guardaba, escribía y guardaba”, esperando el momento de sentirse segura de mostrar un texto suyo. Pero el cine llegó como un amante y se convirtió en el amor de su vida. Tenía además, un encanto especial, una sonrisa pícara entre compradora y maligna. De esas personas que llegan a tu vida para modificarla para siempre, para dejar una marca. 

El sistema de las clases de “Escribí cine” contaban con dos partes: todos los lunes en Metrovisión unas ochenta o cien personas nos juntábamos a ver películas y discutirlas, con Juan José Campanella. Pero para mí, lo mejor pasaba los viernes. Las clases se desarrollaban en el living de la casa de Aída, en sus sillones, entre sus recuerdos personales y libros. Un grupo de no más de quince personas nos juntábamos a compartir escritos y esperar ansiosos sus devoluciones. 

Su lema era que nadie podía enseñar a escribir por eso ella nos ofrecía textos y autores a modo de disparadores. Decía que “nos abría puertas hacia afuera para que nosotros abriéramos puertas hacia adentro”. En un buen viernes te ibas con una sonrisa de orgullo y en uno malo, pensando en reescribir un texto. Como las clases eran largas, las chicas que trabajaban con ella preparaban tentempiés calentitos y pancitos caseros. Era realmente mágico.

Desde hace unos meses la exposición Las cajas de Aída habita el primer piso del Museo del Cine. Trabajo realizado sobre las 73 cajas que se encontraron llenas de recuerdos y una vida de hacer, tras su muerte el 27 de abril del 2013. Gracias al apoyo de Mecenazgo Cultural, Patricia Molina (periodista), Silvana Di Francesco (productora), Gabriela Fantl (directora de casting) y Teresa Téramo (coordinadora del Máster Audiovisual UCA y licenciada en Letras) pudieron inventariar, revisar y clasificar todas las cajas para catalogarlas y transformarlas luego en la preciosa muestra que recorre el primer piso del Museo. 

En ella no sólo hay guiones escritos a máquina con anotaciones a mano sino también fotos personales, premios, cartas, recortes de diarios, notas, material gráfico, vestuario, investigaciones, proyectos no concretados, una entrevista para verla y escucharla de más de dos horas de duración. Sino también su escritorio y sus cuadros, un pequeño rinconcito de su departamento de la Avenida Pueyrredón.

Aída fue, es y será un emblema de coherencia y talento. Todas sus obras tienen personajes entrañables, repletos de dignidad y llenos de sentido del humor. Todos y cada uno de estos adjetivos me remiten a ella. Vale la pena darse una vuelta por el Museo del Cine para ver su trabajo porque hay que conocerla.