Nació un 6 de noviembre de 1479 en Toledo, España. Fue infanta. Fue reina. Fue amante. Fue madre. Fue traicionada. Fue confinada. ¿Estaba loca? Ella grita desesperada:
- ¿Quién no enloqueció por amor?
-Mi único pecado fue amar a mi marido, a mis hijos y a mis padres.
Isabel I de Castilla fue su madre, Fernando II de Aragón su padre y a los dieciséis años la entregaron como moneda de cambio a Felipe el Hermoso, archiduque de Austria, duque de Borgoña y Brabante y conde de Flandes . Era habitual acordar matrimonios que aseguraran el poder y la extensión territorial de las casas reales. Lo que no era frecuente era enamorarse a primera vista del marido elegido por los progenitores. Y eso sucedió:
-Yo era la mujer más feliz del mundo
-Caí rendida a sus pies. Feliz y Desdichada.
- No hay nada más maravilloso para una esposa que ser deseada.
La obra “Juana la loca”, con texto de Manuel Ballesta y dirigida por Eva Manjón se presenta en el teatro Arlequín de Madrid -a pasos de la Gran Vía- y recrea gran parte de la vida de una de las mujeres más conocidas de la historia española y mundial. Le da voz a esa reina, en una búsqueda de justicia, una especie de catarsis artística para desestimar el apodo que selló su biografía in eternum, sin posibilidad de defensa en un mundo patriarcal; aunque ese término no fuera acuñado entonces. Podría enunciarse entonces como una conspiración política masculina. Tan contundente que selló su existencia para siempre.
La protagonista habla, grita, llora, acuna, canta. Está representada por la versátil Mar Galera que tiene todas las edades sin fisuras, una en todas y todas en una. Impecable actuación. Juana, esa inmensa y opacada mujer que vivió en el siglo XVI y fue víctima de la traición de su padre y de su marido (también de su hijo pero no se aborda en esta pieza teatral) fue sometida al método del aislamiento y el maltrato. Se le exigió silencio:
“Calla Juana, calla, calla”
“La loca es la que soporta tanta afrenta sin chistar. Yo no me callé”.
Juana vivió setenta y cinco años de los cuales estuvo cuarenta y seis en el palacio - cárcel de Tordesillas, en Valladolid. En parte de esa etapa cría a su hija menor Catalina, a quien a menudo le susurra una canción de cuna y también le habla, le advierte:
-La vida es dolor hija mía y más si eres mujer.
-Esa cruz te acompañará siempre
-El turbio camino a la verdad
-Duerme mi linda Catalina
Mar, en el papel de Juana, habita un escenario que presenta una escenografía que resuelve hábilmente las distintas etapas de la obra. Lo central, además de guirnaldas de flores y piso damero, es una cama baldaquino. Este mobiliario es el aposento de la infanta en su inocencia perdida y apasionada. Es el aposento de la futura reina que disfruta de las lides liberales de la corte de Flandes, en oposición a la castellana con conductas monacales y rígidas. Es el aposento de los últimos días de Fernando en Granada, a quien ella nunca dejó de amar y celar al extremo. El luto está excelentemente resuelto con cortinas y tules negros que enmarañan y envuelven lentamente ese mueble central e icónico de placer, dolor y muerte.
En la puesta en escena hay otra actriz, Diana Valencia, que reverbera las voces de los recuerdos de Juana: la de su madre Isabel I, rígida y poco demostrativa, la de su marido Felipe, quien la traicionó en el amor y en el ejercicio del poder. Se canta, se escucha el violín. En otras partes de la obra hay campanadas, con el sello atemporal de seducción que caracteriza ese tañido. Lo poético en lo poético.
El vestuario es bello y eficaz. Tiene la contundencia de, en lo simple, brindar al personaje la impronta certera para dar cuenta del cambio de etapas, de situaciones, de edades. A modo de ejemplo, una simple capa aterciopelada inviste a la reina. Conciso y exacto.
La obra pone en jaque la aseveración histórica sobre la posible locura de la soberana. Como ella misma enuncia con determinación y lucidez: “La vida en la corte se asemeja al juego de ajedrez, donde para ganar la partida, si es necesario, se entrega a la reina”. Fin. No hay telón. Sí muchos aplausos de pie en Calle de San Bernardo, 5.