Conocida por su icónica interpretación en la emblemática película de Alfred Hitchcock, “Psycho” (1960), Janet Leigh es considerada una de las estrellas más importantes de la historia del cine. Con su belleza y talento, supo traspasar la pantalla y generar todo tipo de emociones, así como también conquistar a millones de espectadores alrededor del mundo. A pesar de ser llamada una “chica Hitchcock”, como Grace Kelly y Tippi Hedren, Leigh demostró, a lo largo de toda su carrera, una habilidad única para encarnar todo tipo de personajes. Su versatilidad le abrió las puertas para trabajar con aclamados directores, lo que la convirtió en toda una referente del Hollywood de aquel entonces.

Hija de Helen Lita y Frederick Robert Morrison, Jeanette Helen Morrison nació el 6 de julio de 1927 en Merced, California. Sus padres nunca tuvieron un trabajo estable, por lo que Jeanette pasó gran parte de su infancia viviendo en diferentes ciudades de Estados Unidos. Para 1947, estudiaba música en la Universidad del Pacífico, así como también realizaba pequeños trabajos como modelo. En tan solo cuestión de meses, su vida cambiaría por completo.

En febrero de aquel año, mientras el padre de Jeanette trabajaba como recepcionista en un hotel de Sierra Nevada, una huésped de lujo llegó para pasar unos días de vacaciones: la actriz Norma Shearer. Al ver una fotografía de Jeanette sobre el escritorio de la recepción, quedó cautivada por su belleza. En su regreso a Los Ángeles, Shearer convenció a Lew Wasserman, cazador de talentos de Metro-Goldwyn-Mayer (MGM), para hacer una prueba de cámara con la joven.

A pesar de su nula experiencia en actuación, Wasserman y los productores del estudio vieron en Jeanette a una potencial estrella. Una vez firmado el contrato, MGM la rebautizó como Janet Leigh y, acompañada de su coach actoral, Lillian Burns, comenzó oficialmente su carrera artística.

Su gran debut fue en “The Romance of Rosy Ridge” (1947), un western dirigido por Roy Rowland. Allí, interpretó a uno de los personajes protagónicos, junto con Van Johnson y Thomas Mitchell. Dos años más tarde, se puso en la piel de Meg March en “Little Women” (1949), película dirigida por Mervyn LeRoy, basada en la novela homónima de Louise May Alcott.

“Scaramouche” (1952) de George Sidney marcó el comienzo de la etapa más exitosa de la trayectoria de Janet Leigh. Aún con ciertos rasgos de novata, la actriz supo lucirse en este clásico del género de aventuras, en el que encarna a Aline de Gavrilac, el gran amor del personaje protagónico, André Moreau (Stewart Granger). Luego de trabajar con Sidney y en otras producciones de MGM, Orson Welles le propuso a Leigh su siguiente proyecto: “Touch Of Evil” (1958).

Touch Of Evil” es considerado el último gran film noir norteamericano y cuenta la historia de Mike Vargas, un agente de policía de narcóticos (Charlton Heston) que, junto a su esposa (Janet Leigh), presencia la explosión de un auto en la frontera de México y Estados Unidos. Vargas inicia una investigación al respecto, en la que también participa Hank Quinlan (Orson Welles), un policía corrupto. De esta manera, una lucha por descubrir la verdad se desata entre ambos.

La impecable dirección de Welles, sumado al poder de actuación e improvisación de Leigh, convirtieron a la película en un clásico indiscutido del cine. De hecho, en 1993, la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos la definió como “cultural, histórica y estéticamente significativa”.

Sin embargo, el verdadero éxito en la vida de Janet Leigh llegaría en 1960 con el estreno de “Psycho”, obra maestra de Alfred Hitchcock. Allí, la actriz interpreta a Marion Crane, una secretaria que, tras robar dinero de la empresa en la que trabaja, huye de la ciudad. Al caer la noche, decide descansar en un motel administrado por un extraño y misterioso hombre llamado Norman Bates (Anthony Perkins).

“Psycho” fue una película completamente disruptiva para la época ya que puso en jaque la censura establecida por el Código Hays. Contenidos como la desnudez y la extrema violencia estaban prohibidos en Hollywood, pero Hitchcock le dio a su púbico eso y mucho más a través de escenas milimétricamente construidas y pensadas.

Así, Leigh protagonizó una de las escenas más famosas y escalofriantes de la historia del cine: el asesinato de Marion en la ducha. Aquellos tres minutos fueron los más difíciles de rodar, ya que el director le dedicó siete días de los 30 de producción, e implicó 78 configuraciones de cámara y 52 tomas. Con un montaje tan rápido como imperceptible, el cineasta no muestra el asesinato, pero sí le hace creer al espectador que fue testigo de un hecho que no vio. Y, por supuesto, la actuación de Leigh le imprime a la secuencia un tono oscuro y aterrador.

A su vez, la muerte de la protagonista a menos de la mitad de la película fue una decisión innovadora que conmocionó a la audiencia. Janet Leigh era la actriz del momento: rubia, talentosa, atractiva y sensual, y nadie quería perderse ni un minuto de ella en la pantalla grande. De hecho, el maestro del suspense destacó a propósito la participación de Leigh en los posters del film, lo que no solo resultó ser una gran estrategia publicitaria, sino que llevó una mayor cantidad de gente a los cines.

“Psycho” fue aclamada tanto por el público como por la crítica y recaudó millones de dólares alrededor de todo el mundo. Además, Leigh obtuvo su primera nominación al Oscar como mejor actriz, mientras que a Hitchcock le valió su quinta y última nominación como mejor director.

Más tarde, durante los años 70 y 80, Leigh participó en varios proyectos cinematográficos y televisivos como artista invitada. Tal es el caso de “The Fog” (1980), película dirigida por John Carpenter, en la que actuó junto a su hija Jamie Lee Curtis. También fue parte de exitosas obras de Broadway y escribió su autobiografía, “There Really Was a Hollywood”.

Janet Leigh fue, sin duda alguna, una de las mujeres más talentosas de la historia de Hollywood. Su colaboración con directores visionarios y su destreza para abordar una amplia gama de personajes redefinieron, en muchos casos, los límites de la narrativa cinematográfica, lo que construyó un legado tan poderoso como imborrable en la industria del cine. Por esa razón, sus obras continúan siendo fuente de inspiración para cientos de directores y amantes del séptimo arte.