Consuelo Vidal es una persona relaja, alegre, conversadora y desde que tiene uso de memoria se siente artista. Reunidas en su taller, que forma parte de su hogar en el corazón del barrio de Tigre, un lugar que conoce muy bien, se toma un mate con soltura y comodidad. Se le iluminan los ojos mientras recorremos ese espacio sagrado y empezamos a hablar de las cosas que le apasiona. El arte, las costumbres, los objetos cotidianos, los viajes y las experiencias vividas.

MB: Empecemos por el principio. ¿Cuándo y por qué empezaste a hacer arte?

Estudié Bellas Artes porque desde muy chica sabía que me gustaba el arte y en mí casa muchas personas tenían la costumbre de hacer. O te dedicabas al arte o al campo. Así que primero me metí en escenografía pero como no me terminaba de convencer. Además sin importar en qué etapa de la vida me encuentre, siempre estoy haciendo, por eso a la par de mis estudios vendía diferentes objetos hechos por mí. Si hay algo que tengo claro es que el arte ha sido un refugio y mí salvación, por eso jamás me dediqué a hacer otra cosa, aunque en un momento sí tuve que afirmar que este sería mí camino y que iba a hacer todo para conquistarlo.

MB: Y una vez que tomaste esa decisión, ¿Cuáles fueron las herramientas que adoptaste? ¿Buscabas vincularte con otros artistas, ir a talleres o perfeccionarte con otras personas para aprender diferentes oficios?

Había un pregunta recurrente y era por dónde empezar y que quería decir ser artista. Estaba fascinada con la obra de Javier Barilaro y quería que él me enseñara, así que tomé coraje para llamarlo y aunque me explicó que no daba clases, me invitó a su taller. Además me sugirió que fuera a las clínicas de la artista Diana Aisenberg porque ella me iba a dar muchas herramientas que en el Santa Ana, la escuela de arte a la cual iba, no iba conseguir. Y eso resultó ser lo que necesitaba para entender cómo funcionaba el mundo del arte, aprender a hacer obras y no sólo pinturas y armar un relato propio.

MB: ¿Y cómo fue el proceso con ella y esas experiencias? Porque decís que entendiste cómo funciona el mundo del arte, pero dirías que son cosas que uno aprende o que constantemente hay que estar replanteando y re- educandose?

Es rarísimo, porque vas a una clínica y haces obras, aunque el después es incierto. Siempre tuve facilidad para hacer productos que se venden, desde muebles hasta los santuarios que hago hoy, así que en ese sentido se podría decir que estaba vendiendo mí arte y no tenía que buscar otro trabajo. Aun así no me llenaba pasar horas haciendo algo que la gente no valoraba como arte. Durante estos procesos aprendí a amigarme con este hecho y aceptar que todo lo que uno crea puede ser entendido como arte. Hoy encontré un punto medio con el que estoy cómoda, aunque siempre ando en busca de nuevos desafíos y posibilidades.

MB: Tú obra está plagada de referencias y simbologías muy variadas ¿Qué historias queres contarnos?

Mi obra viene de lo popular, lo cotidiano y mostrar lo sagrado de esos universos. Mí imaginario se relaciona con el arte sacro y mí búsqueda apunta a resaltar lo especial en aquello que me rodea y me gusta. Lo popular entendido como algo que viene de mí infancia, porque me crié en Tigre y en el campo, en barrios y pueblos chicos, donde la religión popular, la fe y la creencia ciega estaba muy presente.

MB: ¿Tenes recuerdos de tú infancia y de cuando vivías en esos lugares que te resuenen y entiendas como momentos claves?

Con mi papá siempre estábamos en las casas de las personas que trabajaban en el campo y hay algo con el que me siento muy identificada y es el del primer contacto a través del mate que te compartían, un gesto que entiendo como un símbolo popular, que no solo me pertenece a mí sino a muchas personas. Otra cosa que me recuerda a esas casa son las vitrinas súper kitsch y cargadas. El altar personal, las macetas, las reliquias, la decoración tan particular y los objetos que eligen.

En pocas palabras son símbolos con los que decidimos habitar en nuestros espacios y con los que compartimos mucho. En el campo uno se cría medio en manada y yo era una más, trabajaba con los peones, arreaba las vacas, disfrutaba de las tortas fritas con el mate y por eso disfrutaba tanto de estar ahí. Eran vivencias que contrastaban con las tradiciones de mí propio hogar.

MB: ¿Y en algún momento empezaste a atesorar cosas y armar tus propios altares? ¿Existe un disfrute en la costumbre de coleccionar?

Soy fanática de coleccionar cosas y mi casa es un reflejo de eso. De chica le pedía a las señoras que me dejaran llevarme algo, aunque fuera una pavadita, así que llevo una vida entera recolectando. Amo las artesanías y no vuelvo de un viaje sin algo. Los oficios me deslumbran y me puedo quedar horas hablando con alguien que está haciendo algo y de seguro me voy a traer todo. Con eso armo mis propios rituales y altares.

MB: ¿Cuál es la importancia de un ritual para vos y cómo entendes esos momentos? Porque uno de los factores más valiosos de tú obra es que aprendiste a separar lo sagrado y el ritual de lo religioso.

Si, es algo que desde el comienzo necesitaba hacer porque me crié en un entorno religioso y denso, por lo que la necesidad de alejarme era inmediata. Sin embargo lo pagano sí me atraía. Entiendo a la religión popular como algo potente y me gusta ir a santuarios, como los del gauchito Gil, a las festividades, ver cómo la gente se junta y prende velas, seguros de que algo bueno va a pasar. Pienso que en el fondo todos necesitamos eso, lo que nos lleva a construir nuestros propios rituales, santuarios. Ahí se esconde lo sagrado en lo cotidiano y lo que te ayuda a sobrevivir.

MB: En relación a las imágenes que utilizas, ¿Cuáles son las más recurrentes y por qué te refugias en ellas?

Son los santos paganos que voy recolectando, desde Iemanjá hasta el Gauchito Gil, considerado el santo pagano de la gente que no es "correcta" y todo lo que eso implica. Es un ícono muy barrial y en cierto sentido oscuro. Trabajé mucho con la virgen de la Guadalupe porque me recuerda a México y por su estética bien flúor, que es una de mis debilidades y mi paleta por excelencia. De alguna manera es una imagen que yo desacralizo para transformar en otra cosa. Por más que tenga una raíz religiosa, también es un símbolo popular y forma parte de la vida cotidiana. Algo similar ocurrió con la virgen de Luján con la que trabajé mucho.

MB: Hablamos de simbología pero faltaría indagar en otra pata fundamental de tú hacer, que son los oficios.

Desde el comienzo investigo materiales y oficios, sin importar lo que sean. Cuando empecé a trabajar con muebles fui testigo de cómo la madera cuenta historias y así fue como aparecieron los retablos, el trabajo labrado, el dorado a la hoja, el tallado en madera y la estética sacra. Si tuviera que sintetizar diría que todas mis obras están pensadas a través de esos tres ejes: color, oficio y materiales y que me apropio de elementos tradicionales para reversionarlos.

Es otra forma de trabajar con lo popular y el folklore local, desde el fileteado hasta las máscaras Chané de Salta o el mate. Cosas que son y siempre serán argentinas porque nos definen. "Lo argentino" es un complemento de un montón de cosas, pero hay elementos tradicionales como el tango, el pingüino para vino, la cumbia o el gauchito Gil que son eternos.