Alfredo Carracedo no está en los libros de historia del arte de nuestro país y su obra tampoco forma parte de grandes colecciones y esa es su magia. Dedicado principalmente a la docencia, mantuvo una personalidad pudorosa y reservada, eligiendo un perfil bajo para dedicarse a enseñar aquello que más amaba, encontrar la libertad en el arte e ir en contra del copismo. Un hombre auténtico y antisistema, que prefirió no moverse en un circuito cultural minúsculo sino compartir sus conocimientos con otros de manera democrática. El debate que entra en juego entonces es el siguiente. Si Alfredo no quiso asociarse al circuito de arte tradicional: ¿por qué su trabajo se presenta hoy en la muestra "En la sombra de la abstracción" en la galería Towpyha?

Carracedo mostró su trabajo por única vez en la muestra colectiva “Cerámicas Arganat” en el Salón Peuser. Más allá de ese aislado momento su único vínculo con el circuito tradicional sería la carrera de arte que realizó en la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón a finales de los años 40. En esa ocasión lo que presentó no fueron los dibujos que los caracterizaron durante cuatro décadas de producción, sino como bien indica el nombre de la exposición, piezas en cerámica ya que en su larga trayectoria como hacedor investigó con diferentes técnicas desde la joyería para la tienda de su familia hasta alfombras, aunque lo único que se conserva son los los diseños que creó cuando fue convocado por un amigo que tenía una empresa que ofrecía a sus clientes un concepto que hoy llamaríamos DYI (do it yourself) con la que las personas podían seleccionar un modelo de un catálogo y hacer la alfombra en su casa.

El tema era que nadie elegía los modelos de corte abstracto de Alfredo, sino que exigían cielos, flores, arcoiris y demás temáticas ligeras y figurativas, para nada representativas de su impronta. Esta no sería su primera desilusión, ya que Carracedo conocía el sabor de la amarga pastilla de la derrota y en consecuencia había preferido crear un propio camino. 

Aquí no estamos frente a un artista a quien el mundo del arte no llamó ni convocó sino que directamente no dejó un número de contacto y se mandó a hacer la suya, una constante que parece repetirse en todos los aspectos de su recorrido creativo. Pero antes de tomar esa decisión, durante sus años de estudiante conoció a artistas como Víctor Magariños D. quien había decidido abandonar la educación formales en busca de una nueva manera de entender el arte, alejada de los cánones tradicionales. En 1946 creó el Grupo Joven al cual Alfredo se adherió con entusiasmo, al igual que Domingo Di Stefano, Osvaldo Lucentini y Héctor Álvarez, Diana Chalukian, Miguel Angel Vidal, Pedro de Simone, Eduardo Mac Entyre, Rodolfo Bardi, José Arcuri, Augusto Cuberas, Leopoldo Torre Nilsson, Carlos Filevich y Celso Salgueiro, incursionando en conjunto en las tecnicas de grabado, escultura, diseño industrial, cine de animación y otras disciplinas con el fin de defender la abstracción, el concretismo y mantenerse muy lejos de la figuración y por sobre todo del copismo, algo que rechazó durante el resto de su vida. 

La cuestión de la rebeldía fue clave para el grupo que se caracterizó por la búsqueda de una impronta radical y una postura crítica hacia la sociedad conservadora de esos tiempos, en especial cuando sus visiones se colaban en el mundo del arte, sumado a los casos de favoritismo y amiguismo que hacía que quedaran pocos espacios de legitimación para aquellos artistas que deseaban hacer las cosas de manera diferente. Rechazados en los premios, salones, espacios de exhibición e incluso denunciados como degenerados -como había sucedido con otros movimientos y vanguardias desde el Impresionismo- el Grupo Joven salió a la calle a denunciar por medio de afiches que decían "Basta de acomodos" y "No estamos a favor ni en contra de los hombres, luchamos por el arte" sintetizando eso que ya no podían aceptar.

Puertas adentro, la metodología de estos artistas radicaba en juntarse y trabajar a partir de consignas puntuales donde lo que se priorizaba era la línea, el punto y las formas geométricas. Carracedo desarrolló un cuerpo de obra principalmente en papeles de formato medio y pequeño, enamorandose de ese material económico, accesible y democratico. Eventualmente se volcaría a la docencia como sustento económico y ya no esperaría nada del arte más que el disfrute en el hacer y fue precisamente eso lo que hizo hasta comienzos de la década de los 80, cuando se desprendió la retina de uno de sus ojos y tuvo que dejar de hacer.

Lo que queda es un profundo legado en cuanto a sus enseñanzas como maestro de secundaria, donde se apegó a la premisa de dejar que sus alumnos trabajaran de manera libre e invitándolos a mojar los pies en las aguas del teatro, el diseño gráfico, las artes visuales y más. Investigó en detalle los temas que quería presentar y los volcó en unas fichas que creaba a mano, precisas y plagadas de información autogestiva, que revelan su verdadero legado, uno que tambien le dejó a su nieto.

Volviendo a la pregunta inicial de por qué la obra de Alfredo Carracedo debe estar por primera vez en una galería de arte contemporáneo, quizás la respuesta sea para que nuevas generaciones aprendan que hacer por el mero disfrute y entiendan que la pasión vale la pena, que no hace falta mirar a los costados para encontrar una verdadera identidad y que compartir el conocimiento es un legado invaluable.