La directora, performer y autora presenta tres obras diferentes, centradas en la corporalidad, esta primavera en Buenos Aires. Entrevistada por Zibilia, habló de cada una de ellas, de sus comienzos, de su proceso creativo, de las búsquedas que incentiva en su taller, de trabajar con Gustavo Garzón y sobre todo, del cuerpo.

Marina Otero es hoy una de las artistas más completas de la escena teatral porteña. Con apenas 30 años logró que los ojos del mundo de las tablas estén atentos a sus obras. Su método de trabajo, en el que tanto el proceso creativo como los cuerpos que actúan quedan doblemente desnudos, es algo único.

Para la entrevista nos encontramos en un cómodo patio de un bar en Villa Crespo.

¿Cómo empezó tu relación con el arte?

Mamá fue bailarina y me llevaba a mirar danzas y a mí me gustaba mucho. En San Isidro sólo había clases de jazz y español. El clásico no me gustaba y de chiquita era muy rebelde, me rebelaba a las estructuras y con el clásico me pasó eso. Después estaba siempre armando coreos para mis amigas, las dirigía. Mi familia me odiaba un poco, en las reuniones se preguntaban: “¿¡qué ira a hacer ahora!?” Les ponía pelucas y vestidos a mis primas y jugábamos a eso.

Si bien tanto las comparaciones como las nomenclaturas son odiosas, ¿tenés alguna definición para lo que hacés?

No sé como llamar lo que hago, autoficción, biodrama. No importa. Si me autodefino voy a estar sometida a hacer mucho tiempo esto. Me esclavizaría a hacer un tipo de teatro. Quizás el día de mañana me meto de lleno en la ficción y dejo todo esto de lado, la verdad no lo sé.

Tus tres obras (Hogar, Recordar 30 años para vivir 65 minutos y 200 golpes de jamón serrano) son distintas, pero hay una cierta similaridad en el movimiento de los cuerpos arriba de las tablas. ¿Qué es el cuerpo para vos?

(Marina Otero no dice nada y piensa por unos segundos. Cuando está por responder, llega la moza trayendo una gran porción de cheesecake y el café con leche. Marina levanta sus cejas y exclama: "¡Esto es el cuerpo!” e inmediatamente se mete en la boca un pedazo enorme de torta. Después prosigue.)

El cuerpo es portador de todo lo que nos pasa lamentablemente. La oscuridad, la perversión, la luz, un cuerpo es peligroso. Por eso una de mis obsesiones es el ser humano como individuo de esta Era, pero más allá de la sociedad. Obviamente todos nacemos en un contexto pero me obsesiona investigar qué oculta ese cuerpo, cómo se mueve en sociedad. Mi trabajo va desde lo mental hacia zonas menos mentales que son las que más me interesan. Hay algo ahí de trabajo psicoanalítico llevado a la ficción.



Recordar 30 años para vivir 65 minutos

Después de varias pruebas y una sensación de proceso en constante desarrollo, Marina presentó Recordar… en el 2015. Ganó la Bienal de Arte Joven y salió de gira por varios países. A grandes rasgos la obra es un trabajo de Marina Otero sobre Marina Otero: “Siempre mi objetivo fue hacer una obra. La primer prueba se iba a llamar Depakene, que era el nombre del remedio que usaba para la epilepsia cuando era chica. Esa prueba no funcionó. Después vino la obra Andrea, hice cerca de 10 funciones y enloquecí. Luego seguí probando, una se llamó Recordar 28 años para bailar 22 minutos, hice más pruebas hasta que llegó el material de recordar... y dije basta. Siento que esto es, me tengo que entregar y lo suelto. No importaba si venían 15 personas, cosa que ahora sí me importa”.

Marina cita varios nombres propios que la inspiraron en distintos momentos de su vida. ¿Quién es Andrea?: “Es una obra anterior y quizás un boceto de Recordar... que funciona como una suerte de alter ego mío. Marina Otero en un punto es un personaje también. Pienso que son zonas propias que se exacerban y se muestran desde otro lado. Andrea era muy punk, suicida; en esa época yo quería morir o vivir y la vida era esa, al borde de la muerte y con 28 años".

Recordar 30 años para vivir 65 minutos

En octubre vuelve Recordar… En algunas entrevistas dijiste que era una obra inacabable. ¿Lo seguís pensando?

Era un poco la idea; pero no fui teniendo ganas de investigar por ese lado, me empalagué un poco si se quiere. Siento que 200 golpes... es una continuación de Recordar..., pero ya vinculada con otras zonas mías. Sobre reformularla y hacer mil versiones, se me fue el deseo. La obra me marcó para siempre y no puedo volver atrás pero sí reinterpretarla desde mi presente

Hogar

Se trata de una obra en la que se desarrollan las posibilidades sígnicas del cuerpo en movimiento; el pasado pesa por incómodo, incomprensible, impredecible o vergonzoso y aquí los traumas se vuelven tramas.

Hogar

¿Con qué se encuentra la gente cuando va a ver Hogar?

Si bien Hogar tiene mucho de lo personal, de lo autobiográfico, trabajamos más en los estereotipos de roles de los intérpretes: la bailarina, la asistente, el cheto, el médico. Uno a veces se esconde en esos estereotipos. Mi trabajo es excitar esas zonas y hacerlas un personaje; jugar con cuales serían las zonas más extremas de los personajes. Hay veces que es todo tan real que la ficción es superada, y otras, en las que transformamos bastante el subidón de volumen de esa zona. Mis procesos creativos toman mucho de lo que sucede en el presente y la fuerte presencia femenina en la obra es la representación de esto.

¿Qué creés que motiva a quienes hacen el taller que dictás, "El cuerpo como obra y destino"?

Hay una necesidad de un espacio donde expresarse e investigarse, observarse, cosas que en la cotidianidad hacemos poco. El trajín te lleva a registrarte cada vez menos. La base de mis talleres es observarse y para eso hago mover mucho los cuerpos para que se mareen y aparezca ahí la observación de uno mismo. Lo que no nos gusta de cada uno lo tendemos a ocultar o a revestir. Y en realidad esas zonas más oscuras pueden ser de potencia.

Te tocó dirigir, ver, asistir e inclusive enseñar a mucha gente; si bien el factor particular o individual es el que se destaca, ¿podés ver algún patrón que se repita? ¿Hay algo de universalidad en lo que ves?

Sí, hay una universalidad y es ahí donde irrumpo y cuestiono. Aparece en general lo oculto, lo que no está del todo asimilado. Cuando eso se revela hay algo que empieza a transformar a esa persona y ahí siento que el trabajo se está haciendo. Es como una herida, un problema que no se puede transformar. El hecho de observarlo y tomar conciencia de esto llevándolo a un personaje o a una ficción, hace que de alguna manera se transforme para bien, se supere. A mí me pasó tal cual eso, en Recordar... me fui transformando mucho y luego lo empecé a experimentar y observar en otras personas.

200 Golpes de Jamón Serrano

Estrenada el año pasado en el Teatro de La Comedia de La Plata, 200 Golpes… la obra de Gustavo Garzón acercándose a Marina Otero para sanar su desgarro emocional, se presenta ahora en el teatro Chacarerean.

La obra, en cierta forma, narra una cierta imposibilidad: el cruce entre el off y el mainstream. ¿Es realmente imposible?

Claramente se puede. Es divertido ese sinónimo del juzgamiento. Algo mío de "yo solo circulo en el mundo de lo independiente, medio snob; con mis amigues pensamos todos igual". Y ahí la verdad es que no hay nada, está todo muy cómodo. O al contrario, en el lugar de los actores de renombre tienen eso de "yo solo me junto con famosos, hago obras comerciales que garpan y me dan guita", ahí tampoco pasa nada. Tiene que haber intercambio y a la vez un correrse de la superficie de todo eso. Es divertidísimo, observo a la otredad sin juzgarla pero sin esa ingenuidad de "somos iguales".

¿Qué diferencias hay entre dirigir a un actor de trayectoria como él y gente sin experiencia con la actuación?

Es mucha la resistencia. El trabajo con Hogar es con cuerpos más vírgenes si se quiere. Están mucho menos condicionados. Con Gustavo es muy fuerte lo que pasa, hay una transformación. Es más fácil para mi forma de trabajar cuando alguien no está condicionado por la fama, la comodidad. El trabajo con Gustavo fue muy resistente pero él está en un momento de transformación y en su búsqueda aparecí yo. Tenía una cantidad de rigideces y formalidades que las fue abriendo con nuestro trabajo. Cuando las situaciones se tornaban difíciles, aprendí a dar el tiempo y el espacio y después volver. Entre los dos hubo momentos oscuros, pero ahora somos dos grandes compañeros en estos universos tan antagónicos.

  • Gustavo Garzón

La moza nos trae la cuenta sin que se la pidamos, pagamos y Marina Otero se tiene que ir. Aprovecho a preguntarle algo más.

¿Cómo ves el mundo de la danza en Argentina?

La danza me cuesta un poco, siempre termino inclinándome a ver teatro. Quizás porque vengo de ese mundo de danza y en casa de herrero...