Cuando la pantalla se enciende, asoma febril el reverbero; murmullos, señales y rayos catódicos que atraviesan los cuerpos y se imprimen en la imaginación hasta hacerla acoplar. Un cielo eléctrico donde los fuegos artificiales suben, explotan y desaparecen. Los ojos empañados por el humo y la entropía. ¿qué queda adentro de la cabeza cuando el lenguaje se retira? ¿de qué naturaleza es el viento que arrastra este torrente de unos y ceros y lo sella contra los muros? ¿es posible leer las alcantarillas y a la vez sonreir?

Estas paredes son el resultado de dos paradojas: en primer lugar, volver sólido aquello que está destinado a desaparecer, a ser olvidado. Darle cuerpo a lo sin nombre. Una paradoja que a la vez se transforma en parodia. En este sentido ¿cómo funcionan estos discursos –estas imágenes que irrumpen en la cotidianeidad para sacarnos una sonrisa o una mueca junto a estos mensajes envenenados que pueblan los foros de los medios digitales- cuando son mudados de sus territorios hacia un nuevo contexto? ¿cómo dialogan entre sí? ¿puede un mensaje de odio transformarse en un poema? ¿el humor puede narrar la historia? ¿dónde está la otredad? ¿qué tan lejos de un nosotrxs anidan esas voces que siniestras se revelan desde el anonimato?

De estas preguntas se desprende la segunda paradoja: la tensión entre el espacio público y el espacio privado. ¿es posible intervenir publicamente desde la soledad? ¿puede haber palabra política, sin cuerpo, sin comunidad, sin sanción incluso? ¿cómo opera ese lenguaje subterraneo? ¿los discursos violentos se erigen desde el subsuelo hacia la superficie o esta última los legitima para que fermenten y en algún momento futuro florezcan con más fuerza?

Frente a la falta de respuestas, un posible panorama: por un lado, la catarsis violenta como forma de canalizar la desesperación, la imposibilidad de decir yo ante al bombardeo permanente del lenguaje del poder instalado en las conciencias como un virus. Deshumanizarse para deshumanizar. Por otro, el goteo permanente de lo absurdo. El humor como modo de resistir, de clavar las uñas en el barro para revelar un pequeño tallo, de pensar. El humor también como forma de la paciencia, de la observación y por qué no, de cierta distancia conformista. Las dos caras del caos, de los murmullos que nunca se detienen. Detrás del lenguaje, lo siniestro. “Lo prometido es deuda”, la realidad adaptada a una frase hecha y las mismas preguntas que ya son otras: ¿de qué color son los escombros cuando las pantallas se apagan? ¿qué queda adentro de la cabeza cuando el lenguaje se retira?

Quiénes

Artistas: Roberto Jacoby, Syd Krochmalny, Roberto Pittaluga, Cora Gamarnik //

Última fecha

dom

23

febrero / 2020

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