Durante los últimos diez años, Diana Aisenberg recolectó partes de bijouterie, juguetes y recuerdos, pequeñeces posibles de enhebrar, piezas sin destino que dan vueltas por bolsillos y cajones. Hoy, organiza la diversidad que el azar ha puesto en sus manos y, como buena anfitriona, prepara reuniones para que cada pieza, en compañía de otras, se convierta en un cuerpo mayor.

Para la reapertura del Museo Moderno, Diana realizó dos obras específicamente concebidas para los espacios de circulación del museo. Zaguán y besos es una gran instalación que asoma desde la puerta de ingreso, en la planta baja. Una forma parecida a un portal recibe a los visitantes y transforma la frontera física entre el adentro y el afuera del museo. Este zaguán filtra la luz que ingresa desde el patio y la transforma en colores cálidos. También suena el roce de los hilos cuando el viento los mueve: una vibración aguda, una llamada para los cuerpos. La segunda intervención, Totema, en el primer piso del museo, es una entidad de cuatro ojos, una presencia monumental que se alza entre las salas. Con ecos de deidad, vestida de gala, libera corrientes de fuerza viva.

Junto con ella, artistas, amigos y colaboradores unen las numerosas cuentas multicolores en una tarea manual y meditativa. Este es un largo proyecto aún en proceso, llamado “Economía de cristal”, que comprende todas sus obras realizadas enhebrando hilos, también los hilos de las conversaciones que la acompañan, hilos que visten o desnudan los espacios. Diana ha creado un idioma alrededor del intercambio, el encuentro y la puesta en órbita de estas fantasías.

Estas obras devienen del fundamento y el método de creación de Aisenberg: la tarea comienza con la recolección, sigue con el desarme de pulseras y collares, continúa con el acondicionamiento de cada hallazgo para enhebrarlos después, bajo leyes muy precisas. En esta secuencia se produce la transformación de la materia: desde despojar del contexto de uso al que alguna vez se asoció cada cosita, hasta desembarcar en la arquitectura que interviene. Algunas obras se parecen a lluvias, otras a flequillos o a seres vivos; sus fantasías van desde la mínima expresión, como una plomada que cae con suavidad, hasta una cascada de veinticinco kilos de entusiasmo.

El proceso creativo de Diana se parece a una nave nodriza que, desde el taller hacia el espacio exterior, mueve partículas sustanciales de experiencia colectiva.

Última fecha

sáb

13

noviembre / 2021

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