El 25 de julio de 1945 el presidente Truman escribió en su diario: “Le he dicho al Secretario de Guerra, el señor Stimson, que la utilice [la bomba] de modo que los objetivos militares, los soldados y los marineros sean el objetivo y no los niños y las mujeres”.

Lo que parecen palabras piadosas revelan una estrecha mirada que se niega a reconocer la imposibilidad de cumplir con tal objetivo y la corta visión sobre los cercanos tiempos por venir, dado que parece no entender sobre los muertos, el sufrimiento y el agotamiento de valiosos recursos que la futura carrera armamentista provocará. En un reportaje concedido en 1960, Leo Szilard, quien hacia el final de la guerra fue uno de los principales científicos que se opuso al uso de la bomba, afirmó: “el presidente Truman no comprendió”.

La explosión de la bomba atómica en Hiroshima el 6 de agosto y la de Nagasaki, tres días después, erosionó la armadura con la cual Oppenheimer pudo rechazar las conclusiones del informe Franck. Tiempo después, en 1947, afirmó: “No obstante la capacidad de visión y la prudencia clarividente de los jefes de Estado durante la guerra, los físicos sentimos una responsabilidad especialmente intima por haber sugerido, apoyado y, al fin, en gran medida haber logrado la realización de armas atómicas. Tampoco podemos olvidar que dichas armas, puesto que fueron en efecto utilizadas, representaron de manera tremendamente despiadada la inhumanidad y la maldad de la guerra moderna. En un sentido un tanto rudimentario que toda la vulgaridad, el humor y la exageración no pueden llegar a borrar por completo, los físicos han conocido el pecado; y este es un conocimiento del que no pueden desprenderse”.

Un film de Joseph Sargent, 1989.

Última fecha

mié

27

agosto / 2014

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