La presentación de compañías de ballet extranjeras a fines del siglo XIX y comienzos del XX había despertado el entusiasmo del público local por el ballet. Así surgió la necesidad de contar con artistas nacionales y, en 1925, se conformó el Ballet Estable del Teatro Colón. Durante la segunda visita de los Ballets Russes de Serguei Diaghilev en 1917, el mismo Nijinski habría alentado en ese sentido a Cirilo Grassi Díaz, uno de los artífices del proyecto junto con Carlos López Buchardo.
El estilo del Ballet Estable quedaría desde entonces signado por la impronta del ballet moderno representado por Mijail Fokin y su entorno, de allí que el primer director de la compañía fuera Adolf Bolm, formado en el Mariinski de San Petersburgo e integrante de los Ballets Russes. De él fue la primera coreografía de la compañía en su debut: El gallo de oro de Rimski-Kórsakov. En esta primera etapa, se formó la camada original de primeras bailarinas: Dora del Grande, Blanca Zirmaya, Lida Martinoli, María Ruanova y Leticia de la Vega, desatando pasiones del público hacia una u otra. También notables directores internacionales trabajaron con el elenco, desde Bolm hasta Margarita Wallmann, Tamara Grigorieva, Bronislava Nijinska, Boris Romanoff, María Ruanova.
Los grandes coreógrafos del mundo colaboraron con el Ballet del Colón montando sus obras o creando nuevas para sus bailarines, desde Fokin y Nijinska, George Balanchine, Leonide Massine, Antonia Mercé, Tatiana Gsovsky, William Dollar, Serge Lifar, Anthony Tudor, hasta los más recientes como Jack Carter, Rudolf Nureyev, Pierre Lacotte y Natalia Makarova. De su seno surgieron artistas que brillaron en el exterior y desarrollaron una carrera internacional: Olga Ferri, Esmeralda Agoglia, Antonio Truyol, Enrique Lommi, Vasil Tupin, Adela Adamova, Irina Borowska, Mercedes Serrano, Violeta Janeiro, José Zartmann, Paloma Herrera, Maximiliano Guerra, Julio Bocca, Iñaki Urlezaga, Marianela Núñez, Herman Cornejo y Luis Ortigoza, entre otros.